La pobreza está de moda
Por: Fco. Javier Rubio Hípola, L.C. | Fuente: Gama - Virtudes y Valores
La pobreza está de moda. Contra todos los esfuerzos de un capitalismo consumista, el paladar occidental está probando una medicina amarga que parecía haber olvidado. El espectro de la nueva crisis económica avanza a marchas forzadas por las calles del mundo. La pobreza se pone junto a nosotros, nos acompaña por el camino, nos espera en las plazas, en las tiendas, en los bancos.
Queramos o no, la pobreza está de moda. A muchas personas les parecerá un primer encuentro fastidioso. A otras, un encuentro más. De cualquier forma, puede resultar una buena oportunidad para conocerla, para descubrir todas sus facetas y para replantear nuestra actitud para con ella.
Todos somos pobres. Algunos ya lo hemos descubierto. Otros no. Depende en gran medida del concepto que tengamos de pobreza. Pobre puede ser el que no “tiene”. El que no tiene dinero, belleza física, coche, casa, oportunidades… Al hombre que se deja absorber por el veneno del consumismo, el tener o no tener puede llegar a resultarle un factor determinante para catalogar a una persona.
Parece que el hombre de hoy está aletargado por una especie de narcótico sumamente eficaz. A pesar de las facilidades de las que gozamos hoy en día para realizarnos como personas, el hombre no es feliz. Cuesta encontrar la lógica a una sociedad en la que abundan los medios para favorecer una verdadera formación intelectual, humana o social y sin embargo… Sin embargo proliferan las insatisfacciones laborales, las depresiones, los psicoanálisis, los divorcios, etc.
Hay una enfermedad que ha vedado a los hombres del siglo XXI la capacidad de ir más allá. Mucho antes de la crisis económica, esta especie de peste ha arruinado la profundidad del pensamiento humano. Su plan ha superado cualquier estrategia de manipulación de masas. No ha tratado de inculcar una ideología autodestructiva. Ha actuado más bien colapsando la atención de los hombres en las meras apariencias, cortando de cuajo el puente entre el fenómeno y el fundamento. Es la superficialidad.
Esta infección nos impide descubrir, en primer lugar, la existencia misma de la enfermedad y en segundo lugar, el verdadero valor de las cosas en nuestra vida. Para cuántos es más importante tener tal o cual teléfono celular, tal o cual coche, tal o cual computadora, que el ser un hombre de bien. Porque si algo está claro es que nadie es perfecto: todos podemos ser mejores. Y esa capacidad humana para superarse responde a una pobreza mucho más real y profunda: la pobreza del ser, un concepto de “pobreza” totalmente olvidado y, sin embargo, mucho más importante. En este sentido nadie se escapa: todos somos pobres.
Cuántas veces son precisamente los más necesitados de bienes materiales los que dan testimonio de una gran riqueza interior.
Aristófanes afirmaba en una de sus comedias que “nada es más cobarde que la riqueza”. Y es que el dinero, la fama, la belleza física… todo huye con el paso de los años. Nadie se llevará su cuenta corriente más allá de los portales de la muerte. ¿Entonces? Entonces sólo quedará lo que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos, los hombres.
¿Y cabe ser feliz en esta tierra, un mundo dominado por el afán de tener? Chesterton, con la agudeza que le caracterizaba, escribió una vez que "la edad de oro retorna a los hombres cuando, aunque sólo sea momentáneamente, se olvidan del oro".
Por supuesto es misión de todos –de todos y de cada uno- hacer lo posible por acabar con la pobreza material en el mundo. La Iglesia es un ejemplo en este sentido. Sin duda, como dijo el Papa Benedicto XVI en su diálogo con los párrocos de Roma del 26 de febrero de 2009, toda economía que quiera superar la crisis actual deberá atravesar un replanteamiento de sus principios en orden a lograr una justa distribución de los bienes.
Sin embargo, cosa curiosa, la Iglesia también propone la pobreza evangélica como medio de perfección para quienes se consagran por entero a Cristo. La pobreza religiosa consiste en ser pobre como Cristo fue pobre. Consiste en tener lo indispensable y en dejar de decir “esto es mío”, para poder decirle a Cristo “yo soy tuyo”. La entrega a Dios de la propia libertad es el acto más perfecto de libertad a que puede aspirar un hombre. Esto implica el desprendimiento de todo aquello que pueda distraer este acto de amor. Éste es otro concepto de pobreza que debería tomarse en cuenta.
Si Dios mismo quiso nacer, vivir y morir pobre en este mundo, no debe ser tan malo como parece, ¿no?
¡Vence el mal con el bien!
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