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Theotokos, la madre de Dios
Cuando un cristiano sabe escuchar la Palabra de Dios, es capaz de comunicarlo a los demás.


Por: Pbro. Joaquín Dauzón Montero | Fuente: Semanario Alégrate



Estamos ya en el cuarto domingo de Adviento y listos para celebrar el nacimiento de Jesús en nuestra historia. La Liturgia nos invita, como siempre a reflexionar. Y cuando pensamos en los acontecimientos que envolvieron la encarnación de Jesús entre nosotros, podemos pensar en Dios, en Dios como ser trinitario.

Miren ustedes: el cielo: lo divino, y la tierra: lo humano, están allí involucrados. El Padre, desde el ámbito celestial, y a través del arcángel Gabriel, anuncia a María la encarnación del Hijo; y el Espíritu Santo, desde el ámbito terreno, y a través de Isabel, corrobora el hecho de la encarnación y lo confirma cuando dice: “¿quién soy yo para que la madre de mi Señor, venga a verme?” ¡”La madre de mi Señor!”, este título, es un título altísimo y de gran importancia teológica, confirmado posteriormente, concretamente en el siglo cuarto, año 431 d.C., en el Concilio Ecuménico de Éfeso, donde María fue proclamada la “Theotokos”, es decir, la madre de Dios; madre no sólo del hombre Jesús de Nazaret sino de Dios mismo. Después de esto, ¡todo se ha hecho posible en nuestra historia!

Y, todo esto, nos debe llevar a la conclusión de que la salvación es cosa de Dios, sí, pero también es cosa del hombre, es cosa nuestra. A nosotros nos toca recibir la Buena Nueva de la gracia salvadora de Dios en su Hijo Jesucristo, y secundarla. Además, no sólo secundarla en nuestro beneficio personal sino en beneficio de los demás. “Apenas llegó tu saludo a mis oídos... (También Isabel sabe escuchar)... el niño saltó de gozo en mi seno”.

Cuando un cristiano sabe escuchar la Palabra de Dios, es capaz de comunicarlo a los demás. Finalmente tenemos aquí el primer encuentro de Juan, llamado después Bautista, con Jesús, a quien precederá para prepararle el camino nivelando valle y montaña, en un pueblo tan necesitado de Dios y cuyos pobres esperaban al Mesías prometido. ¡Celebremos la Navidad con alegría!







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