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Catequesis. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 10. Los testigos: San Pablo 2
"Un anunciador está preparado para partir, y sabe que el Señor pasa de forma sorprendente".


Por: Papa Francisco | Fuente: Vatican.Va



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de haber visto, hace dos semanas, el impulso personal de san Pablo por el Evangelio, podemos reflexionar hoy más profundamente sobre el celo evangélico, así como él mismo habla sobre ello y lo describe en algunas de sus cartas.

En virtud de su propia experiencia, Pablo no ignora el peligro de un celo distorsionado, orientado en una dirección equivocada; en este peligro había caído él mismo antes de su caída providencial en el camino de Damasco. A veces tenemos que lidiar con una preocupación mal orientada, obstinada en la observancia de normas puramente humanas y obsoletas para la comunidad cristiana. «El celo – escribe el Apóstol – que ésos muestran por vosotros no es bueno» (Gal 4,17).

No podemos ignorar la preocupación con la que algunos se dedican a ocupaciones equivocadas también en la misma comunidad cristiana; se puede presumir de un falso impulso evangélico mientras se está persiguiendo en realidad la vanagloria o las propias convicciones o un poco el amor de uno mismo.

Por esto nos preguntamos: ¿cuáles son las características del celo evangélico verdadero según Pablo? Para esto, me parece útil el texto que hemos escuchado al inicio, una lista de “armas” que el Apóstol indica para la batalla espiritual. Entre estas está la prontitud para propagar el Evangelio, traducida por algunos como “celo” —esta persona es un celante en el llevar adelante estas ideas, estas cosas—, e indicada como un “calzado”. ¿Por qué? ¿Por qué el impulso por el Evangelio está vinculado a lo que se pone en los pies? Esta metáfora hace referencia a un texto del profeta Isaías, que dice así: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: “Ya reina tu Dios”!» (52,7).



También aquí encontramos la referencia a los pies de un anunciador de buenas noticias. ¿Por qué? Porque quien va a anunciar debe moverse, ¡debe caminar! Pero notamos también que Pablo, en ese texto, habla del calzado como parte de una armadura, según la analogía del equipamiento de un soldado que va a la batalla: en los combates era fundamental tener estabilidad de apoyo, para evitar las insidias del terreno, porque a menudo el adversario llenaba de trampas en el campo de batalla, y para tener la fuerza necesaria para correr y moverse en la dirección adecuada.  Por esto, el calzado es para correr y evitar todas estas cosas del adversario.

El celo evangélico es el apoyo en el que se basa el anuncio, y los anunciadores son un poco como los pies del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. No hay anuncio sin movimiento, sin “salida”, sin iniciativa. Esto quiere decir que no hay cristiano si no en camino, no es un cristiano si el cristiano no sale de sí mismo para ponerse en camino y llevar un anuncio. No hay anuncio sin movimiento, sin camino. No se anuncia el Evangelio parados, encerrados en una oficina, en el escritorio o en el ordenador haciendo polémicas como “leones de teclado” y sustituyendo la creatividad del anuncio con el corta y pega de ideas cogidas aquí y allí. El Evangelio se anuncia moviéndose, caminando, yendo.

El término usado por Pablo, para indicar el calzado de quien lleva el Evangelio, es una palabra griega que denota prontitud, preparación, alacridad. Es lo contrario de la dejadez, incompatible con el amor. De hecho, en otra parte Pablo dice: «con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor» (Rm 12,11). Esta actitud era lo que se pedía en el Libro del Éxodo para celebrar el sacrificio de la liberación pascual: «Así lo habéis de comer: ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis deprisa. Es Pascua de Yahveh. Yo pasaré esta noche» (12,11-12a).

Un anunciador está preparado para partir, y sabe que el Señor pasa de forma sorprendente; por tanto, debe estar libre de esquemas y predispuesto a una acción inesperada y nueva: preparado para las sorpresas. Quien anuncia el Evangelio no puede estar fosilizado en jaulas de plausibilidad o en el “siempre se ha hecho así”, sino que debe estar preparado para seguir una sabiduría que no es de este mundo, como dice Pablo hablando de sí mismo: «Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios» (1 Cor 2,4-5).

Pues bien, hermanos y hermanas, es importante tener esta prontitud a la novedad del Evangelio, esta actitud que es un impulso, un tomar la iniciativa, un ir el primero. Es un no dejarse escapar las ocasiones para promulgar el anuncio del Evangelio de paz, esa paz que Cristo sabe dar más y mejor de como la da el mundo.  Y por esto os exhorto a ser evangelizadores que se mueven, sin miedo, que van adelante, para llevar la belleza de Jesús, para llevar la novedad de Jesús que cambia todo. “Sí, Padre, cambia el calendario, porque ahora nosotros contamos los años antes de Jesús…” – “Pero también, cambia el corazón: ¿y tú estás dispuesto a dejar que Jesús te cambie el corazón? ¿O tú eres un cristiano tibio, que no se mueve? Piensa un poco: ¿tú eres un entusiasta de Jesús, vas adelante? Piensa un poco…



Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Con la fuerza que nos da Cristo Resucitado, y teniendo en cuenta la experiencia de san Pablo, salgamos a anunciar a todos la Buena Noticia, que nos da alegría y paz. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

LLAMAMIENTO

Ayer se celebraba el 60º aniversario de la Encíclica Pacem in terris, que san Juan XXIII dirigió a la Iglesia y al mundo en medio de la tensión entre los dos bloques enfrentados en la llamada Guerra Fría. El Papa abrió ante todos el horizonte amplio en el que se puede hablar de paz y construir la paz: el diseño de Dios sobre el mundo y sobre la familia humana. Esa Encíclica fue una verdadera bendición, como un atisbo de serenidad en medio de nubes oscuras. Su mensaje es muy actual. Basta por ejemplo este pasaje: «las relaciones internacionales, como las relaciones individuales, han de regirse no por la fuerza de las armas, sino por las normas de la recta razón, es decir, las normas de la verdad, de la justicia y de una activa solidaridad» (n. 114). Invito a los fieles y a los hombres y las mujeres de buena voluntad a leer la Pacem in terris, y rezo para que los jefes de las naciones se dejen inspirar por ella en los proyectos y en las decisiones.

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy reflexionamos sobre el celo apostólico a la luz de los escritos de san Pablo. La experiencia del Apóstol nos demuestra que puede haber un celo distorsionado —quizás movido por la vanagloria o las propias ideas—, tal como le sucedió a él mismo antes de su encuentro con Cristo en el camino de Damasco. De hecho, las imágenes que utiliza en sus cartas pueden ayudarnos a definir las características de un verdadero celo apostólico, de un verdadero apóstol de Jesús.

En el texto que hemos escuchado, Pablo dice a los efesios que “el calzado” para anunciar el Evangelio es “el celo”. Esta metáfora también nos recuerda al profeta Isaías, cuando habla de los pasos del que anuncia la buena noticia. ¿Qué significa esta referencia a “los pies” del apóstol? Significa que quienes anuncian a Jesús se tienen que mover, no se pueden quedar quietos. El celo evangélico es la base del anuncio, lo que impulsa a salir, a tener iniciativas, a tener creatividad; en definitiva, nos hace estar dispuestos a “modificar la agenda”, poniendo en primer lugar el anuncio de Jesús.







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