Después de la fiesta del Bautismo del Señor, iniciamos hoy el tiempo ordinario. Dejamos el tiempo festivo y de celebraciones para retornar al tiempo de cada día. Tiempo ordinario no tendría que ser un tiempo sin sabor y sin sentido, sino todo lo contrario, es el tiempo de sembrar esperanza, de dejar penetrar la Palabra, de preparar el corazón.

Para ayudarnos en este tiempo se nos propone ir reflexionando de manera simultánea dos libros del Nuevo Testamento. En la primera lectura se nos ofrecen, de manera casi continuada, los textos de la Carta a los Hebreos y como evangelio se nos propone la lectura de San Marcos.

Las primeras líneas de la Carta a los hebreos nos abren un panorama espléndido de la comunicación de Dios con el hombre. Siempre Dios ha buscado al hombre y quiere entablar diálogo con él. La mejor forma de hacerlo es con el Verbo hecho carne, con Jesucristo, la Palabra que toma rostro y forma para manifestar ese amor de Dios.

Más claro que los profetas, más eficiente que las antiguas promesas, Jesús es el centro del diálogo entre Dios y el hombre y hace posible una comunicación que traerá vida a los hombres. San Marcos nos presenta el inicio de la actividad de Jesús. Es el tiempo cumplido, es la presencia del Reino que requiere conversión y fe.

Es cambiar el corazón para aceptar la nueva propuesta del Reino y pronto Jesús invita a sus discípulos para transformarlos en pescadores de hombres. Hoy también Dios nos habla a través de Jesús, su Palabra. Hoy también nos pide conversión y mucha fe.

Hoy también nos invita a dejar nuestras redes rotas de egoísmos y miedos, para transformarnos en pescadores de esperanza, de amor y de fraternidad. ¿Cuál es nuestra respuesta al Señor? ¿Aceptaremos un diálogo aún a riesgo de cambiar profundamente nuestro corazón? ¿Por qué tenemos miedo a escuchar la Palabra? Respondamos hoy al Señor.