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La ascética y la mística de San Juan Crisóstomo para el sacerdote actual
El ascetismo del Crisóstomo nace de su contacto íntimo con Dios y a esto invita él a todos los sacerdotes de todos los tiempos y lugares.


Por: P. Celso Júlio da Silva, LC | Fuente: Catholic.net



San Juan Crisóstomo escribió un precioso texto en el siglo IV titulado Sobre el Sacerdocio. La obra está compuesta de seis libros y el armazón de la misma manifiesta un hombre culto, inteligente y profundamente rumiador de la Palabra Divina, además de fino conocedor de la retórica de su época, aprendida con Libanio, y luego elevada por la exégesis antioquena de la Sagrada Escritura.

El tema central de la obra es el sacerdocio. Con un estilo directo, cargado de grafismos de lenguaje, anécdotas personales. El “Boca de Oro”, que es la traducción de “Crisóstomo”, desarrolla a lo largo de seis libros lo que es y lo que significa ser sacerdote, además de resaltar la misión del sacerdote dentro de la Iglesia. Sobre el Sacerdocio es una obra de elementos tanto ascéticos como místicos. Sin embargo, se percibe una mayor acentuación en la dimensión ascética porque Juan de Antioquía, el Crisóstomo, fue un asceta y cuando se convirtió en Patriarca de Constantinopla no dejó de serlo. Predicó y enseñó lo que vivió: una vida ascética.

El que lee los seis libros entra dentro de un crescendo ascético. El Padre de la Iglesia Oriental ofrece consejos muy prácticos y claros para vivir el sacerdocio dentro del seguimiento de Cristo. Vale decir que de esta obra se han alimentado grandes escritores y doctores posteriores, entre ellos San Juan de Ávila, español, que además cita al Crisóstomo innúmeras veces en sus obras.

Presentamos brevemente los aspectos ascéticos y místicos sobresalientes que pueden favorecer la vida sacerdotal hoy en la Iglesia. Por eso, exponemos lo que el Crisóstomo nos puede decir sobre el sacerdocio a nivel ascético.

LA VIDA ASCÉTICA



1. La naturaleza sacerdotal y su excelsa dignidad

Para el Boca de Oro el fundamento del sacerdocio es el amor como compromiso exigente y bello: apacentar. Inspirado en las últimas páginas del evangelio de San Juan, el santo fundamenta toda la naturaleza y la excelsa dignidad de cada sacerdote: todo sacerdote está llamado por el Amor a vivir en el Amor. Si se pierde esto lo demás se vuelve ficción, un espejismo, un engaño, que no dura por mucho tiempo y la vida sacerdotal se resquebraja.

Tomado de entre los hombres para interceder por ellos, el sacerdote debe reflejar ese amor hacia Cristo concretamente en sus hermanos, los hombres y mujeres, a los que es enviado para llevarlos a su vez al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Por eso, San Juan Crisóstomo temía aceptar el sacerdocio, pues era una misión inconmensurable. Sabía que el sacerdote se convierte en “eucaristía” para los demás, tiene que entregar su tiempo, su vida, su salud, sus talentos. Debe descentrarse, salir de sí mismo y vivir para muchos.

Ese temor no es otra cosa que un gran aprecio por el don sacerdotal. La conciencia de ser para los demás en la configuración con Cristo es la nota fundamental de todo el tema de la conciencia de la dignidad y grandeza sacerdotales. Por vía negativa el Crisóstomo expresa en el cuarto libro la grandeza de tal dignidad y cómo se debe abrazar el sacerdocio y el sumo cuidado a la hora de aprobar a los candidatos. Afirma: “el que va a ordenar tiene que hacer mucho examen, y el que va a ser ordenado, mucho más (…) Cuando nadie te llamaba, tú eras débil e inepto. Pero tan pronto como aparecieron los que te iban a otorgar el honor, ¿te hiciste fuerte de repente? Estas cosas son de risa, tonterías y merecedoras del mayor de los castigos” (1).

Además, el sacerdote tiene que ser un hombre equilibrado y disciplinado espiritual y humanamente, englobando sus facultades para ser canal eficaz de la gracia de Dios. Porque la idoneidad del sacerdote se nota especialmente cuando se encuentra en medio de las tempestades de la vida y la misión. Allí no debe turbarse, ni perder el norte, porque él debe ser faro para las almas. Tanto es así que el Crisóstomo afirmaba que el sacerdote debe tener una disciplina más férrea que la de los monjes. Moderado en el vestir, en el hablar, en su trato con los demás etc. Todo esto es concreción de una vida sacerdotal cual faro para las almas.



En este sentido, la prudencia, la diligencia y la reciedumbre frente a las adversidades son fruto de una vida ascética, como se lee en el libro tercero. Pero a la vez ese equilibrio, esa disciplina y esa gavilla de virtudes debe dejar espacio al Espíritu Santo que educa el alma sacerdotal a sedimentar todo en los sentimientos de Cristo Jesús. El santo afirma estos aspectos ascéticos no porque los había estudiado, sino porque los había vivido desde su mocedad en Antioquía.

Por ello, además de esa reciedumbre y de ese espíritu de escucha de Dios supo compaginar la vida pastoral y la soledad. ¡Éste es el talón de Aquiles de muchos sacerdotes! Inmersos entre la gente no saben afrontar la soledad cuando se deparan con ella. Otros naturalmente aptos a la soledad no saben estar en medio del pueblo de Dios. Compaginar las dos cosas hoy es un reto, como lo fue en tiempos del Crisóstomo.

Otro gran punto del Crisóstomo es que el sacerdote debe aprender a gestionar sus pasiones, como su ira, su trato que debe procurar ser discreto y prudente, especialmente con las mujeres, y saber denunciar el pecado cuando sea necesario, sin ambages. ¡Cuántas veces denunció él los pecados de la emperatriz Eudoxia! Simplemente porque quería salvar aquella alma. Empero aquello le costó cuatro destierros y en el último su muerte.

Siendo así, de modo sintético podemos afirmar que el sacerdote sólo es Buen Pastor como el Señor Jesús si en un ambiente y con una actitud ascética se enamora de Cristo y sabe encontrarlo y amarlo sea en la soledad sea en la misión. Y así es cuando incluso la personalidad del sacerdote se va configurando con el “Tú” de Cristo hasta que no exista el “yo” personal solo, sino “Tú, Cristo, en mí”.

2. La misión del sacerdote en la Iglesia

Dentro de la respuesta de amor del sacerdote, ratificada por el “apacienta” mis ovejas dicha por Cristo, el sacerdote es puente entre Dios y los hombres. No puede descuidar los anhelos y las preocupaciones de su rebaño y ni perderse en el activismo pastoral. El desequilibrio surge cuando el sacerdote hace todo para su propia gloria y no para la gloria de Dios. No pone Cristo al centro y pierde el enfoque de ser y de hacer.  

Por eso, para vencer esa tentación es importante desdeñar la envidia y no apegarse a los elogios de las personas, lo que puede aumentar la vanidad. Porque, según el Crisóstomo, los frutos del sacerdote no vienen sólo de sus cualidades humanas, sino de la gracia divina.

Luego para el Boca de Oro la predicación es un acto de amor muy concreto, pero que no sea motivo de vanidad. Por eso, afirma: “el que ha aceptado el combate de la enseñanza no se fíe de las felicitaciones de los de afuera ni abata su alma a causa de ellos, sino que, componiendo sus discursos para agradar a Dios- en efecto, éste ha de ser el único criterio y propósito de su excelente oficio, y no los aplausos y las felicitaciones-, si es elogiado también por parte de los hombres, no rechace las alabanzas, pero si los oyentes no se las conceden, no las busque ni las sufra” (2). El Crisóstomo fue un gran predicador y lo fue porque su conducta acompañó sus palabras y sus palabras sostenidas por su ejemplo de vida llevó las almas a Cristo. Así en todo dio gloria a Dios, como él mismo dijo en sus últimas palabras antes de morir (3).

RESONANCIAS EN LA ACTUALIDAD:

La actualidad de la obra Sobre Sacerdocio

Dos realidades pueden afirmar la actualidad del pensamiento del Crisóstomo para el sacerdote de nuestro tiempo.

La Presbyterorum Ordinis es un decreto del Concilio Vaticano II sobre la formación sacerdotal que se estructura y se inspira de algún modo en las consideraciones de San Juan Crisóstomo, de modo especial en el binomio: ama/apacienta (4). Cuatro siglos antes del Concilio Vaticano II San Juan de Ávila ya había tomado mucho de San Juan Crisóstomo, sobre todo para sus dos Memoriales enviados al Concilio de Trento, en vista a la mejoría de la formación del clero.

El otro acontecimiento emblemático actual es cuando San Juan XXIII mandó traer los huesos de San Juan Crisóstomo a Roma estableciéndolo como el Patrono del Concilio, especialmente con el fin de reforzar las relaciones con las Iglesias Orientales. Este hecho no cabe duda fue una manifestación del deseo profundo del Pastor Supremo, Cristo, que quiere que todos sean uno como Él y el Padre es Uno. El sacerdote, siendo puente entre Dios y los hombres, no puede más que favorecer y trabajar por esa unidad bajo la intercesión y el ejemplo de San Juan Crisóstomo.

¿Y LA MÍSTICA?

¿Dónde queda la vía mística sacerdotal de San Juan Crisóstomo?

Queda intrínsecamente vinculada a su visión ascética, como bien definió Benedicto XVI (5). Pensamiento teológico y acción pastoral caminan de la mano en el auténtico pastor de almas. Nos maravillamos cuando leemos esto que sigue del Crisóstomo que, inmerso en la vida pastoral de Constantinopla, rememora y valora así la vida monástica: “en el desierto de Egipto se ven coros de ángeles en forma humana, masas de mártires, comunidades de vírgenes: el cielo con el coro variado de los astros brilla menos que el desierto de Egipto, donde se encuentran las celdas monásticas” (6).

La contemplación y la soledad para un sacerdote es, en el pensamiento del Crisóstomo, la alfombra por la que caminan la vida pastoral y el esfuerzo ascético de santidad. Confirmación de esto es precisamente que la ascesis sin el cauce de la mística cae en el pelagianismo. Al mismo tiempo que la mística sin la ascesis puede caer en el fideísmo desencarnado que olvida y arrincona la realidad cristiana de todos los días con sus gozos y sus pruebas.

El ascetismo del Crisóstomo nace de su contacto íntimo con Dios y a esto invita él a todos los sacerdotes de todos los tiempos y lugares. Por ello, San Juan Crisóstomo sí entra en esa larga fila de místicos que adornan la vida de la Iglesia, estos hombres y mujeres que- en palabras del Cardenal Raniero Cantalamessa- “son para el pueblo cristiano aquellos exploradores (…) los primeros en penetrar, a escondidas, en la tierra prometida y después volvieron a contar a los otros lo que habían visto (…) Por su mediación nos llegan, en esta vida, los primeros resplandores de la vida eterna” (7).

Bibliografía

  1. SAN JUAN CRISÓSTOMO, Sobre el sacerdocio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 2002, 119-121.  
  2. Ibidem, 144.
  3. Cf. PALADIO, Vida, 11.
  4. Cf. PRESBYTERORUM ORDINIS, n. 11.
  5. Cf. BENEDICTO XVI, San Juan Crisóstomo 1- Audiencia general, miércoles 19 de septiembre de 2007 
  6. SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía en Mateo.
  7. RANIERO CANTALAMESSA, La vida en Cristo, PPC, Editorial y Distribuidora SA, Madrid, 1998, 30-31.







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