Conclusión: Pasajeros llenos de sentido
Por: P. Alfonso Aguilar | Fuente: catholic.net

El día 22 de diciembre de 1849 iniciaba el invierno en Rusia y en el alma de Fiódor Mijáilovich Dostoievsky. Pensaba que su vida caería definitivamente, como un copo de nieve, para no levantarse más. Afortunadamente, no fue así. Le esperaba la primavera siguiente para nacer a una vida nueva, con sentido. Dostoievsky comprendió que no podemos dar la vida por descontado: vivir es un enigma que debemos descifrar. Escribió algunas obras para deletrear algo de este misterio.
Nosotros, como el novelista ruso, hemos tratado en nuestro curso de valorar el milagro de vivir como si recibiéramos de nuevo la vida tras un indulto inesperado, como si nos despertáramos de pronto en un tren rápido. ¿Qué significa vivir? ¿Qué sentido tiene este viaje: de dónde venimos y a dónde vamos?
Mientras no concentremos nuestras energías en desvelar la incógnita del viaje, nuestra condición de pasajeros será inmensamente amarga, desabrida, aburrida, fastidiosa, angustiosa, sobreabundando en «crisis de sentido».
¿Cómo disfrutar un trayecto del cual ignoramos su itinerario, procedencia y paradero?
Nos urge descubrirlo a través de la fe y de la razón metafísica y nos apremia ayudar a nuestros compañeros de viaje a hacer otro tanto.
Tomamos el curso de metafísica como un medio entre otros para alcanzar un objetivo tan eminente. Quisimos detener por un tiempo nuestros quehaceres ordinarios para conversar sobre el significado de este viaje.
Redescubriendo la dimensión sapiencial de la filosofía de búsqueda del sentido último y global de la vida, ante la crisis de fe y de razón de nuestra época, elaboramos un nuevo tipo de «discurso sobre metafísica»: un discurso que se enfoca en «el problema metafísico» de la realidad, como resultado de una «búsqueda existencial» que compromete toda la personalidad, con un «sentido de comunidad» porque se concentra en la dimensión interrelacional de la realidad y en el diálogo entre nosotros, y que apela a la vida de los pasajeros en la presentación de los problemas específicos del «gran» problema: lo que nos rodea (el viaje), o sea, el mundo y la experiencia humana (el paisaje y las vivencias en el tren), ¿constituye toda la realidad o hay algo más que lo trasciende y fundamenta?
Comenzamos, lógicamente, preguntándonos sobre el sentido de la metafísica: ¿tiene sentido la pregunta por el sentido de la vida?
Como ciencia humana la metafísica es posible, legítima y válida, porque cuenta con sus propios objetos, material y formal: afronta la cuestión insoslayable, ineludible en la vida de cada hombre, el problema metafísico:
¿Dónde está el Absoluto, en el universo o más allá de él?
En la teoría y en la práctica los hombres sólo podemos responder fundamentalmente de dos maneras: el orbe es toda la realidad (inmanencia) o ha sido causado por Alguien que lo sobrepasa (trascendencia). La respuesta se habrá de definir a la luz del principio de no-contradicción, que es el primer principio de los entes, del conocimiento y de la mente: si la metafísica de la inmanencia es contradictoria, entonces la metafísica de la trascendencia es verdadera.
Estudiamos primero el aspecto objetivo del problema:
¿Es el cosmos todo lo que es?
Descubrimos que los entes del mundo son sujetos subsistentes estructurados por varios principios: acto y potencia, substancia y accidentes, materia y forma, esencia y esse. El universo resulta ser, por tanto, intrínsecamente problemático, ya que una realidad en constante devenir, mejorable, compuesta, limitada, perecedera y contingente, no puede ser la realidad absoluta, autónoma, autosuficiente; no puede actualizarse a sí mismo, darse el ser, contener en un estado potencial todas las perfecciones del futuro, porque entonces la potencia sería ya acto, el ser «aún no» se identificaría con el ser «ya», el no-ser con el ser, a la vez y en el mismo sentido, o sea, contradictoriamente.
Al analizar el aspecto subjetivo del problema –¿es la experiencia humana todo lo que es?–, nos percatamos que los puntos de vista con que experimentamos las propiedades de la realidad o trascendentales son siempre parciales y limitados. La experiencia humana es, pues, substancialmente problemática. Aun siendo persona, cada hombre es también mutable, perfeccionable, mortal. No puede autofundarse.
Finalmente, el aspecto sintético del problema –¿son las causas naturales todas las causas de la realidad?– nos muestra que la filosofía, búsqueda de las causas últimas de todo, es problemática por naturaleza, pues toma conciencia de que todos los entes intramundanos son problemáticos. Ni el mundo ni el hombre pueden causarse a sí mismos y darse a sí mismos el fin de su existencia.
Por tanto, si la propuesta de las metafísicas inmanentísticas –el intento de absolutizar la naturaleza, la materia o el espíritu en devenir– se contradice, entonces la única solución adecuada al problema metafísico consiste en admitir la existencia de un Absoluto Trascendente, que sea Acto Puro, Inmutable, Perfecto, Simple, Infinito, Necesario, Personalidad que fundamenta la personalidad del hombre, Fontanar e Ideal del ser uno, verdadero, bueno, bello y relacional, Origen y Fin de todo el cosmos. Por ser Absoluto, o sea, independiente de todo lo demás, es totalmente Libre. Nosotros, por tanto, dependemos absolutamente de Él, no derivamos o emanamos por necesidad natural. Fuimos creados de la nada por Aquel que es Inteligencia y Bondad infinitas, la Relacionalidad misma, el Dador de todo bien, el Alfa y el Omega: el Amor mismo Subsistente.
Hasta aquí el «discurso sobre metafísica», hasta aquí la conversación sobre el paisaje, las vivencias en el tren, el itinerario, la procedencia y el paradero de nuestro viaje. Se cierra el libro de texto para abrir paso a la vida del texto. Se terminan las doctrinas para estimular el modo de vivirlas. Se acaba el «discurso sobre metafísica» para iniciar la «metafísica misma». Se concluye la conversación sobre el viaje para aprovechar el trayecto del mejor modo con la mirada fija en el destino final. Se encuentra el sentido de la vida para dar sentido a la vida.
La «metafísica misma» depende de la libertad de cada uno. Usémosla bien para experimentar de nuevo, como Dostoievsky, el milagro de vivir. Al fin y al cabo, recibimos la vida como un don, inesperadamente; empezamos a viajar sin que lo hubiéramos pedido. No nos contentemos con viajar por viajar. Busquemos y encontremos el sentido de la vida y ayudemos a nuestros compañeros de viaje a buscarlo y encontrarlo. Conformemos nuestra vida según la verdad: fuimos creados por amor por el Amor. Seamos, pues, «pasajeros llenos de sentido».
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