Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net

Hoy nos presenta el libro de los Hechos de los Apóstoles la conversión de Pablo. Cristo Resucitado y vivo se presenta ante el Pablo que respira odio y deseos de muerte y venganza. “¿Por qué me persigues?” Son las palabras que dirige a Pablo. Y cuando él manifiesta su desconcierto ante esta expresión, Jesús mismo aclara: “Yo soy Jesús a quien tu persigues”.
Caído y por tierra, Pablo inicia el camino de conversión: descubrir a Jesús en aquellos que juzgaba paganos y entenderlos como parte de su cuerpo místico hasta llegar a afirmar que todos y cada uno de los hermanos forman el cuerpo de Jesús estrechamente enlazados.
¿Cómo vivir hoy la presencia de Jesús resucitado en medio de nosotros y descubrirlo en cada uno de los hermanos? ¿Cómo poder mirarlo si estamos divididos y llenos de resentimientos? Se necesitará también caer por tierra, desmontarnos de todo orgullo y discriminación, escuchar también para nosotros las palabras de Jesús: “¿Por qué me persigues?” Este día, ojalá tengamos el suficiente valor para dejando atrás nuestras prevenciones, podamos mirar el rostro de Jesús en los hermanos. Por otra parte, el evangelio nos coloca frente a Jesús que exige alimentarnos de su carne y de su sangre.
Los judíos abiertamente se oponen a comer la carne de Jesús y a beber su sangre. Esta identificación con Jesús nos lleva a un compromiso serio. No es posible estar separado de Jesús y olvidarnos de su realidad actual viva en medio de nosotros. La Eucaristía nos permite participar físicamente, comiendo y bebiendo de su misma vida, pero también nos llevará a una identificación que nos una con Él.
Participar en la misa es una gran riqueza que nos llenará de fuerza pero que no debe quedar en la intimidad e individualismo. Pensemos delante de Jesús y escuchando sus palabras, reflexionemos qué significa para nosotros comulgar y si esto nos lleva a vivir en fraternidad y unión con todos los hermanos.
