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«Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios»
Reflexión sobre la solemnidad litúrgica de Santa María Madre de Dios.


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho» (Lc 2,20).

Así como hace ocho días el núcleo de la Festividad que celebrábamos era el nacimiento de Cristo, Dios hecho hombre (Jn 1,14), el núcleo de la Solemnidad que celebramos hoy es la Virgen María como Madre de Dios, que aparece en el Evangelio de hoy en silencio, dando a conocer a su Hijo y adorándole simultáneamente: «María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19).

Por ello, la Palabra que nos regala el Señor a través de la Iglesia en este día hace que resuenen en mi corazón las palabras que dirá el mismo Jesucristo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños» (Mt 11,25). Porque ciertamente, nuestra Madre, la Virgen María, recibe la gracia de ser elegida para ser Madre de Dios por su total humildad y entrega absoluta a Dios para hacer su voluntad: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).

Porque tal y como revela el Señor a través del pasaje del evangelio de hoy, no todo el mundo fue consciente del gran acontecimiento que tuvo lugar en Belén aquella noche, sino solamente los humildes de corazón, como los pastores, que contemplan y adoran al único Dios que se les manifiesta encarnado en un niño pequeño recién nacido: «Yo, el Señor, ese es mi nombre, mi gloria a otro no cedo, ni mi prez a los ídolos» (Is 42,8). Por eso dirá Cristo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos» (Mt 18,3-4). Así, «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho» (Lc 2,20). Se podía hacer referencia a los pastores con otro pasaje del Evangelio que muestra la actitud de testigos de un milagro de Cristo: «El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles» (Lc 5,26).

Nos invita esta Palabra de este primer día del año a dar gracias, bendecir y alabar al Señor por lo bueno que es y ha sido con nosotros, porque no nos trata como merecen nuestros pecados, sino que nos ha mostrado y nos muestra su gran misericordia en Jesucristo, «que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2,20), porque al igual que a los pastores, a nosotros se nos ha manifestado el Señor en la Iglesia, y nos llama a dar a conocer su Amor a los que conviven con cada uno de nosotros: «Pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó» (1 Jn 1,2), porque «esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).



Así, nos invita el Señor hoy a unirnos a los pastorcillos y a la Virgen y San José, junto con toda la Iglesia, para adorar y alabar al Señor, haciendo nuestras las palabras de Zacarías: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo» (Lc 1,68), siguiendo la llamada del Señor a proclamar a los cuatro vientos, unidos a la Virgen María, esta bendición, porque el don de Jesucristo ha sido el mayor regalo que hemos recibido en la vida: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque el Poderoso ha hecho maravillas en mí, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen» (Lc 1,46-47.49-50).

No necesitamos más regalos esta Navidad. Jesucristo es el gran regalo que nos ha dado Dios, como dice San Juan: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Y ciertamente cuando estamos con el Señor experimentamos la alegría, la paz que sólo Él puede dar, y cuando nos alejamos cayendo en las seducciones del maligno, experimentamos la tristeza y la angustia. Así, el Señor nos llama a no dejar de acudir a Él, y al mismo tiempo, a permitirle entrar en nuestro corazón: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20).

Por tanto, hoy es un día para seguir alegres y contentos por el gran amor que nos tiene Dios «porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17). Feliz Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Feliz Año Nuevo.







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