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Anunciemos que Cristo vive
Arzobispo de Medellín.


Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo | Fuente: Conferencia Episcopal de Colombia



Estamos celebrando el tiempo de Pascua que nos lleva a interiorizar y a asumir cada vez mejor lo que significa que Cristo está vivo, que sigue en medio de nosotros, que nos trasmite su vida y que su victoria es nuestra victoria. La Pascua de Jesús es el centro del año litúrgico porque es el centro mismo de nuestra fe. Romano Guardini dice: “La fe cristiana se mantiene o se pierde según se crea o no en la resurrección del Señor. La resurrección no es un fenómeno marginal de esta fe; ni siquiera un desenlace mitológico que la fe haya tomado de la historia y del que más tarde haya podido deshacerse sin daño para su contenido: es su corazón”.

Pascua, tiempo de alegría. Estos cincuenta días de Pascua, una “semana de semanas”, son una verdadera fiesta en el Señor. El triunfo de Cristo sobre la muerte debe generar en nosotros una profunda alegría que nos conduzca a vivir confiados en el poder amoroso de Dios y a construir una profunda unidad entre nosotros. No es fácil describir esta alegría, que no se identifica con la diversión y el placer, sino que es paz, consolación, fortaleza interior, gozo en el Espíritu Santo. Es preciso aprender a vivir y a irradiar esta alegría, que el mundo no sabe dar y que brota del sepulcro glorioso del Señor.

Pascua, tiempo del auténtico amor. El Resucitado nos da su Espíritu, con el que ha servido a todos y ha entregado la vida por la salvación del mundo. La Pascua nos hace sentir que somos el cuerpo de Cristo y que participamos de todas las situaciones dolorosas en que se encuentra la humanidad. Así nos implica en las obras de misericordia, rompiendo el muro del egoísmo, venciendo el afán materialista del tener y del disfrutar y situándonos de un modo concreto en el amor del Padre para llevar al mundo del trabajo, de las relaciones y del sufrimiento, la ayuda concreta de la caridad.

Pascua, tiempo de la comunidad. En torno al Resucitado se congrega su familia que es la Iglesia y que encuentra, especialmente en el lenguaje luminoso de la Eucaristía y los demás sacramentos, su presencia y su actuación salvadora. En la comunidad lo experimentamos no como un personaje del pasado, sino como el pastor y el amigo que nos mira, nos acompaña y nos envía a la misión. La Pascua es un tiempo y una gracia que nos invita a levantar el corazón para convertirnos y abrazarnos en la fraternidad y la solidaridad, verdaderas expresiones de la vida resucitada.

Pascua, tiempo de testimonio. Jesús resucitado confía a sus discípulos la tarea de ser testigos y ellos van por todas partes diciendo que no pueden callar lo que han visto. Hoy, cada discípulo, con los ojos de los apóstoles, debe proclamar que él es la luz y la verdad indispensables en medio de las inquietudes y miedos de nuestra sociedad, de los sufrimientos de las familias, de los bloqueos sociales y culturales que atravesamos. No debemos esconder ni dar por supuesto este anuncio; es el eje de la evangelización. El testimonio pascual es la característica específica del cristiano.



Pascua, tiempo de santidad. San Pablo escribe a los Colosenses: “Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios; aspiren a las cosas de arriba, no a las de la tierra”. Hemos entrado en una realidad nueva: “nuestra vida está oculta con Cristo en Dios”. Por tanto, debemos aprender la libertad frente a las cosas del mundo, asumir la nueva forma de ser que nos señalan las bienaventuranzas y proyectarnos hacia el futuro dentro del plan de Dios. Se trata de apropiarnos en serio la gracia del Bautismo, que renovamos en la noche de Pascua.

Pascua, tiempo de esperanza. Es necesario aceptar con sabiduría las pruebas, tribulaciones y persecuciones a las que estamos sometidos. Recordemos lo que Jesús ha dicho: “Si el mundo los odia, sepan que primero me ha odiado a mí… Tendrán tribulaciones en el mundo, pero tengan confianza. ¡Yo he vencido al mundo!” Solamente Cristo puede mantenernos en el camino de la gracia, del amor infinito de Dios, de la verdad y del bien. Recorrer el camino con Cristo es poder hacer una historia nueva a nivel personal y comunitario, es ir realizando la máxima aspiración del hombre, la resurrección.







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