Menu


«Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío»
Reflexión del domingo XXIII del Tiempo Ordinario Ciclo C


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,33).

En este domingo XXIII del Tiempo Ordinario vuelve el Señor con el mismo mensaje que nos ha ido transmitiendo en los domingos anteriores. Al pensar en la insistencia con la que el Señor va hablando domingo tras domingo de lo que desea de toda persona que desee seguirle, me vienen a la mente unas palabras de San Pablo: «Por lo demás, hermanos míos, alegraos en el Señor... Volver a escribiros las mismas cosas, a mí no me es molestia, y a vosotros os da seguridad» (Flp 3,1).

Porque el Señor vuelve a hacer hincapié hoy en las exigencias necesarias para seguirle. Seguir a Cristo no es ningún juego ni ninguna banalidad. Al volver a escuchar estas exigencias de Cristo se nos hace presente lo que sucede tras lo que dice Cristo después de la multiplicación de los panes: «Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo? Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de VIDA ETERNA» (Jn 6,60.66-68).

Escuchando lo que dice el Señor parece que lo que desea es quitarnos algo, y, ciertamente desea quitarnos todo aquello que nos aleja de Él, pero lo que realmente desea es concedernos VIDA ETERNA: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10); «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).

El mismo Jesucristo será el primero en poner en práctica la Palabra que predica sobre posponer a la familia con respecto a Dios: Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.» Pero él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,20-21).



El Señor desea que le sigamos con radicalidad, buscando la unidad con Él, SER UNO CON ÉL, dejando que Él vaya tomando posesión de la existencia progresivamente hasta que llegue el momento en que podamos decir, como San Pablo: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20); «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef 5,31-32).

Al Señor no le agrada ser compartido pero tiene una paciencia enorme. Desea ser acogido plenamente y amado de forma íntegra y total. De ahí, la palabra que se proclama hoy: «Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a TODOS SUS BIENES, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,33).

Jesucristo, por amor a cada uno de nosotros, se ha humillado, ha dado su vida, y nos llama a amarle a Él de la misma forma en que Él nos ama: «Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2 Co 8,9). Si el Señor ha amado hasta el extremo (Jn 13,1), ¿cómo conformarse con darle lo mínimo como Caín? (Gn 4). El Señor desea ser amado de forma plena, y no porque Él tenga necesidad sino porque es amando a Dios y al prójimo como se experimenta la verdadera felicidad, la verdadera madurez humana. Por ello, frente al enemigo que intenta impedir esta unión amorosa, es necesario profundizar en la relación de intimidad con el Señor a través de la oración, de la escucha de su Palabra, de los sacramentos, especialmente la Eucaristía.

El Señor pide gestos secretos e íntimos de amor verdadero: «Oyendo esto Jesús, le dijo: «Aún te falta una cosa. Todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme» (Lc 18,22). Como dirá San Pablo en una de sus epístolas: «Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios» (Col 3,1-3). Siguiendo la estela de nuestra Madre, la Virgen María, teniendo nuestra vida oculta en Dios: «En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si nos es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!» (Gal 6,14).

El Señor quiere un corazón purificado y libre, ofreciendo los medios para ello: «Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros» (Lc 11,41). Porque con qué facilidad nos apegamos a tres baratijas, despreciando al Señor por un plato de lentejas como Esaú. El Señor nos quiere desinstalados, dispuestos, en vela, preparados para ir con Él: «Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá» (Lc 12,35-37).



Por tanto: «Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Lc 12,33-34). Feliz domingo.







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |