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La responsabilidad es de todos
Pensemos un poco en los demás, sobre todo en los más vulnerables.


Por: Ángel Gutiérrez Sanz | Fuente: Catholic.net



Lo mismo que el fuego pone a prueba la calidad de los metales así también las dificultades  de la vida pueden convertirse en un test fiable que pone de manifiesto nuestras limitaciones y carencias. Hombres y mujeres, chicos y grandes, nos hemos visto en la necesidad de dar respuesta apropiada a una de las peores calamidades con que podíamos enfrentarnos. Tiempos difíciles  los nuestros, en los que nos encontramos, que nos obligan a tomar medidas drásticas por aquello de que “a grandes males, grandes remedios”. Está claro que para salir de ésta todos debemos estar dispuestos a arrimar el hombro, necesario va a ser aplicar remedios excepcionales y dolorosos de difícil cumplimiento, de esto no nos debe caber la menor duda, lo que no sabemos es si tendremos el coraje suficiente para afrontar esos sacrificios, que van a ser necesarios para acabar con esta pesadilla. ¿Seremos capaces de satisfacer el peaje que la situación actual nos va a exigir? Esta es la cuestión más preocupante en estos momentos.

A este respecto, las noticias que nos van llegando no dejan de ser inquietantes. Con insistencia se viene informando de que amplios sectores juveniles se muestran reacios a abandonar sus hábitos de comportamiento, que supuestamente favorecen los contagios del coronavirus, no están por la labor de renunciar así como así a sus diversiones, al ocio nocturno, a la práctica del botellón, aunque se sabe positivamente que con ello se está poniendo en grave riesgo la salud pública. Por lo que se ve, muchos jóvenes son reacios a tomar en serio las recomendaciones preventivas de los organismos competentes. La cuestión es sumamente grave y cuando menos requiere un elemental análisis que pueda arrojar algo de luz sobre este irracional comportamiento. ¿Por qué los jóvenes en estos tiempos de crisis no están a la altura de las circunstancias y se niegan a supeditar sus gustos y apetencias personales en aras de un bien general como es la salud pública?

Como explicación a este insolidario comportamiento juvenil se está barajando la idea de que este colectivo se cree a salvo de toda amenaza y piensa que la pandemia solo afecta a las personas mayores, que esta guerra no es la suya, por cuya razón queda fuera de sus preocupaciones. Si en realidad esto fuera así, entonces estaríamos hablando no ya solo de irresponsabilidad sino también de  una profunda deshumanización, que llevaría a preguntarnos ¿Qué hemos hecho con nuestros jóvenes? ¿Qué tipo de libertad les hemos inculcado?

Desde hace tiempo se viene hablando de que las generaciones de la abundancia, que nacieron con la mesa puesta, con unos progenitores tan solo preocupados de que no les faltara de nada, tarde o temprano podían tener graves problemas de coexistencia cuando la vida les pusiera a prueba. Nacieron sin otras preocupaciones y compromisos que no fuera el disfrutar de todo y alcanzar el bienestar individual a cualquier precio. Fueron los hijos de la posmodernidad que no necesitaron ser rebeldes porque de entrada se les concedió todo antes de que lo pidieran. Ajenos a toda autoexigencia vivieron faltos de toda disciplina rigurosa, fueron creciendo a la sombra de un proteccionismo complaciente, que hizo de ellos unos sujetos consentidos y blandengues, en el seno de una sociedad omnipermisividad donde la libertad era entendida como una facultad que otorgaba derechos, pero no implicaba deberes.

Muchas han sido las generaciones a las que se les ha hurtado los valores morales y no se les ha dotado del coraje necesario para hacer frente a los avatares de la vida, se les ha dejado a la intemperie, sin la menor cobertura para poder reaccionar ante las contrariedades y dificultades que tarde o temprano a todos nos tiene reservado la vida. Seguramente nuestros jóvenes no estaban preparados para enfrentarse a esta plaga que nos azota y de ello somos responsables, al menos en parte, los mayores. No podemos caer en el cinismo acusando de falta de compromiso a quienes debimos educar en el ejercicio de una libertad responsable y solidaria y no lo hicimos. No sería justo cargar todas las culpas sobre quienes teniendo todo el derecho a ser educados en los valores morales, les dejamos abandonados a su suerte cuando más los necesitaban. No nos rasguemos ahora las vestiduras y exijamos espíritu de sacrificio a quienes no les preparamos para ello.  Los temperamentos esforzados y curtidos no se improvisan, sino que van formándose con el  paso del  tiempo. Lo que ahora nos esta pasando es la consecuencia de anteriores errores, cabe decir por tanto que “de aquellos polvos nacieron estos lodos”.



Tampoco podemos decir que los comportamientos insolidarios frente a la pandemia del coronavirus es cosa exclusiva de los jóvenes. No es así. La ciudadanía en general está dando muestras de una frágil  capacidad de resistencia y escasa conciencia cívica. Se está haciendo caso omiso de las prudentes recomendaciones de los organismos competentes y estamos asistiendo a una desbandada. Mucha gente, de toda clase y condición, bien pronto se ha cansado de los confinamientos, de las restricciones y limitación de movimientos. Ha salido a la calle deseosa de recuperar el tiempo perdido. Los encuentros, las fiestas y reuniones familiares, se han multiplicado, las playas se nos muestran abarrotadas sin respetar  las zonas acotadas. El haber bajado la guardia y el relajamiento es la nota dominante. De forma bastante irresponsable estamos creando las condiciones para que una nueva oleada de coronavirus vuelva a aparecer para rematar la faena. Hasta los mismos diputados, llamados a dar ejemplo, no cumplen lo que ellos mismos predican, pudiendo ser vistos por todos en el Congreso incumpliendo la norma del distanciamiento social  o el uso de las mascarillas.

El más elemental sentimiento de moralidad colectiva nos está pidiendo a todos que pensemos un poco en los demás, sobre todo en los más vulnerables que tienen todas las de perder. Nadie tiene derecho a poner en riesgo sus vidas. Si no somos capaces de entender esto y seguimos inmersos en el juego de los propios intereses personales, entonces habrá que dar la razón a quienes piensan en una humanidad sin futuro. El presidente de la Conferencia Episcopal Española, cardenal Omella, nos recuerda que la emergencia sanitaria provocada por un virus mortífero nos convoca a una complicidad universal, para que el sol de la esperanza pueda brillar para todos.







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