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Siempre y sin desfallecer
Ha de haber correspondencia entre nuestra vida, con el desgaste que implica y nuestra oración.


Por: Pbro. Francisco Ontiveros Gutiérrez | Fuente: Semanario Alégrate



La oración es un don

Continuamente nos encontramos con la experiencia, ajena y propia, que la oración es un don. Si Dios no concede la gracia, todos los esfuerzos pueden ser en vano. Jesús mismo nos llama a orar siempre y sin desfallecer, tal como de ello ha dado testimonio su propia vida. Los santos son ejemplo de esto; son la prueba más clara de una constante actitud de oración. Cerca de nosotros tenemos el ejemplo del Señor Guízar, cuya oración, herencia de la súplica abrahámica, denunciaba al Señor las necesidades que debía resolver en su fatigoso ministerio. La madre Teresa, que prefería dar más tiempo a la oración para poder dar respuesta a la exigente demanda de caridad. Observando esos ejemplos, notamos que, efectivamente la oración es un regalo de Dios, que hemos de pedir precisamente en la oración.

A orar se aprende orando

En la espiritualidad cristiana se insiste en la oración. La oración es el ejercicio por medio del cual cada uno, desde las diversas realidades de su existencia, se deja encontrar por Dios; constituye para nosotros nuestra gloriosa victoria o en nuestra vergonzosa derrota. Y es que, simplemente, no se puede ser cristiano sin oración. A los cristianos nos inquieta encontrar un método adecuado para orar, incluso escuchamos, por todos lados, afirmaciones como: “a mí me cuesta orar porque me distraigo”, “yo no sé orar”. Afirmaciones que expresan lo complicado que resulta el hecho de la oración. Sin embargo, el cómo y el cuándo para la oración se encarna en la experiencia propia de cada uno. Algunos maestros de la espiritualidad, hoy sostienen que la oración es el silencio.

¿Qué no es la oración?



La oración no es hacer ni decir. No se mide la calidad de la oración por la cantidad de palabras que en ella se emitan. La oración es dejar que Dios haga su obra conmigo y en mi vida. De tal manera que la oración consiste en dejar que Dios salga a nuestro encuentro para permitirle que nos abrace en nuestra realidad. Oración no es lo que hago, sino lo que Dios hace en mí, mientras se lo permito. El evangelio muestra cómo los leprosos alcanzaron su curación con una sencilla fórmula, un ciego recuperó la vista sólo gritando insistentemente, en fin.

Nuestra vocación a la oración

“Dime cómo rezas y te diré cómo vives, dime cómo vives y te diré cómo rezas, porque mostrándome cómo rezas, aprenderé a descubrir el Dios que vives y, mostrándome cómo vives, aprenderé a creer en el Dios al que rezas”. De esta forma ha querido el papa Francisco animarnos en la importancia de la oración. La escuela de la oración en nuestra vida, con sus días de sol y niebla. Ha de haber correspondencia entre nuestra vida, con el desgaste que implica y nuestra oración. Concédenos Señor el don de la oración, como la viuda insistente. ¡Haznos justicia contra nuestro adversario!







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