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«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios»
Reflexión del domingo VI del Tiempo Ordinario Ciclo C


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas» (Lc 6,20-23).

Celebramos hoy el domingo VI del Tiempo Ordinario, tiempo totalmente extraordinario, en el que el Señor quiere sellar en nuestro corazón una Palabra que dirija nuestra vida para siempre, una Palabra que sea una brújula que guíe los actos de nuestra vida hacia lo que realmente ansía nuestro corazón, que no es sino la felicidad. Todos los actos que realizamos en nuestra vida los hacemos pensando que lo que vayamos a realizar nos va a proporcionar felicidad.

Sin embargo, muchas veces experimentamos que la consecuencia de ciertos actos que realizamos no es la alegría ni la felicidad, sino todo lo contrario. Por ello, el Señor, en su gran amor hacia cada uno de nosotros, vuelve hoy a hacer hincapié en lo que desea de cada uno de nosotros, que no es sino que seamos felices, aunque para ello nos presente la paradoja de la Cruz: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?» (Mt 16,24-26).

Así, mientras rezo al escribir estas líneas resuenan en mi corazón las palabras del Profeta: «¡Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed, sin plata, y sin pagar, vino y leche! ¿Por qué gastar plata en lo que no es pan, y vuestro jornal en lo que no sacia? Hacedme caso y comed cosa buena, y disfrutaréis con algo sustancioso. Aplicad el oído y acudid a mí, oíd y vivirá vuestra alma. Pues voy a firmar con vosotros una alianza eterna: las amorosas y files promesas hechas a David» (Is 55,1-3).

El Señor nos muestra hoy con toda la riqueza de la Palabra que nos regala en este día los dos caminos que se nos presentan: el camino fácil, que nos presenta el maligno cada día con toda la idolatría que trae consigo, que conduce a la muerte, y el camino de la puerta estrecha que nos presenta Dios, que nos conduce a la Vida. Ese es el leitmotiv de toda la Palabra de hoy, desde la primera lectura al pasaje del Evangelio en que se nos proclaman las Bienaventuranzas, pero desde el texto de San Lucas y no de San Mateo. Así, sólo basta rezar con el salmo responsorial de hoy: «¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, mas se complace en la ley del Señor, su ley susurra día y noche! Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien. ¡No así los impíos, no así! Que son como paja que se lleva el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal» (Sal 1,1-4.6).



También nos lo expone el Profeta Jeremías en la primera lectura de forma clara y concisa: «Maldito sea aquel que pone su confianza en el hombre, y hace de la carne su apoyo, y del Señor se aparta en su corazón. Pues es como el cardo en la estepa, y no verá el bien cuando viniere. Vive en la aridez del desierto, en saladar inhabitable. Bendito sea aquel que pone su confianza en el Señor, pues no defraudará el Señor su confianza. Es como árbol plantado a las orillas del agua, que a la orilla de la corriente echa sus raíces. No temerá cuando viene el calor, y estará su follaje frondoso; en año de sequía no se inquieta ni se retrae de dar fruto» (Jr 17,5-8).

Por tanto, se trata hoy de examinar en qué lugar nos encontramos hoy, si nos encontramos bajo el dominio de la idolatría del maligno, con el corazón lejos del Señor, como nos denuncia muchas veces el mismo Jesucristo: «Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Mt 15,7-8), o bien nos encontramos como nos pide el Señor hoy en la Eucaristía, con el corazón levantado hacia Él: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,19-21).

Así, si nos encontramos hoy bajo el dominio de la idolatría del maligno, padeciendo las consecuencias del pecado, porque como nos dice San Pablo: «El salario del pecado es la muerte» (Rm 6,23), nos llama el Señor a conversión, a arrepentirnos de verdad de nuestros pecados y a volver con un corazón humilde y sincero a nuestro Señor, creyendo en su gran misericordia: «Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24), porque el Señor es un «Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad» (Ex 34,6). Así, el Señor quiere que en la celebración de hoy, cuando el presidente diga: «Levantemos el corazón», respondamos con sinceridad, con nuestra boca y con la totalidad de nuestra existencia: «Lo tenemos levantado hacia el Señor.» Esa es nuestra primera y principal vocación y misión: SER UNO CON CRISTO.

Y todos los días tenemos que defender esta unión con Cristo, primero con rectitud de intención, y luego con el discernimiento que nos concede el Espíritu Santo a través de la oración, de la escucha de la Palabra de Dios, de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, para poder desechar los sofismas que nos presenta el maligno y obedecer a lo que nos dice el Señor cada día para mantenernos UNIDOS A ÉL: «Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y poco son los que lo encuentran» (Mt 7,13-14).

Por tanto, renunciemos hoy a la idolatría que arrastramos y vivamos el buen combate de la fe SIENDO UNO CON CRISTO, viviendo como los justos de los que nos habla el salmo primero, para que podamos compartir las bienaventuranzas de las que nos habla Cristo en el Evangelio. «Tomad en serio vuestro proceder en esta vida, sabiendo que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo (1 Pe 1,17-19). Feliz domingo.









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