Buenos y malos, premios y castigos
Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net
Se ha dicho, con razón, que uno debe ser bueno no simplemente porque espere un premio o tema un castigo, sino porque basta con ser justos y honestos.
Sin embargo, también se ha dicho que los buenos merecen un premio, un resultado feliz, que no sea simplemente un sueño de novelas o películas donde al final todo termina bien.
¿Es necesaria la conexión entre la honestidad y el premio, y entre la maldad y el castigo? La vida concreta y la historia nos recuerdan cómo hay tantos buenos que han terminado mal, y tantos malvados que han muerto envueltos en una felicidad al menos aparente, incluso entre los aplausos del mundo.
Hay que reconocer que muchas personas buenas han sido reconocidas por quienes convivieron con ellas y recibieron en vida premios nada despreciables; y que muchas personas malas fueron castigadas de diversas maneras, aunque solo fuera en sus últimos meses de existencia.
Pero algo nos dice que ni los premios ni los castigos en esta vida son suficientes para restablecer la justicia. Además, las cosas se hacen más complejas si reconocemos que a veces quien era considerado bueno no lo era, ni tampoco era tan malo quien murió condenado por sus contemporáneos o por el tantas veces erróneo “juicio de la historia”.
La mirada busca, entonces, otro camino para que triunfe la justicia, para que los buenos sean premiados plenamente, y para que a los malos se les dé aquellos castigos que merezcan.
Solo si existe una vida tras la muerte, y un Dios justo y bueno, es posible pensar en una plenitud de la justicia. Sin Dios, habría que reconocer que muchos malos nunca serán castigados en serio, y que muchos buenos habrían fracasado al sufrir desgracias e injusticias indescriptibles.
Tanto la filosofía antigua, como por ejemplo Platón, como la filosofía moderna, especialmente en Kant, han visto la necesidad de una conexión entre bondad ética y felicidad completa, y que tal conexión no puede ser garantizada en esta vida, sino que solo alcanzaría su plenitud en una vida tras la muerte.
El cristianismo se coloca en esta perspectiva, desde un punto particularmente valioso: no solo la razón nos hace aspirar a un premio para los buenos, sino que el mismo Dios se ha manifestado como garante de la verdad, la justicia y el bien.
Sigue en pie la idea de que ser buenos solo por el deseo de un premio haría que los buenos fuesen un poco menos buenos y un mucho más interesados. Pero esa idea se corrige cuando pensamos que lo propio del amor (y Dios es Amor) consiste en desear lo mejor para aquellos a los que se ama.
Eso mejor (un premio eterno) para quienes han vivido auténticamente la justicia, la misericordia, y la entrega a los demás, se alcanza al escuchar las palabras de Juez Justo cuando venga al final de los tiempos: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (Mt 25,34).