No es raro que alguna persona me pregunte cómo es que decimos que la Iglesia es de santos, si en todos y cada uno de nosotros percibimos las señales del pecado y de la miseria… Somos santos porque Dios nos purifica y perdona, porque nos hace participar de la santidad; porque no obstante nuestras faltas, siempre nos está llamando a la conversión.

Es cierta esta santidad, no es cierta aquella santidad que se dice sin error, sin falta y se llena de orgullo. Nuestra debilidad puesta delante de Jesús es un motivo más para su amor.

Era el gran escándalo de los escribas y fariseos porque Jesús compartía su mesa y conversaba con los pecadores, porque los trataba con cariño, porque dialogaba con ellos. No quiere decir que Jesús acepte el pecado o se haga de la vista gorda frente a los errores que cometemos. Jesús siempre desenmascara el pecado y lo denuncia.

Es muy claro al manifestar que quien comete pecado rompe con el amor de Dios y hiere a los hermanos. Pero también es muy claro al afirmar que el amor de Dios es más grande que nuestros pecados y que su principal misión está en liberarnos de ese mal. Pero lo que tenemos que hacer es reconocernos pecadores llamados a la santidad.

Si nuestras debilidades puestas frente a la cruz de Jesús, se manifiestan con un corazón sincero y arrepentido, tendrán el perdón; en cambio si nos manifestamos orgullosos, pertinaces en nuestros errores, y negándonos a la conversión, no obtendremos justificación.

No por falta de amor de Dios, sino por nuestra terquedad en mantenernos en nuestro pecado. Jesús tiene como principal misión rescatar al pecador y ofrecer la salvación. Es cierto que frente a Jesús no podemos ocultar o disimular nuestros pecados, pero también es cierto que si nosotros nos arrepentimos, encontraremos en Él nuestra liberación de todo mal.

¿Escucho y creo las palabras de Jesús sobre todo en este tiempo de cuaresma? Él se inclina hacia mí y me ofrece nuevamente el perdón ¿Lo aceptaré en esta oportunidad?