La misión que nos revela que somos imagen y presencia De Dios
Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate
Llegamos al corazón del mes de octubre para unirnos a todos los fieles en el mundo que responden al llamado del Papa Francisco para celebrar la dimensión misionera de la Iglesia y para hacer oración por los misioneros y misioneras. Nos sumamos así, en Xalapa, al Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND).
La respuesta entusiasta al llamado de Jesús y la conciencia misionera de los discípulos hizo posible que el evangelio se anunciara a todos los pueblos, marcando así una ruta para tantos evangelizadores que, a lo largo de la historia, no dejan de hacer presente a Nuestro Señor Jesucristo por medio de la predicación y del ardiente testimonio de su vida cristiana.
Hay un mandato expreso de Jesucristo que la Iglesia ha venido cumpliendo durante toda su historia, pero también hay un profundo anhelo de compartir lo que nos ha dado la vida, lo que nos ha liberado, lo que ha llenado la vida de alegría, de sentido y de esperanza.
No se puede contener tanta alegría y por eso se comparte al Señor, se anuncia su evangelio y se ofrece el tesoro de la fe. La emoción y la dicha de haber recibido a Jesús nos movilizan para darlo a conocer, como si se sintiera la urgencia de anunciarlo para compartir la alegría del evangelio.
Como San Pablo, creemos en la distribución de la gracia y por eso no dejamos de anunciar el evangelio para que la vida divina llegue a las situaciones más extremas que viven los hombres y alcance a todos los hombres de todos los rincones de la tierra.
La Iglesia, a ejemplo de los apóstoles, reafirma en una celebración como esta su dimensión misionera, siendo consciente de cómo Jesús quiere alcanzar a todos los hombres para derramar su gracia sobre ellos.
Así se expresa San Pablo: “A mí, el más insignificante de todos los fieles, se me ha dado la gracia de anunciar a los paganos la incalculable riqueza que hay en Cristo, y dar a conocer a todos cómo va cumpliéndose este designio de salvación, oculto desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo”.
Ser colmados por la gracia de Dios y descubrir la vida nueva que Cristo trae a nuestras almas nos lleva a corresponder al amor de Dios a través de la alabanza: “Alaben al Señor pueblos del orbe, reconozcan su gloria y su poder y tribútenle honores a su nombre… Caigamos en su templo de rodillas…” (Sal 95).
En el evangelio le preguntan a Jesús por los derechos del César y él responde reflexionando sobre los derechos de Dios. La moneda lleva la imagen del Emperador, pero el ser humano, como nos recuerda el libro del Génesis, lleva en su persona la imagen de Dios.
El Papa Benedicto XVI, recurriendo a los padres de la Iglesia, ofreció una reflexión que esclarece el sentido de esta expresión bíblica que muchas veces se utiliza para limitar o arrinconar la misión de la Iglesia.
“Jesús responde con un sorprendente realismo político... El tributo al César se debe pagar, porque la imagen de la moneda es suya; pero el hombre, todo hombre, lleva en sí mismo otra imagen, la de Dios y, por tanto, a él, y sólo a él, cada uno debe su existencia. Los Padres de la Iglesia, basándose en el hecho de que Jesús se refiere a la imagen del emperador impresa en la moneda del tributo, interpretaron este paso a la luz del concepto fundamental de hombre imagen de Dios, contenido en el primer capítulo del libro del Génesis. Un autor anónimo escribe: «La imagen de Dios no está impresa en el oro, sino en el género humano. La moneda del César es oro, la de Dios es la humanidad… Por tanto, da tu riqueza material al César, pero reserva a Dios la inocencia única de tu conciencia, donde se contempla a Dios… El César, en efecto, ha impreso su imagen en cada moneda, pero Dios ha escogido al hombre, que él ha creado, para reflejar su gloria» (Anónimo, Obra incompleta sobre Mateo, Homilía 42)”.
En un tono exhortativo y espiritual San Lorenzo de Brindisi medita así este texto evangélico: “Hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios. Tú, cristiano, eres ciertamente un hombre: luego eres la moneda del impuesto divino, eres el denario en el que va grabada la efigie y la inscripción del divino emperador. Por eso te pregunto yo con Cristo: ¿De quién son esta cara y esta inscripción? Me respondes: De Dios. Te replico: ¿Por qué, pues, no le devuelves a Dios lo que es suyo?”.
Por lo tanto, más que separar campos, se trata de clarificar nuestra conciencia cristiana para que, sin dejar de cumplir nuestros deberes temporales, alabemos al Señor y vivamos conforme a la dignidad que nos ha concedido, pues somos imagen y semejanza de Dios.
El testimonio y la predicación de los misioneros hacen posible que en el ser humano se refleje la gloria de Dios. De esta forma recordamos con emoción y gratitud al gigante de la caridad, a nuestro santo obispo misionero San Rafael Guízar Valencia, quien hizo posible que en medio del sufrimiento y la pobreza del pueblo veracruzano irrumpiera la gloria de Dios, que no deja de iluminar nuestra historia.