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«Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor»
Reflexión del domingo I de Adviento Ciclo A


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24, 42-44).

Aunque en los últimos domingos del Tiempo Ordinario y en la Fiesta de Cristo Rey el Señor ya nos iba haciendo una introducción a la actitud que debemos tener en nuestra vida de decir: «Maranatha», «¡Ven, Señor Jesús!»; es decir, la actitud del tiempo de Adviento, es hoy cuando la Iglesia comienza el Año Litúrgico con el primer domingo de Adviento, en que el Señor nos regala una Palabra impresionante con la que quiere reiterarnos «cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos» (Ef 1,18), y con la que quiere que estemos preparados para no perderla.

Me ayuda mucho la alegoría que utiliza el Señor con el ladrón en la noche. Si tú sabes que un ladrón va a venir a tu casa por la noche, no duermes, sino que esperas para poder defenderte. Así, como dice San Pablo: «Pero vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese Día os sorprenda como ladrón, pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios» (1 Tes 5,4-6). Así, el Señor nos llama a vivir en actitud de espera, y no sólo en este adviento, no porque toca, sino porque la vida aquí en la tierra es siempre Adviento, una preparación para las bodas con el Señor en el Cielo. La vida aquí es una peregrinación, un paso hacia la Vida Eterna, y el Señor, que nos ama tanto, nos advierte que sería terrible no aprovechar el momento para que cuando llegue el Señor estar con Él eternamente sino experimentar eternamente el vacío que tiene como consecuencia el pecado: «Mas a media noche se oyó un grito: "¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!" Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: "¡Señor, señor, ábrenos!" Pero él respondió: "En verdad os digo que no os conozco." Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora» (Mt 25,6.10-13); «Acuérdate, por tanto, de cómo recibiste y oíste mi Palabra: guárdala y arrepiéntete. Porque, si no estás en vela, vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti» (Ap 3,3).

Así, más que nunca en este tiempo nos invita el Señor a preparar el corazón y nuestra vida viviendo en la verdad, frente a los engaños que nos pone delante el maligno todos los días, haciéndonos creer que nosotros somos Dios y que nuestras vidas debemos dirigirla nosotros y que todo salga como lo tenemos previsto, y que todo actúe en función nuestra, «porque el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rm 6,23). El Señor nos llama al combate. Uno quisiera una vida cristiana acomodada, aburguesada, pero el Señor lo ha dejado bastante claro: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18,36); «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta» (Mt 16,24-27).

Por tanto, a la hora de combatir, el Señor vuelve a repetirnos hoy: ¿En qué bando estás? Porque, como dice el mismo Cristo: «El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12,30). ¿Contra quién combato? ¿Quién es mi enemigo? ¿Cómo combato? Porque, ciertamente, ha habido veces en que me he aliado con el maligno y he salido destruido, aunque siempre el Señor me ha acogido después con misericordia. Por eso, nos invita el Señor a estar desprendidos, a proclamar con nuestra vida lo que decimos con la asamblea en la liturgia eucarística cuando el presidente dice: «Levantemos el corazón» y respondemos: «Lo tenemos levantado hacia el Señor», porque, como dice muy bien San Pedro: «Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos» (1 Pe 5,8-9); y como dirá el mismo Jesucristo: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros» (Lc 21,34); y como dirá San Pablo en la segunda lectura de hoy: «La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo» (Rm 13,12-14).



Así, resuenan en mi corazón las palabras que escribe San Juan en la primera de sus epístolas: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn 2,15-17). Como dirá también San Pablo en una de sus epístolas: «Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también vosotros estáis siendo juntamente edificados, hasta ser morada de Dios en el Espíritu» (Ef 2,19-22).

Por tanto, el Señor nos llama a estar despiertos, a estar vigilantes, porque, viene el Señor para llevarnos a casa. No sabemos cuando vendrá pero vendrá para llevarnos con Él: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,2-3). De la misma forma que cuando uno está todo el día por fuera de casa y cuando cae la noche y llega a casa cansado, las primeras palabras que dice uno al cerrar la puerta de entrada son: «Por fin, gracias a Dios, ya estoy en casa», y uno se da una ducha, cena y descansa, así el Señor nos espera en el Cielo. Sería una necedad enorme despreciar la Vida Eterna por un simple plato de lentejas, (Gn 25,31-34).

Así, el Señor nos invita a profundizar en la intimidad con Él a través de la oración, de la escucha de la Palabra de Dios, de los sacramentos, especialmente la Eucaristía, del ayuno y la caridad. Tal y como dice San Pedro: «Por lo tanto, ceñíos los lomos de vuestro espíritu, sed sobrios, poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la Revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia, más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura: Seréis santos, porque santo soy yo. Y tomad en serio vuestro proceder en esta vida, sabiendo que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo» (1 Pe 1,13-19). Feliz domingo y feliz tiempo de Adviento.







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