El Evangelio no es un libro viejo. Es un espejo que arde.
Por: Rafael Moya | Fuente: Cristo en la Ciudad

El Evangelio no es un libro viejo. Es un espejo que arde.
A veces tratamos el Evangelio como un documento antiguo. Como si fuera un archivo de historias sagradas, encerrado entre páginas doradas que se leen de pie y con solemnidad.
Pero el Evangelio no está muerto.
Está esperando.
A que alguien lo lea con los pies en la tierra.
A que alguien lo entienda con hambre en el estómago y dudas en el alma.
A que alguien lo viva, aunque no sepa recitarlo de memoria.
El Evangelio no se escribió para museos. Se escribió para los que caen, se levantan, tropiezan y vuelven a amar. Se escribió para el que perdió el rumbo. Para la que llora sola en el microbús. Para el que se equivoca. Y para el que, sin saberlo, tiene dentro una chispa divina.
Hacer actual el Evangelio no es cambiarlo. Es dejar que nos cambie.
Cuando dejamos que el Evangelio hable en nuestro aquí y ahora… deja de ser historia, y se vuelve revolución. Deja de ser rito, y se vuelve justicia. Deja de ser libro, y se vuelve vida vivida con sentido.
Y ahí empieza lo más profundo:
Cuando una persona vive el Evangelio, el barrio cambia. Y cuando una comunidad lo encarna… el mundo se sacude.
“No se trata de saber qué dijo Jesús hace dos mil años. Se trata de descubrir qué te dice hoy, entre el tráfico y las noticias.”

