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Sal de la tierra y luz del mundo
V Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo A


Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ | Fuente: Jesuitas de Colombia



Dijo Jesús a sus discípulos -Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para nada, así que se la tira a la calle y la gente la pisotea. Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo (Mateo 5, 13-16).

Estas palabras de Jesús, tal como nos las presenta el Evangelio según san Mateo inmediatamente después del discurso de las Bienaventuranzas, forma parte del llamado “Sermón de la Montaña”, que se dirige especialmente a sus discípulos, es decir, a quienes se disponen a escuchar sus enseñanzas. Pero no sólo a los de aquel tiempo, sino también a toda persona que desde entonces quiera seguir a Jesús. Por eso, al leer o escuchar este texto evangélico y todo el Sermón de la Montaña que comprende los capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio según san Mateo, cada uno -y cada una- de nosotros es invitado por Jesús mismo a poner en práctica sus enseñanzas.  

Jesús emplea las imágenes de la sal y la luz para definir a lo que estamos llamados sus seguidores. Pero para cumplir esta misión hay que profundizar en el conocimiento de Jesucristo: Él es por excelencia la sal de la tierra y la luz del mundo. Por eso, al contemplar las escenas que nos relatan los evangelios y disponernos a escuchar lo que Él nos dice, nuestra petición debe ser un conocimiento interno del Señor, Dios hecho hombre en la persona de Jesús, que nos lleva a más amarlo y seguirlo.

1. Ustedes son la sal de la tierra

La sal es un condimento sin el cual muchos de los alimentos serían insípidos. Ponerle sal a la vida es darle sabor y promover el gusto por ella en un sentido constructivo. Y esto lo hacemos no sólo cuando acogemos, sino también cuando comunicamos el mensaje de Jesús -su Buena Noticia, que es lo que significa la palabra Evangelio-, como lo que verdaderamente es: un mensaje alegre, gozoso. En medio del pesimismo de muchos ante los problemas de la existencia humana, estamos llamados a ofrecer un sabor de esperanza y optimismo desde la fe en Dios, en nosotros mismos y en la humanidad. Este es el tema central de la primera Exhortación Apostólica del Papa Francisco, emitida a fines del primer año de su pontificado (2013) y que lleva por título Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio).



Pero la sal no sólo da sabor. También evita que los alimentos se corrompan. Ser sal de la tierra es luchar contra la corrupción. Además de las conductas corruptas en los campos políticos y económicos, existen también las de quienes corrompen moralmente a otras personas. La mentalidad del dinero fácil y la degradación del sexo atentan contra la dignidad de las personas y la convivencia respetuosa. En medio de esta situación, Jesús nos llama a ser sal que contrarreste la podredumbre moral en todas sus formas.         

2. Ustedes son la luz del mundo

El paso de la oscuridad a la luz es una imagen que aparece con mucha frecuencia en los textos bíblicos. La primera lectura, tomada del libro profético de Isaías, en el Antiguo Testamento (Isaías 58, 7-10), emplea la imagen de la luz para expresar, junto con la de quien es sanado de sus heridas, el cambio espiritual y renovador que se produce en la persona que sale de su egoísmo y de su indiferencia para compartir lo que es y lo que tiene con su prójimo necesitado. “Entonces romperá tu luz como la aurora (…), brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”.

Este es el sentido de lo que dice Jesús cuando define la misión de sus seguidores como la de ser luz del mundo. La lámpara encendida que no debe ocultarse, sino ponerse en el candelero de modo que podamos mostrar nuestro comportamiento sin avergonzarnos, es el testimonio de una vida luminosa puesta al servicio de los demás a través de acciones concretas de solidaridad con los pobres y los que sufren, de misericordia y compasión, de justicia social, de contribución a la paz mediante una convivencia respetuosa de la dignidad y los derechos humanos de todas las personas, como lo dice inmediatamente antes Jesús en su discurso de las Bienaventuranzas, y como Él mismo lo demostró con el ejemplo de su vida.

3. Profundizar en el conocimiento de Jesucristo



No podemos ser sal de la tierra y luz del mundo si no nos identificamos en la práctica con el modo de pensar, sentir y actuar de Jesús. San Pablo dice en la segunda lectura (1 Corintios 2, 1-5) que el mensaje anunciado por él no corresponde ni en su contenido ni en su forma a la sabiduría de este mundo, sino a la sabiduría de Dios, que se manifiesta plenamente en la persona de Jesucristo. En este sentido nuestra máxima aspiración en el orden del saber debería ser conocerlo a Él cada día más y mejor. Para ello necesitamos buscar espacios de vivencia espiritual en los que podamos experimentar lo que Él nos enseña no sólo con sus palabras, sino también con el testimonio de su vida.

Todos estamos invitados a ser discípulos -o discípulas- de Jesús, el Maestro por excelencia. La palabra discípulo significa aprendiz, y los primeros discípulos de Jesús aprendieron de Él no sólo lo que les decía, sino también lo que les mostraba con los hechos: su actitud siempre acogedora hacia los pobres, los oprimidos, los sufrientes en sus cuerpos y en sus espíritus, su rechazo radical a toda forma de injusticia y de corrupción, su sinceridad transparente opuesta por completo a cualquier forma de mentira o hipocresía y su repudio a todo cuanto constituya hacerles daño físico o moral a las personas.

Por eso, tanto las palabras como el ejemplo de Jesús son para nosotros la sal que le da sabor a nuestra vida y evita su descomposición en la podredumbre del mal, y la luz que vence las tinieblas del egoísmo, la hipocresía y la injusticia. En la medida en que nos vayamos identificando con Jesús, seremos también, como Él mismo nos invita a serlo, sal de la tierra y luz del mundo. Así sea.







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