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Recibir la gracia para ser santos
El perdón de los pecados y la santificación.


Por: Mariano Ruiz | Fuente: Catholic.net



El fin de los sacramentos no es el perdón de los pecados sino la santificación de las almas.

Para muchos cristianos y en algunos momentos de nuestra vida pensamos que el bautismo, la confesión de los pecados, la comunión eucarística o la unción de enfermos tienen un efecto que buscamos con gran deseo: el de recibir el perdón de los pecados.

Ciertamente con el bautismo y la confesión de los pecados recibidos adecuadamente se nos perdonan los pecados. En el bautismo se nos perdona el pecado original que se nos trasmite por la naturaleza caída de Adán y Eva aun cuando no hubiéramos pecado personalmente, y si tuviéramos pecado personal también se nos perdonaría con el bautismo por grave que fuera la culpa. De este modo nos incorporamos al Cuerpo de Cristo y somos católicos de plenos derechos y deberes en la Iglesia. Un derecho del bautizado es el de ser hijo adoptivo de Dios al recibir su gracia santificante y un deber suyo es el de guardar y practicar toda la ley de Jesucristo, esto es, conservar su palabra y cumplir todos sus mandamientos.

Mediante la confesión de los pecados recibimos también la gracia de Dios y se nos perdonan los pecados, todos, los posibles pecados mortales y los veniales que hayamos podido cometer. Mediante la comunión eucarística recibimos el perdón de los pecados veniales pues para comulgar es necesario estar en gracia de Dios, lo cual requiere la confesión previa de todos los pecados mortales cometidos porque el solo arrepentimiento y por muy contrito que una persona esté de sus pecados mortales necesita del perdón en el sacramento de la confesión antes de comulgar (solo hay una excepción en el caso de los sacerdotes). Por medio de la unción de enfermos cualquier persona con enfermedad grave o en peligro de muerte y que haya rezado algunas oraciones durante su vida de modo habitual recibe la promesa del perdón de sus pecados.

Pero más allá del perdón de los pecados, que supone un descanso, alivio y restauración para la conciencia de la persona pecadora, el fin primordial de los sacramentos es el aumento de la gracia santificante y la santificación de la persona para que manteniéndose en gracia de Dios pueda cooperar con la acción divina y transformar las realidades del mundo, de la naturaleza, de la familia, de la sociedad y de la comunidad eclesial según los designios de Dios, llegando a ser mucho mejor de lo que hubiera pensado o imaginado por sí mismo o por sus propias fuerzas, y pudiendo trascender su vida en una vida santa como Jesús nos propone en el Evangelio.



La opción fundamental por Dios y perseverante en su gracia puede cambiar nuestra vida, nuestra familia, nuestra sociedad y el mundo. Pero tengamos en cuenta que el pecado, las malas obras pueden echar por tierra la opción fundamental del cristiano en el bautismo. Sería cristiano o católico pero materialmente no sería hijo de Dios.

De aquí la doble importancia de los sacramentos para recibir el perdón de los pecados y para que, bien dispuestos, perseverar en la gracia y demos frutos agradables a Dios con nuestro trabajo y dedicaciones. Pues ante Dios no hay mérito alguno en un gran activismo y en unos grandes sacrificios pero al margen de su gracia.

La Iglesia manda recibir su gracia en el sacramento de la confesión y el de la comunión al menos una vez al año, por Pascua de Resurrección del Señor. Porque vivir fuera de su gracia durante años en edad de ser responsables, aunque estuviéramos bautizados, sería una forma de corrupción en la práctica salvo que existan otras causas que impidan cumplir con el mandamiento de la Santa Madre Iglesia.

La santificación del alma es el fruto precioso de una vida en gracia y de una acción prolongada según la voluntad de Dios, pues es con perseverancia en su gracia como nos salvamos en esta vida y en la vida futura, con obras de cooperación con la acción divina.

La gracia santificante se recibe en los sacramentos pero este es el principio de una vida nueva y no el fin o el objetivo final del sacramento. El perdón de los pecados es un medio para la santificación. La vida nueva de gracia debe mantenerse con fe, oración y práctica religiosa para hacer fecundas nuestras actividades y trabajos donde nos tenemos que santificar para tener algún mérito con el que presentarnos a Dios.









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