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Tema 5.2: La relación entre Dios y nosotros
¿Cómo y por qué Dios nos ha causado?


Por: P. Alfonso Aguilar | Fuente: catholic.net



Objetivos

1. Argumentar cuál es el único modo como el Absoluto Trascendente podía causarnos.

2. Comprender cuál es el mejor y primer nombre de Dios, su Perfección característica, y, por tanto, la razón de ser de nuestro ser: para qué nos ha creado.

A. El problema: ¿Cómo y por qué Dios nos ha causado?

La meditación sobre los principios, propiedades y causas del universo y del hombre nos conduce a reconocer la existencia del Absoluto Trascendente como su Principio y Fundamento. Pero no basta. No nos podemos quedar satisfechos con saber quién ha hecho el tren y el paisaje. Eso es sólo parte del misterio. No nos revela aún todo el sentido de la vida. Necesitamos saber cómo Dios organizó este viaje y porqué: ¿cuál es el itinerario? y ¿para qué vivimos o viajamos? En otras palabras, ¿qué relación Dios ha tenido, tiene y quiere tener con nosotros al meternos en este misterioso tren de la vida?

B. ¿Cómo nos ha causado Dios?

Si el mundo y el hombre fuéramos absolutos, sin depender de nadie, no seríamos tan problemáticos o indigentes; tendríamos, por el contrario, todo la razón de ser en nosotros mismos, nos bastaríamos a nosotros mismos para todo de modo necesario, completo, perfecto. Pero dado que somos contingentes, imperfectos, compuestos, finitos, en constante devenir, perecederos, con un grado limitado de ser, de unidad, verdad, bondad, belleza y relacionalidad, causados y estructurados con un orden y un fin recibidos, dependemos absolutamente del Absoluto Trascendente tanto en que somos como en lo que somos. Dios, que es la Plenitud del Ser, no tiene ninguna necesidad de nosotros. Si la tuviera, no sería Dios.

Necesitar complementarse o perfeccionarse con otros entes incompletos e imperfectos significa ser uno mismo incompleto e imperfecto. Mas Dios es el Absoluto. Ser absoluto quiere decir no depender de otro, ser sin nadie más. El Absoluto no es la totalidad de lo que existe, porque el universo y el hombre existimos, pero nostros podríamos muy bien no ser para nada. Nosotros, pues, dependemos totalmente del Absoluto: no le añadimos nada a Él y cuanto somos proviene de Él mismo.

Si dependemos de Dios totalmente, entonces no llegamos a ser por emanación, o sea, por derivación necesaria, como sostenían los neoplatónicos. No surgimos porque el Principio no tenía más remedio que emanar otros entes. En tal caso, Él no sería de verdad Absoluto ni trascendente, poque no podría existir sin nosotros y nosotros existiríamos con la misma necesidad del Principio. Por consiguiente, la única relación que un Absoluto trascendente ha podido tener con nosotros es una relación de creación. Creación es, en efecto, la única relación de dependencia total. Crear significa hacer algo de la nada. Las creaturas generamos y fabricamos, es decir, trans-formamos materiales ya existentes. Dios, en cambio, puede crear: conferir todo aquello de lo cual están constituidas las creaturas, haciéndolas, así, depender de Él en su esencia y existencia, en su ser y devenir y en su mantenerse en el ser.

Precisamente porque no emanamos, no derivamos necesariamente de Él, no nos necesitaba para nada, Él nos creó libremente: nos creó pero podía no habernos creado. Crea porque es bueno y quiere compartir sus perfecciones. Crea porque quiere. Libertad presupone inteligencia y voluntad, o sea, ser Personal. De ahí que tradicionalmente le llamemos Dios.

En resumen, para el hombre y el universo, la existencia de un Absoluto Trascendente implica una relación de dependencia total, o sea, de creación, y una relación de creación conlleva la libertad de crear, la gratuidad de darnos el ser y lo que somos: el hecho de ser auténticamente Dios (80).

C. ¿Por qué nos ha creado Dios?

Llegamos, por fin, a la cuestión más acuciante para determinar el sentido de la vida:

¿Para qué nos ha creado Dios: para qué viajamos?

Dios no obra por necesidad natural o por conveniencia. Libremente nos ha creado, pero podía muy bien habernos «dejado» en la «nada». Entonces, ¿por qué se le ocurrió crear al mundo y al hombre de la nada?

De su Perfección infinita proceden efectos determinados en conformidad con su querer y entender. Los efectos se asemejan a sus causas. Nosotros, efectos de la Inteligencia y Voluntad divinas, existimos en Él como inteligibles y deseables. Nos ha creado, pues, porque nos ha conocido desde toda la eternidad y ha querido que existiéramos. Pero, ¿por qué nos ha querido?

Entre los aspectos o trascendentales del ente descubrimos uno que era, por decirlo así, el «vínculo» o la «síntesis» de todos ellos: la relacionalidad. Un ente es en el grado y en la medida en que se relaciona. A la luz de este trascendental se comprende que el hombre sea la creatura más perfecta, el clímax y fin del universo: es persona, substancia individual de naturaleza espiritual, o sea, sujeto capaz de relacionarse con todo lo que es (el mundo, la humanidad, Dios). Al analizar la noción de persona humana, nos percatamos, en efecto, que su constitutivo esencial o perfección característica consistía en ser cuerpo y alma en relación.

Por tanto, Dios, que es la Fuente de los Trascendentales y la Primera Persona, se presenta ante todo como Relacionalidad, o, si se prefiere, como Espíritu Relacional. Todo en Él es espíritu, todo en Él es relacional.

¿Qué significa ser espíritu si no es ser inteligencia, voluntad y libertad?

¿Y qué significa pensar, querer y obrar libremente si no es relacionarse con el objeto del pensar, del querer y del libre obrar?

Ahora bien, ¿cuál es el alma de esta Relacionalidad? ¿Por qué se relaciona Dios a tal punto que su Esencia es Relacionalidad? Porque conoce y quiere con plena libertad, es decir, porque ama. No hay relacionalidad más perfecta que la del amor, pues el amor trasciende la división entre unidad y multiplicidad: amar es unirse al amado y ser, con todo, distinto de él.

No hay constitutivo más perfecto de la personalidad que el amor: amar es conocer y querer del modo más íntimo y penetrante, amar es ser uno mismo y el amado a la vez.

El amor es, por decirlo así, la «raíz» o «la razón de ser» del ser mismo, por dos motivos. Por un lado, el amor constituye la forma más alta de vida, pues incluye conocimiento, voluntad, libertad y felicidad; la vida, a su vez, es la forma más alta de ser. En cambio, la noción de ser no incluye necesariamente las nociones de vida y de amor: hay muchos entes que son, pero que no viven ni aman. La noción de amor, por contraste, no sólo comprende la vida y el ser, sino que también los manifiesta, porque no se puede dar un amante que no sea viviente y por tanto ente.

El principio del ser, por otro lado, solamente expresa un hecho: existir y ser el acto de los demás actos. Dice sólo que se es, pero no porqué se es. No contiene en sí su propia razón de ser. ¿Por qué es mejor el ser que la nada? A esta pregunta el principio del ser no sabe responder más que con una tautología: porque se es. La pregunta crucial va más allá del hecho: ¿cuál es el valor del ser, o sea, porqué es preferible a la nada?

Esta cuestión sólo tiene una respuesta satisfactoria: el amor. El amor «produce» el ser, le da su sentido, su valor. Hay ser porque hay amor. El amor no tiene un absoluto que lo englobe, no brota de un manantial más alto, carece de un fundamento. El amor es el absoluto, su propia razón de ser, su mismo fin. El amor es expansivo por naturaleza, quiere compartir su propia vida y perfección con otros, crea, se comunica, se da espontánea y generosamente, busca que otros participen de él, hace florecer el ser en el desierto de la nada. Amar es donarse gratuitamente.

Lo vemos en las cosas naturales: todas tratan de difundir su propio bien –de producir cosas semejantes a sí mismas– en la medida en que tienen actualidad y perfección. Un ente es, repetimos, en la medida en que se relaciona. Ahora bien, la raíz, la razón de ser, el motor de la relacionalidad es el amor. Un ente es, pues, en la medida en «se dona». Las cosas inorgánicas difunden pobremente su propio bien, de modo físico o químico. Las plantas lo hacen, también, biológicamente. Los animales generan a otros de la misma especie, expresan un afecto natural. Los hombres somos, además, capaces de amar en sentido pleno de la palabra. Con mayor razón entra en la naturaleza de la voluntad del Ser Subsistente, suma actualidad y suma perfección, el comunicar a los demás, en la medida de lo posible, el bien poseído.

El amor explica, entonces, la jerarquía de los entes. Las creaturas son en cuanto participan del amor divino y son capaces de corresponder a ese amor. Los entes infrahumanos son amados en diverso grado como medios para el hombre, y no pueden, propiamente, amar: sólo relacionarse en diversos niveles. Nosotros, por el contrario, somos las únicas creaturas terrestres que participamos directa, esencialmente del Manantial del Amor, es decir, que han sido amadas por sí mismas, y que podemos amar, donarnos, corresponder a ese amor, consciente, libre, generosamente (81).

Por tanto, el primer y mejor nombre de Dios es el Amor. Él es ante todo y sobre todo el Amor mismo Subsistente. Es puro amor, capaz de amar gratuitamente, sin buscar conveniencias. Las creaturas existimos porque fuimos primero amadas. Sólo después podemos, en la medida en que fuimos amadas, corresponder al Amor. Dios, en cambio, ama antes de ser amado y sin necesidad de serlo; ama sin límites, sin recibir nada primero, sin esperar nada a cambio. Porque es Amor, es en sí mismo Relacional (uno y trino). Porque es Amor, se relaciona con los entes que crea, donándose, haciéndoles partícipes de su amor. Porque es Amor, ha creado al hombre a su imagen y semejanza, capaz de amar, invitándole a conversar con Él en el amor y a gozar de su vida divina.

¿Por qué nos ha creado Dios? ¿Para qué viajamos en el tren de la existencia? ¿Cuál es el sentido último de la vida?

La respuesta se condensa en una sola palabra, la más simple y preciosa, la más rica y profunda, la que engloba todas las realidades, la que abraza el origen y el fin último de todo, la que revela el sentido y el valor del ser, la única palabra que se explica por sí misma, la única que significa el absoluto, la que expresa el misterio de los misterios, la palabra más inefable, más divina, eterna, la palabra de todas las palabras: el amor.

Conclusión

Como Absoluto Trascendente, Dios no tiene necesidad de causar a otros entes y por tanto no se da en Él emanación o derivación necesaria; causa libremente, creándolo todo de la nada.

Ahora bien, ¿por qué crea? Siendo Él la Primera Persona y la Relacionalidad misma, su Perfección característica es el Amor, que es la «raíz» o «la razón de ser» del ser. Dios es, pues, el Amor mismo Subsistente, que crea porque ama y, en la medida en que ama, los entes son. Al hombre, la única creatura del mundo que ama por sí misma, le crea para donarse gratuitamente, hacerle partícipe de su misma vida en una conversación de amor.


Términos clave

Creación (ex nihilo):
la producción de una cosa de la nada, o sea la producción de su individualidad y de la materia de la que está compuesta (productio rei ex nihilo sui et subiecti).

Emanación: doctrina elaborada explícitamente por el neoplatonismo según la cual los entes proceden o derivan espontánea, natural y necesariamente de la exhuberancia y sobreabundancia del Principio de la realidad. Se contrapone manifiestamente a la idea de creación libre.

Notas bibliográficas

80) Como se sabe, el concepto de creación no fue elaborado por la filosofía, sino que entró en la cultura antigua con la Biblia. A partir del dato bíblico fue apropiado y desarrollado racionalmente por los primeros filósofos hebreos (Filón de Alejandría) y cristianos (los apologetas, los Padres de la Iglesia, san Agustín) y más tarde por las filosofías árabes y cristianas del Medioevo y posteriores. Los filósofos paganos que reconocieron a un Dios personal consideraron, por lo general, que el mundo existía independientemente de la acción divina (así Aristóteles). Platón fue el autor que más se acercó a un concepto de creación en el Timeo: la materia existía eternamente, pero Dios, el Demiurgo, modeló las cosas naturales y a cada uno de los hombres, porque, siendo Bueno, quiso (¦βουλήθη) que todas las cosas se asemejaran a Él de modo más perfecto. No se trata, pues, de una creación ex nihilo, sino de un «semicreacionismo». Por contraste, el concepto de emanación parece informar implícitamente las metafísicas de los Presocráticos. Lo elaboró de modo explícito, como reacción contra el concepto bíblico de creación, el neoplatonismo pagano (Plotino, Porfirio, Proclo) y otras filosofías posteriores (Avicena). Cabe decir, con todo, que la razón humana no encuentra un modo más lógico de descubrir a Dios Trascendente como Fundamento del mundo, que reconociéndolo como Creador de todo.

81) En la introducción a esta unidad distinguimos entre participación en sentido activo –comunicar parcialmente algo– y en sentido pasivo –recibir parcialmente algo–. Dado que el amor es la raíz, el motor, el origen y fin de toda participación por parte de Dios, podemos considerar la misma distinción desde el punto de vista de él: el amor en sentido activo consiste en que Dios-Amor se dona a Sí mismo a la creaturas «parcialmente», en diferentes grados y medidas (fase ontológica descendente: de Dios a las creaturas); el amor en sentido pasivo se refiere al hecho de que las creaturas surgen como don, fruto del amor divino participado en diversos grados y medidas (fase ontológica ascendente: de las creaturas a Dios). Cuanto más ame Dios a una creatura (amor en sentido activo), tanto más participará de sus perfecciones divinas (amor en sentido pasivo). Asimismo, cuanto más sea una creatura capaz de amar activamente, tanto más ha sido y puede ser pasivamente amada.


Autoevaluación

1. ¿Por qué no basta admitir la existencia de Dios para dar sentido a la vida?
2. ¿Por qué Dios no puede verse forzado a causar y, por lo mismo, a emanar otros seres?
3. ¿Qué significa crear y qué relación establecemos nosotros con Dios como creaturas?
4. ¿Por qué motivos decimos que el amor es la «raíz» o «la razón de ser» del ser?
5. ¿Qué analogía con las creaturas y qué propiedad del ente nos lleva a considerar a Dios como el Amor mismo Subsistente?
6. A la luz del amor «pasivo» y «activo», ¿cuál es la jerarquía de los entes?
7. ¿Por qué el hombre es diverso de las creaturas infrahumanas? ¿Para qué fue creado?

Participación en el foro



1. Aplique la tesis final de metafísica a la ética individual y social. Si el hombre es un ser que Dios ama por sí mismo, ¿cuál es su dignidad ontológica y su diferencia con las creaturas infrahumanas? ¿Cómo debe el hombre amar a Dios sobre todas las cosas y realizarse en el amor? ¿Cómo debemos poner el amor en la base de las leyes, costumbres, tradiciones, cultura, relaciones sociales? ¿Qué consecuencias en el campo de la moral tiene el axioma augustiano: amor meus, pondus meum («mi amor es mi peso»)? ¿Qué consecuencias tiene para formar la civilización de la justicia y del amor?


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