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Al justo le irá bien
Primer comentario al Salmo 1.


Por: Prisciliano Hernández Chávez, CORC | Fuente: El Observador de la actualidad



Hay diversas traducciones de la Biblia que tienen su valor y aporte, según el tiempo, la capacidad y los medios de los traductores. Ya Santo Tomás de Aquino nos daba un consejo que hemos de tomar en consideración: las traducciones se hacen del genio de un idioma al genio de otro idioma.

Traducir la Biblia no es fácil. Bástenos seguir la que tengamos a mano. Las traducciones contemporáneas realizadas al español son muy buenas, tienen notas explicativas y nos pueden ayudar para nuestro propósito de carácter oracional.

Para darle un estilo más homogéneo y general a este trabajo, seguiré la traducción de la ‘Liturgia de las Horas’ aprobada por diversos Episcopados de México, de otras naciones de América y de España.

Con el tiempo quizá podríamos adquirir los cuatro tomos de la Liturgia de las Horas y así unirnos en oración con toda la Iglesia universal, de modo que se cumpla aquella expresión de la Escritura: ‘De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor’ (Sal 113 o 112, 3).

Alabar a Dios en todas las lenguas, en todos los espacios, en todo tiempo. La Iglesia Católica cumple este deseo de alabanza universal.



San Jerónimo, el gran conocedor de las Escrituras Santas y su traductor de las lenguas originales al latín, afirmaba que “ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”. Con respecto al Salmo 1, decía que era “el prólogo del Espíritu Santo al Libro de los Salmos’, pues nos señala el camino que conduce a la felicidad.

Tiene tres partes: la bienaventuranza (versículos del 1 al 2); la comparación (del versículo 3 al 4) y su conclusión (del 5 al 6). Su fondo gira en torno a la oposición del justo y el malvado con la metáfora de los dos caminos o consejos, proyectos, planes, actitudes y acciones de quienes meditan y llevan en su corazón siempre la Ley del Señor –su Palabra– y quienes se oponen y se burlan en sus ideas, proyectos, comportamientos y actitudes.

Meditar, –hâgâ en hebreo– no solo es reflexión, sino implica recitación vocal y disponerse a obrar conforme a la Ley. Por eso hay que meditar día y noche la Ley de Dios, conocida, amada y practicada; puesta en el corazón. El justo que está arraigado en la Ley del Señor es como un árbol plantado al lado de las corrientes del agua, se mantiene frondoso y dará frutos con la bendición de Dios. No así el malvado, el pecador, el cínico será como paja que arrebata el viento o tamo que será destruido por el fuego. El camino de los justos lo cuida el Señor y el camino de los malvados terminará en el fracaso escatológico. *

*Al parecer le va bien en este mundo, pero al final de los tiempos le irá mal.









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