Jesús misericordioso nos invita a la conversión
Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate

Le exponían a Jesús las injusticias, las tragedias, los pecados y la maldad de los demás. El Señor Jesús sin dejar de referirse a esas situaciones aprovechaba la ocasión para hacer un fuerte llamado a la conversión y también para invitar a sus interlocutores a que fueran conscientes de la lucha contra el mal que todos escenificamos en el propio corazón.
Aunque había grupos opositores bien identificados en el mundo político y religioso de su tiempo, el Señor Jesús no reaccionaba de manera demagógica atizando rivalidades y dividiendo el mundo en buenos y malos, sino que, rechazando esas malas acciones, invitaba siempre a revisar la propia vida, ya que todos estamos expuestos a caer en el pecado y las injusticias, y corremos el riesgo de ser seducidos por el mal que descubrimos y rechazamos fácilmente en los demás.
Para nosotros siempre será fundamental proceder como Jesús. En primer lugar, no dejar de señalar las injusticias y la corrupción, especialmente lo que denigra la vida de los hermanos y provoca sufrimiento en los demás.
Y, en segundo lugar, no olvidarnos de la lucha personal que todos debemos llevar a cabo. No señalamos los defectos y los pecados de los demás como si nosotros fuéramos intachables en nuestra conducta, sino reconociendo humildemente la propia condición y los estragos que también puede causar el mal en la vida personal y social.
La Iglesia constantemente nos invita a reflexionar con seriedad acerca de nuestras acciones y promueve algunos tiempos litúrgicos que acentúan la bondad de los espacios penitenciales que llevan la promesa de un verdadero cambio en nuestra vida, pues el auxilio nos viene del Señor para enfrentar las trampas y las artimañas del maligno.
Al inicio del capítulo 13 del evangelio de San Lucas le preguntaron a Jesús sobre el caso de los galileos cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios; también sobre los dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé. Jesús les respondió: “¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera” (Lc 13,1-5).
Comentando este texto evangélico dice el Cardenal Carlo María Martini: “Superando todo juicio moral sobre las acciones de individuos o de grupos, Jesús remite a la raíz profunda de todos estos males, es decir, a la pecaminosidad de todos, a la connivencia interior de cada uno con la violencia y con el mal, repitiendo dos veces: ‘Si ustedes no se convierten acabarán de la misma manera’. Invita a buscar en cada uno de nosotros los signos de nuestra complicidad con la injusticia. Nos advierte que no nos limitemos a erradicarla de aquí o de allá, sino que cambiemos la escala de valores, que cambiemos de vida”.
Nos ayudan también estas palabras del Papa Francisco: “Cuando llegamos a entender, a la luz de la Cruz, el mal que somos capaces de hacer, y del que incluso formamos parte, podremos experimentar el auténtico remordimiento y el verdadero arrepentimiento. Solo entonces podremos recibir la gracia de acercarnos unos a otros, con una verdadera contrición, dando y recibiendo el perdón verdadero”.

















