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22 de junio de 2020

Amor misericordioso y transformador
Santo Evangelio según san Mateo 7, 1-5. Lunes XII del Tiempo Ordinario


Por: Francisco J. Posada, LC | Fuente: www.somosrc.mx



En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, Tú conoces mi miseria mejor que nadie, me conoces hasta lo más profundo. Te pido que me des la gracia de verme como Tú me ves, que reconozca el don que soy y, así también, pueda descubrirlo en los demás. Dame tu gracia para amarte cada día más.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 7, 1-5

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No juzguen y no serán juzgados; porque así como juzguen los juzgarán y con la medida que midan los medirán.

¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no te das cuenta de la viga que tienes en el tuyo? ¿Con qué cara le dices a tu hermano: 'Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo', cuando tú llevas una viga en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga que tienes en el ojo, y luego podrás ver bien para sacarle a tu hermano la paja que lleva en el suyo”.

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Un amor verdadero ve lo profundo de la otra persona, ve sus intenciones y, aunque a veces no sea correspondido, reconoce que el otro ha hecho su mejor esfuerzo. El amor es capaz de perdonarlo todo, todo lo soporta, todo lo cree porque a la raíz tiene un corazón de misericordia. Una vida caracterizada por este amor no solo da una gran felicidad, sino que se comparte.

Este amor quiere seguir el principio de ama como quieres ser amado. Se esfuerza por hacer de su medida, de la medida del amor, una cosa sin medida porque quiere salir y darse por completo al otro, no se queda con una cosa mediocre.

Para cambiar el mundo y hacerlo un lugar mejor donde reine el amor, necesitamos comenzar por algo sencillo, pero a la vez difícil: cambiarnos a nosotros mismos. Muchas veces nos preguntamos por qué no cambia tal persona, o pensamos que le vendría bien esto al otro y, por lo general, nos mueve una actitud: «los otros son los que tienen que cambiar», no yo. Para hacer un cambio debemos empezar con nosotros mismos; pero, aunque parezca una tarea fácil se complica un poco porque debemos adquirir un gran conocimiento propio y, después, trabajar en nuestra fuerza de voluntad para cambiarnos y asemejarnos más a Cristo que ama sin condiciones.

En nuestra relación con Dios, a veces, podemos «meter la pata» y no dejar que Dios ocupe el primer lugar en nuestra vida y nuestro corazón. Por muchas otras cosas lo tenemos en segundo lugar, y esta es una gran oportunidad para permitir que Dios se convierta en el centro de nuestras vidas, sólo hay que dejarlo que actúe y no oponernos a su gracia.

«En este sentido, la promoción de la justicia requiere la contribución de las personas adecuadas. Las palabras exigentes y fuertes de Jesús pueden ayudarnos: “Con la medida con que juzguéis, seréis juzgados”. El Evangelio nos recuerda que nuestros intentos de justicia terrenal siempre tienen como horizonte último el encuentro con la justicia divina, la del Señor que nos espera. Estas palabras no deben asustarnos, sino solamente animarnos a cumplir nuestro deber con seriedad y humildad».
(Discurso de S.S. Francisco, 15 de febrero de 2020)».


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy felicitaré a alguien por lo que haya hecho, ya sea algo especial o de todos los días.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.




Reflexión de Mons. Enrique Díaz en audio:





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