Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net
Cuando escuchamos esta narración de la mujer adúltera, tomamos la actitud de condenar a los fariseos y los escribas que pretendían apedrear a la mujer. Y nos lo colocamos decididamente del lado de Jesús que perdona, que defiende, que acompaña. Pero otra cosa muy diferente es lo que hacemos en la vida diaria y en nuestras relaciones tanto familiares como comunitarias.
Es más fácil condenar a los demás que ponernos en su lugar y tratar de entenderlos. Jesús desenmascara esta actitud y provoca que cada uno de los acusadores tenga que retirarse en silencio a rumiar su propio pecado. La acusación era dolosa y la mujer estaba siendo utilizada para atacar a Jesús.
La ley decía que juntamente con la adultera se tenía que presentar también al adultero, cosa que no hacen los acusadores, pues en una sociedad machista, fácilmente se perdonan los errores del hombre y se magnifican los de la mujer; en una sociedad de poderosos, se absuelve a quien tiene dinero o poder, y se condena al indefenso. Y muchas veces las condenas, no dependen tanto de la culpabilidad sino de los intereses de los acusadores.
¿Cuántos inocentes se encuentran tras las rejas? ¿Cuántos culpables han comprado su libertad y pueden seguir con sus delitos impunemente? Para Jesús, lo importante no es la condenación ni el andar buscando culpables, lo que le duele a Jesús es que se utilice a las personas para ocultar los verdaderos propósitos. Por eso busca descubrir el interior de cada persona y ponerlo ante la gran misericordia de Dios.
El arrogante y orgulloso no resiste su pecado y se oculta, se aleja; el humilde y arrepentido, encuentra salvación. Jesús no ha venido a condenar sino a dar vida; pero tampoco acepta actitudes hipócritas que se escudan en los pecados ajenos para justificar sus propias faltas.
El Papa Francisco nos recuerda que Dios es siempre perdón, y que nosotros tampoco somos jueces. Pongámonos mejor en situación de conversión. Esta cuaresma dejemos nuestras máscaras, abramos nuestro interior y escuchemos las dulces palabras de Jesús: “No te condeno. Vete” Eso sí, con la advertencia de que no volvamos a pecar, no sea que nosotros mismos nos hagamos reos de pecado.