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Capítulo 23: De la dificultad de descubrir la verdadera humildad
Uno se equivoca muy fácilmente con la humildad, no por culpa de ella, sino de su enemiga, que es la soberbia


Por: Nelson Medina OP | Fuente: fraynelson.com



Quienes hemos padecido de varias especies y cepas de orgullo y de vanidad amamos por contraste el bien de esa otra virtud, esquiva por excelencia, que es la humildad.

Uno se equivoca muy fácilmente con la humildad, no por culpa de ella, sino de su enemiga, que es la soberbia. Esta última sabe disfrazarse bien, de modo que, como ya advirtió San Agustín en su Regla, ella acecha "a las mismas obras buenas, para conseguir que perezcan."

La cosa es tan paradójica que hay quien se humilla mucho por soberbia, y hay quien se acusa demasiado por soberbia, y hay quien se descalifica, o asegura no tener perdón, por sola soberbia. Y todo eso parece que fuera humildad pero desde luego no lo es.

Lo que tienen en común esos actos de súper- humildad es que pretenden definir de manera absoluta, y por encima de todo y de todos, el estado y condición de uno mismo.

El ejemplo ilustrativo es el del suicidio por desesperación. Aquel que se considera tan pecador como para "no merecer" perdón, en realidad está pretendiendo definir qué puede y qué no puede Dios. El mensaje es: "Dios podrá muchas cosas pero yo ya sé lo que no puede."

Otro engaño es pensar que la humildad viene de ocultar lo que uno puede, sabe o quiere. En realidad, ocultar lo que uno puede hacer es a veces una grave falta de caridad o incluso de justicia, porque ¿qué pasaría con un médico que se paseara de incógnito delante de un grave accidente, so capa de humildad? Además, tanto en lo que uno puede como en lo que sabe, es fácil caer en la trampa de ocultarse para saber qué tan necesario es realmente uno.

Y en cuanto a ocultar lo que uno realmente quiere, convengamos en que es más un acto de estrategia o de política que una genuina virtud. Un religioso, por ejemplo, yo creo que hace bien en decir abierta y explícitamente lo que quisiera, no para condicionar al superior legítimo, sino todo lo contrario: para darle la plenitud de elementos de juicio para la decisión que habrá de tomar.

La genuina humildad tiene mucho que ver con la genuina paz. Esta es una clave para cultivarla, pues tanta falta nos hace. Hay tantos modos de falsa humildad que es fácil confundirse; no son en cambio muchas las formas de falsa paz. La falsa paz no dura mucho sino que pronto se convierte en ansiedad, irritabilidad, impaciencia, agresividad; o tal vez deseos de autosatisfacción, dependencia de placeres, gustos o amistades, hiperactividad o desidia, amargura, resentimiento o murmuración.

Todos estos ecos de la falsa paz difícilmente pasan desapercibidos a un corazón que quiera ser sincero ante sí mismo y ante Dios. Lo cual es una gran bendición: avisados por estos frutos venenosos, entendemos que la supuesta humildad que teníamos no era de auténtico y fiable cuño, sino espurio.
Y reconocer que no se tiene humildad es ya un auténtico acto de humildad. Por algo sucede que los santos más tenían en verdad esta virtud cuando menos creían tenerla.

Recapitulación

Una vez mostrado que el conocimiento de sí es una tarea noble pero no imposible, que fue el objetivo de la Primera Parte, en esta Segunda hemos seguido con orden y método el camino de las experiencias que de modo más común nos llevan a conocernos.

Aparecieron entonces en primer lugar las experiencias "límite," que vienen siendo como sorpresas que vienen de las circunstancias y acontecimientos exteriores pero que nos transforman hondamente por dentro. Como continuidad de estas experiencias, o como puerta hacia ellas, están después las experiencias "inducidas," cuyo modelo prototípico son los tiempos de retiro y oración más intensa.
Estudiando lo que sucede en esta segunda clase de experiencias hemos hablado con alguna extensión de las distintas maneras de ejercitar nuestro espíritu, o como se suele decir, de hacer ejercicios espirituales. Vimos que estos ejercicios son distintos pero que se les puede agrupar en básicos y avanzados.

Los ejercicios avanzados nos conducen derechamente hacia el tercer tipo de experiencias de autoconocimiento, a saber, las "habituales."
Para hablar de ellas hemos enfatizado qué hace "cristiano" un modo de conocerse, y así hemos encontrado en la obra de la gracia divina la raíz del genuino conocimiento de sí.
Las dos palabras que nos han acompañado al final de este recorrido son la gratitud y sobre todo, la humildad, de la cual, por supuesto, queda casi todo por decir. Sin embargo, lo que más se ha destacado ya en esa breve presentación de lo que entraña ser humilde es que hay muchas formas de autoengañarse.

Y como está claro que autoengañarse es el modo seguro de nunca llegar a conocerse, en la Tercera Parte de esta obra queremos examinar más de cerca la batalla entre la Verdad y la Mentira, es decir, queremos aprender a desechar multitud de errores y engaños que suelen obnubilarnos, y que habrá que vencer si queremos llegar a la claridad serena del propio conocimiento.


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