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Salmo 89: "Tú eres, Señor, nuestro refugio"

XXIII Domingo Ordinario - El que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo
Meditación al Evangelio 7 de septiembre de 2025 (video)


Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.Net



Sorprende la libertad que tenía el Papa Francisco para denunciar estilos de cristianos que poco tienen que ver con los verdaderos discípulos de Jesús. Les llamaba: “cristianos de buenos modales, pero malas costumbres”, “creyentes de museo”, “hipócritas de la casuística”, “cristianos incapaces de vivir contra corriente”, cristianos “corruptos” que solo piensan en sí mismos, “cristianos educados” que no anuncian el evangelio...

 

Si nos preguntan si queremos seguir a Jesús, todos podemos responder que sí. Porque es muy poco lo que la Iglesia pide para considerar a alguien cristiano: se bautiza a los niños recién nacidos con algunos requisitos; a lo más, la asistencia a unas charlas preparatorias y un vago compromiso de actuar como cristianos educando al niño según la ley de Dios y los mandamientos de la Iglesia. Pero en el principio, con Jesús no era así. Para ser discípulo, Jesús ponía unas condiciones tan claras, que llevaban a quien quería serlo a pensarlo seriamente. Pocos serían los cristianos, si para ello tuviéramos que cumplir las tres condiciones que, llegado el caso, Jesús exige a sus discípulos. Nosotros decimos que tomamos la cruz de Jesús, pero la acomodamos a nuestra manera y a nuestro estilo. Se puede ser cristiano y faltar a la verdad, se puede ser cristiano y ser injusto con el hermano. Nadie cuestiona si somos cristianos y nos dedicamos a la droga o al alcohol. Se es cristiano y se difama, se destruye y se engaña. El cristiano miente, roba, aborta y da la espalda al hermano. Nos hacemos nuestra propia cruz, una cruz “facilona”, acomodaticia, “pequeñita”.

 

A lo más, entendemos como cruz el sufrimiento propio de la vida y lo vamos soportando a más no poder; o también, entendemos como cruz el trabajo y la dedicación de cada día, aunque lo hagamos a medias y de mala gana. Se soporta al marido o a la esposa porque no hay más remedio, es la cruz que nos tocó y no la podemos “tirar”. Hay personas que piensan que cargar con la cruz y seguir al Crucificado es buscar pequeñas mortificaciones, privándose de satisfacciones y renunciando a gozos legítimos para llegar, por el sufrimiento, a una comunión más profunda con Él.



 

Cuando el Evangelio dice que tomemos la cruz no se refiere precisamente a estas cruces, aunque es legítimo que las tomemos y puedan ayudar en el seguimiento. Jesús habla de algo mucho más profundo que llevar una cruz en el cuello hecha a nuestra medida y a nuestro gusto. Jesús invita a todos, hasta por tres veces, a la opción radical por Él, a cargar con la cruz y a renunciar a todo; de otro modo no podremos ser discípulos suyos. Tres exigencias nos presenta Jesús como casos extremos que nos dan idea de lo importante que es seguir su mismo camino.

 

La primera, el preferir a Jesús antes que a la familia. El discípulo debe estar dispuesto a subordinarlo todo a la adhesión al maestro. Si en el propósito de instaurar el reinado de Dios, evangelio y familia entran en conflicto, de modo que ésta impida la implantación de aquél, la adhesión a Jesús tiene la preferencia. Jesús y su plan de crear una sociedad nueva, diferente al sistema mundano están por encima de los lazos de familia.

 



La segunda, cargar con la cruz para ser discípulo, no se trata de hacer sacrificios o mortificarse, como se decía antes, sino de aceptar y asumir que la adhesión a Jesús conlleva la persecución e incomprensión por parte de la sociedad, persecución que hay que aceptar y sobrellevar como consecuencia del seguimiento. Por eso no es necesario precipitarse, no sea que prometamos hacer más de lo que podemos cumplir. El ejemplo de la construcción de la torre que exige hacer una buena planificación para calcular los materiales de que disponemos o del rey que planea la batalla precipitadamente, sin sentarse a estudiar sus posibilidades frente al enemigo, es suficientemente ilustrativo.

 

La tercera condición, renunciar a todo para poder ser discípulo, nos parece excesiva. Por si fuera poco dar la preferencia absoluta al plan de Jesús y estar dispuesto a sufrir persecución por ello, Jesús exige algo que parece estar por encima de nuestras fuerzas: renunciar a todo lo que se tiene. Se trata, sin duda, de una formulación extrema que hay que entender. El discípulo debe estar dispuesto incluso a renunciar a todo lo que tiene, si esto es obstáculo para poner fin a una sociedad injusta en la que unos acaparan en sus manos los bienes de la tierra que otros necesitan para sobrevivir. El otro tiene siempre la preferencia. Lo propio deja de ser de uno, cuando otro lo necesita. Sólo desde el desprendimiento se puede hablar de justicia, sólo desde la pobreza se puede luchar contra ella. Sólo desde ahí se puede construir la nueva sociedad, el Reino de Dios, erradicando la injusticia de la tierra.

 

Para quienes quitamos con frecuencia el aguijón al Evangelio y quisiéramos que las palabras y actitudes de Jesús fuesen menos radicales, leer este texto resulta duro, pues el Maestro Nazareno es tremendamente exigente. No nos hagamos ilusiones: ¿hemos hecho una cruz blanda a nuestra manera? ¿Suavizamos el cristianismo hasta convertirlo en una religión insípida y sin compromiso?

 

Optar por la cruz de Jesús no es optar por el sufrimiento pasivo o la indiferencia ante circunstancias que podemos cambiar. Es optar por la vida aún a riesgo de encontrar contrariedades y problemas. Es morir en la cruz para esperar en la Resurrección.

 

Padre Bueno, ayúdanos a escuchar la invitación de Jesús a cargar su cruz y danos el coraje y el amor necesario para dejarlo todo por su causa y seguirlo efectivamente. Amén.

 







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