El amor al hombre, punto de convergencia entre los humanismos
Por: Ángel Gutiérrez Sanz | Fuente: Catholic.net

La editorial “Ultima Línea” acaba de publicar un libro que lleva por título: “EL HUMANISMO CRISTIANO EN EL CONTEXTO DE LA ANTRPOLOGÍA SOCIAL”, lo escribí con el claro propósito de ayudar a tomar conciencia de la actual crisis humanista que nos afecta. No viene mal reflexionar sobre lo que está pasando y cómo hemos podido llegar hasta aquí. Para empezar, hemos de dar por sentado que el hombre es un sujeto en proceso constante de humanización y necesita de la colaboración de todos los humanismos para llegar a su sazón, sería bueno para todos alcanzar un cierto grado de consenso que permitiera avanzar en la misma dirección, porque no hay humanismo que no quiera lo mejor para el ser humano, que a la vez es celeste y terrenal.
Antes de iniciar cualquier tipo de relato humanista conviene precisar que se entiende por humanismo. A clarificar esta cuestión, van destinadas las páginas introductorias del libro. La utilización del término “humanismo” es relativamente reciente, ya que aparece allá por el Renacimiento a mediados del siglo XVI, lo cual no quiere decir que en tiempos antiguos no hubiera tratados que tuvieran al hombre como objeto de estudio e investigación. El significado de este término, aunque de uso frecuente, sigue impregnado de una gran ambigüedad e indeterminación, por lo que es poco menos que imposible dotarle de una definición precisa. Vulgarmente entendemos por humanismo una cierta empatía con los demás, decimos de alguien que es humano cuando hace lo que esperamos de él, cuando se comporta con los demás en la forma en que quisiera que los demás se comportaran con él mismo. Esta elemental noción de humanismo nos sirve para andar por casa, pero la cosa se complica cuando exigimos que el humanismo nos revele los misterios del hombre y nos aclare de dónde venimos, a donde nos dirigimos, qué puedo saber, qué me es permitido hacer y qué puedo esperar. Es aquí cuando surgen las desavenencias. Los relatos sobre el hombre son muchos y todos ellos pueden ser considerados como expresiones humanistas; común a todos está la intención mesianista, más o menos explícita, de redimir al hombre. Otra cosa es que esos presuntos humanismos sean verdaderos.
Por otra parte, nos encontramos con el carácter polisémico en que viene envuelto el término, ello nos obliga a hablar de un humanismo filológico, tal como sucede en el Renacimiento, donde el griego y el latín se convierten en símbolos de erudición, ya que éstas eran las lenguas a través de las cuales se podía acceder al conocimiento de los maestros clásicos tanto de Grecia como Roma. El termino humanismo está también vinculado a la pedagogía y a la educación, de modo que humanista se reservaba para la persona instruida, en contraposición con el bárbaro o inculto, y por fin nos encontramos también con el humanismo connotativo para significar fundamentalmente un tipo de conocimiento referido al hombre, un saber interesado por dar respuesta a los diversos interrogantes humanos, en clara contraposición con el conocimiento puramente científico, volcado en el conocimiento de la “physis”, como sucediera en los tiempos de los presocráticos.
A esta última acepción es a la que nosotros nos atenemos, de modo que humanismo vendría a ser todo relato, sea del signo que sea, que versa sobre el hombre y que de alguna manera puede ayudar para conocerle mejor y orientarnos acerca de cuál es el puesto que le corresponde en el universo y como deben ser las relaciones con nuestros semejantes. Tal como decía Terencio: “hombre soy y nada de lo humano me resulta ajeno”. Solo quien desconecta y deja de interesarse por el hombre quedaría excluido del humanismo. Fácil es deducir que, no es tanto de humanismo, cuanto de humanismos, de lo que cabe hablar. Teniendo en cuenta la complejidad del tema, en este ensayo recientemente publicado, se ha procedido a diseccionar ordenadamente el territorio antropológico en dos partes: una referida al humanismo filosófico, que tiene como fuente de conocimiento la luz natural del entendimiento y el otro representado por la visión cristiana del hombre que, además del conocimiento racional, se nutre de la revelación y del magisterio de la Iglesia.
La incursión por la denominada “filosofía antropológica” se realiza a través de dos vías de acceso: una sería la razón argumentativa y la otra sería la razón histórica. Por lo que respecta a la primera conviene advertir que la filosofía antropológica no se identifica con el humanismo, pero bien pudiera ser considerada como su matriz, por cuanto que la idea que tengamos del hombre, condiciona el discurso humanista. De aquí la obsesión por definir de forma apriorística la naturaleza del hombre. El problema está en que el ser humano se resiste a ser definido, como lo prueba el hecho de que se han dado innumerables definiciones del hombre y ninguna de ellas ha merecido ser tomada como definitiva. De él dijo Aristóteles que era “un animal racional o social”. Pascal le identifica “como una débil caña pensante”. Max Scheler le define como: “un ser en relación”. Unamuno ve al hombre como “un sujeto con ansias de inmortalidad”. Para Zubiri es “inteligencia sintiente”. Marcel habla del hombre como si fuera “un espíritu encarnado”, etc. y así podíamos seguir. No diré yo que tales definiciones sean falsas, Dios me libre, todas ellas son verdaderas, pero incompletas, porque el hombre es un ser inacabado que siempre puede llegar a ser algo más de lo que se dice de él. A las cosas se las puede definir, porque son existencias estáticas, cerradas, pero el hombre resulta indefinible porque, como diría Ortega y Gasset, representa un proyecto inconcluso, siempre en marcha, siempre por hacer, tal como pensaba S, Agustín, quien decía del hombre que era “un ser siendo”. Es por esto por lo que a pesar de la vastísima información que hoy tenemos del hombre, éste sigue siendo un desconocido, de modo que cuanto más sabemos del hombre, nos damos cuenta que es mucho más lo que nos falta por conocer del mismo.
- así a través de la antropología filosófica hemos llegado a descubrir que la persona posee una suprema dignidad, ya que según nos dice Kant el hombre es fin en sí mismo y nunca medio. Rasgos relevantes de esta dignidad personal son, de una parte la autoconciencia, capacidad que permite a los humanos volver la mirada sobre nosotros mismos, escudriñar nuestro propio interior, conocernos por dentro. De aquí la recomendación de Sócrates: “Atrévete a conocerte por dentro para que puedas llega a ser tú mismo” El otro rasgo diferencial de la persona sobre la que se sustenta la sustancialidad del hombre es la libertad, que le permite ser dueño de sí mismo y de su propio destino, él es el único ser en este mundo, poseedor de este privilegio, que le acerca a la divinidad. En resumen, solo el hombre es consciente de que existe y que puede hacer con su existencia lo que su voluntad decida.
Otra vía de acceso al humanismo la encontramos, como ya quedo apuntado, en la razón histórica. El saber sobre el hombre se ve enriquecido a medida que el tiempo pasa. Gracias a las distintas filosofías el horizonte humano se ha ido ensanchando. No quiero decir con ello que todos los sistemas filosóficos sean recomendables en su conjunto, pero han de ser estudiados y tenidos en cuenta por si hubiera alguna aportación aprovechable. No podemos olvidar que el hombre es poliédrico, un sujeto de mil caras, imposible de ser observado por un solo espectador desde su particular punto de mira. Solo Dios Omnipresente puede tener una visión integral del mismo. En cambio, cada uno de los hombres solamente puede tener su visión parcial. Donde está mi pupila no puede estar la del otro y está claro que la visión desde una sola perspectiva solo puede ser una visión parcial y empobrecedora. Esto que estoy diciendo queda admirablemente significado en la teoría del perspectivismo histórico de Ortega y Gasset, quien nos dirá: Dos espectadores que contemplan la sierra de Guadarrama, uno desde Segovia y otro desde el Escorial, nos ofrecerán versiones distintas de un mismo objeto; pero no por ello tienen que ser falsas las dos, ni tan siquiera una de ellas, al contrario, para ser verdaderas tienen que ser distintas, porque distinto es el punto de mira de cada uno. Algo parecido sucede con los distintos relatos humanistas habidos a lo largo historia, los cuales al estar sujetos a unas determinadas coordenadas espacio- temporales hay que interpretarlos en clave de complementariedad. Por esta razón, el autor de este libro se detiene en hacer un recorrido por la historia de la filosofía, desde la antigüedad griega y romana hasta nuestros días, pasando por el Renacimiento, la Modernidad, el Romanticismo y la Posmodernidad, que nos abre las puertas a la nueva era del transhumanismo globalizador donde ahora nos encontramos. Era necesaria esta primera parte para entender lo que viene detrás, nada menos que el Humanismo Cristiano. No en vano se ha dicho que la civilización cristiana occidental está construida sobre tres colinas: la Acrópolis de Atenas, el Capitolio de Roma y el Gólgota de Jerusalén.
Y que decir de la aportación humanista de las mujeres a lo largo de la historia ?
En esto como en otras cuestiones, la aportación ha sido silenciosa y callada, sin que su opinión, fuera tomada en consideración, pero ha llegado el momento en que la mujer está llamando a la puerta para enriquecer el humanismo y dotarle de un nuevo sentido. Hasta ahora lo que ha prevalecido ha sido un humanismo masculino intelectualizado, pero aunque tarde, nos estamos dando cuenta que a este tipo de humanismo le falta la complementación femenina, que no feminista. Necesitamos un humanismo con el rostro amable de mujer afectivo y acogedor, aderezado con la ternura y el sentimiento compasivo hacia los demás. Un humanismo así, visto con ojos de mujer, bien pudiera ponernos a salvo de un mundo agresivo y deshumanizado
EL HUMANISMO CRISTIANO
- él está dedicado por entero la segunda parte de este libro.
- primer lugar, comencemos por decir que no hay que confundir el humanismo cristiano con el cristianismo, ambos conceptos responden a realidades diferentes. El cristianismo hay que entenderlo como una adhesión a la persona Cristo, a través de una confianza total y absoluta en él, mientras que el humanismo cristiano no pasa de ser un capítulo importante de la filosofía cristiana, que aparece de forma tardía y que ha ido evolucionando con el tiempo.
En los primeros siglos del cristianismo, todo era visto “sub specie aeternitais”, la vida terrena era no más que un mero tránsito, un salto hacia la eternidad imperecedera, lo que favorecía, por una parte, la práctica de la ascética y mística y por otra la “fuga mundi” que practicaban los anacoretas. Al alma se la tenía en un gran aprecio por ser incorruptible, mientras que al cuerpo mortal y perecedero apenas se le prestaba atención, como no fuera para castigarle y librarse de él como de un fardo pesado. Era, para decirlo de alguna forma, el malo de la película, al que había que atar corto. En definitiva, se trataba una visión del hombre excesivamente espiritualista, que con el tiempo sería cambiada por una visión más integradora. Ello fue posible en gran medida a la aparición de la escolástica, que fue capaz de incorporar la filosofía clásica procedente de Grecia y Roma al relato cristiano. Entre los escolásticos cabe destacar a Sto. Tomás de Aquino, quien tuvo la osadía de introducir la filosofía de un pagano como Aristóteles en el contexto de la filosofía cristiana, hazaña que en aquellos tiempos no exenta de un enorme riesgo. A partir de entonces, al cuerpo ya no se le vería como un enemigo del alma, sino como a un compañero de viaje, dejaría de ser una cárcel para convertirse en un lugar de operaciones y ambos serían considerados co-principios sustanciales necesarios e íntimamente unidos para la formación del ser humano y aunque el alma haya de ser considerada superior al cuerpo, tanto en un principio como en el otro, podía verse reflejada la imagen de Dios. Ambos vendrían a ser constitutivos esenciales de esa sustancia que llamamos hombre, por lo que lo correcto ya no era decir que el hombre tiene cuerpo, sino que el hombre es cuerpo y alma a la vez, tanto es así, que si uno de los dos falta, ya no es del hombre de lo que estamos hablando, sino de otra cosa distinta. En realidad, el que goza y sufre, el que llora y ríe, el que es feliz o desgraciado, el que pasa de la niñez a juventud, se hace adulto y viejo y finalmente muere, es el hombre entero.
Siguiendo los pasos de Aristóteles y superando las corrientes espiritualistas, el teólogo dominico nos ofrecerá una visión integral del hombre, en la que el cuerpo juega un papel importante hasta poder decir, que “el alma unida al cuerpo es más semejante a Dios que separada de él”. Se equivocan pues, quienes ven al cuerpo un estorbo para el ama, incluso se engañan quienes dicen que es un mero añadido accidental, como engañados están, aquellos contemporáneos nuestros que sostienen que el hombre es pura y simple corporeidad material, lo que conduce a idolatrar al cuerpo y hacer del gimnasio un templo, sin reparar siquiera en que a la vuelta de la esquina nos espera el sepulturero. Pues bien, ni una cosa ni otra, en el medio estaría la virtud. Nada tan cierto pues, que la antropología cristiana tiene contraída una gran deuda con la filosofía griega, especialmente con Aristóteles, bastaría hacer un breve recordatorio de conceptos tan fundamentales como pueden ser sustancia y accidentes, naturaleza y atributos, persona e individuo, esencia y existencia, acto y potencia, materia y forma etc., todos ellos de procedencia aristotélica, pero cierto también que, lo característico y específicamente del humanismo cristiano, se lo debemos a la revelación y al magisterio de la Iglesia .
EL MISTERIO DEL HOMBRE INSERTO EN EL MISTERIO DE DIOS
A ningún filósofo pagano se le hubiera ocurrido el concepto de creación, ni la resurrección gloriosa de los cuerpos en el día final, ni tampoco que el hombre fuera hecho a imagen semejanza de Dios, un poco inferior a los ángeles, coronándole de gloria y majestad. Solo por revelación sabemos que un día los padres de la familia humana perdieron la inocencia, siendo heridos por el pecado original de funestas consecuencias para el género humano, pues de resultas de ello entró el pecado, el mal, la desgracia, el dolor, la enfermedad y la muerte en el mundo.
Por revelación sabemos que, compadecido de nuestra situación, Dios se hizo uno de los nuestros para rescatarnos y compartir nuestra aventura humana. A través de la palabra revelada sabemos también que Dios sigue siendo nuestro Padre y nosotros los hombres, somos hijos suyos herederos de su gloria. ¿Puede haber mayor dignificación del ser humano? ¿Puede haber algún tipo de humanismo que se pueda comparar al humanismo cristiano? Ciertamente, a la luz del humanismo cristiano teocéntrico, sigue habiendo dudas sobre el hombre, pero menos que en el humanismo ateo
- otro orden de cosas, como por ejemplo el de la moralidad, el humanismo cristiano se nos muestra también como un tipo de humanismo que supera todas las expectativas humanas. A Jesús de Nazaret hay que verlo como un rebelde, que cuestionó los fundamentos sobre los que se sustentaba el sistema social vigente de su tiempo y de todos los tiempos. El fue quien sentó las bases de una Nueva Humanidad y estableció una nueva escala de valores. Su programa de vida no se acomoda a las aspiraciones humanas, sino que representa una subversión de valores en toda regla, como puede constatarse a través del Sermón de la Montaña en Tabgha, cerca de Cafarnaún, que pronunciara ante más de 5000 asistentes, en su mayoría pobres, con hambre, oprimidos. medio de un impresionante silencio, el Rebelde tomó la palabra para dar a conocer las Bienaventuranzas, consideradas como la “Carta Magna” del humanismo cristiano. Se trata de un mensaje radicalmente innovador y al mismo tiempo liberador, el más sublime de los escuchados por oídos humanos, en el que se anuncia, que lo que el mundo considera como un tesoro, para Dios no es más que basura.
En aquel tiempo, como en todos los tiempos, el derecho a ser felices solo lo tenían los ricos, los poderosos, los influyentes, los guapos, los conquistadores, los prepotentes, los dominadores, los tramposos, los que se ajustaban a los intereses mundanos y del otro lado estaban los desheredados, los menesterosos, los compasivos, los pacíficos, los humildes, que solo tenían derecho a ser desdichados. Los mismos que Nietzsche despreciaciaría, considerándolos como sujetos derrotados, portadores de la moral débil.
Jesús invertirá los términos y llamará bienaventurados a los que el mundo considera malaventurados y viceversa. A partir de ahora los bienaventurados serán los que se vacían de los bienes materiales para llenarse de los bienes del espíritu, los sufridores capaces de convertir su llanto en gozo. No es que el sufrimiento y el dolor hayan de ser tomados como valores en sí mismos, pero sí pueden ser instrumentos para madurar como personas y acrisolar nuestro corazón. Bienaventurados serán los sembradores de paz y no de violencia física o verbal, lo serán también los misericordiosos, que se gozan en socorrer y servir a quienes más lo necesitan, sabedores de que “el que no vive para servir no sirve para vivir”. En fin, los bienaventurados en este Nuevo Humanismo inaugurado por Jesús en el Monte de las Bienaventuranzas, son aquellos que anteponen el gozo espiritual al gozo material. El mensaje del Rebelde, tan opuesto a la sabiduría y aspiraciones humanas, debió caer como una bomba, e incluso hubo quien lo interpretó como una declaración de guerra, de modo que seguramente como alguien ha dicho: “El día que Jesús pronunció el sermón de las bienaventuranzas, firmó su sentencia de muerte”
Sin negar que el humanismo cristiano trasciende a la política y va mucho más allá de las ideologías, justo es reconocer que los cristianos, aunque ciudadanos de otro reino, están instalados en la temporalidad, lo que les obliga a vivir la paradoja de “estar en el mundo sin ser del mundo”. Ello significa que, en cuanto ciudadanos, que son tienen que asumir un compromiso político, estar abiertos al mundo y relacionarse con los demás. Han de preocuparse por defender la dignidad y los derechos de la persona, así como trabajar a favor del desarrollo humano. Hay que reparar en el hecho de que, juntamente con las doctrinas conciliares, ha habido corrientes modernas de espiritualidad, que han contribuido también al enriquecimiento del humanismo cristiano, al poner de manifiesto el valor divino de lo humano. El compromiso con el mundo ha de ser visto como un capítulo importante del humanismo cristiano, sin olvidarnos de la supremacía de lo espiritual sobre lo material, aspecto que fue tenido en cuenta en el periodo que va desde Pio IX a Pio XI, pasando León XIII, el Papa de las Encíclicas Sociales. En este periodo, de forma clara y contundente, se establece que el poder religioso debe estar por encima del poder político y se sientan las bases del estado cristiano, en clara oposición al estado laico, tanto en su versión liberal como en su versión socialista, siendo condenados sus errores en el “Syllabus” de Pio IX.
- Con llegada del concilio Vaticano II se produce un cambio de viraje. La táctica del anatema es sustituida por la de la mano extendida, se reconoce legitimidad a los estados laicos y se establece el principio de libertad religiosa. En este cambio se dejó sentir influencia de J. Maritain, maestro y amigo personal del cardenal Montini, posteriormente Pablo VI, quien acogería complacido, como lo hicieron sus sucesores, el humanismo integral propuesto por este autor, que sería considerado como el santo y seña del Humanismo Cristiano de los tiempos modernos, si bien el sector más conservador mostraría sus reservas, no solo por versatilidad de la vida y el pensamiento del filósofo francés, sino por creer que contiene elementos “liberaloides”. Sea como fuere, el hecho es que hoy se dan dos tendencias dentro del catolicismo, conocidas como el progresismo y el conservadurismo y cuanto antes se acabe con esta situación, mejor. El nuevo papa, León IV, recientemente elegido, tendrá como misión principal tratar de acercar posturas y lograr, hasta donde se pueda, que todos remen en misma dirección.
No es bueno que los seguidores de Cristo se muestren divididos, en unos tiempos en que el laicismo amenaza con ganar la batalla a la civilización cristiana. No es bueno tampoco el enfrentamiento entre el humanismo cristiano y el humanismo laico, por eso se está hablando tanto de la “Nueva Evangelización”, pero antes de tratar de poner orden en la casa ajena, no estaría mal comenzar por la propia y cuando esto se logre, será más fácil dialogar y acercar posturas con quienes está fuera de la Iglesia. Este acercamiento a la Iglesia del laicismo se viene persiguiendo desde el concilio Vaticano II pero no está siendo fácil, aunque ambas partes saldrían beneficiadas.
Encontrar un punto de convergencia entre la cultura cristiana y no cristiana es el gran reto de la hora presente. Este punto de convergencia bien pudiera ser el amor, columna vertebral del humanismo cristiano y también la energía más poderosa del universo según opinión de acreditados científicos, interlocutores válidos de la hora presente, entre los que se encontraría el mismísimo Einstein. Hora es ya de ir pensando que el humanismo del amor es el único que puede salvar a nuestro mundo???????