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La espiritualidad cristiana no está sometida a la presencia física
La Ascensión del Señor (Mt 28,16-20)


Por: Mons. Salvador Martínez | Fuente: Desde la Fe



La Ascensión del Señor (Mt 28,16-20)
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: “Me ha sido dado todo poder en el Cielo y en la Tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

Comentario al Evangelio
En este discurso de despedida del Señor Jesús resucitado podemos detenernos a reflexionar sobre la tensión que existe entre la ausencia y la relación sostenida misteriosamente por Él y que marca una de las formas de ser más novedosas y poderosas de la vida cristiana.

En los relatos de la resurrección Jesús les había dicho a las mujeres que les avisaran a los discípulos que Él los encontraría en Galilea, y así fue. Desde el momento en que fue apresado en el huerto de Getsemaní se separó físicamente de los suyos, los encuentros posteriores a la Resurrección fueron misteriosos y breves pero muy intensos.

Ahora, Jesús les dice a los suyos: “yo estaré presente día a día con ustedes hasta el fin del mundo”. La forma más cierta de comprender estas palabras pone el dedo en el misterio cristiano, Jesús se ha esfumado físicamente, pero sigue en relación, más aun, en fuerte relación con cada uno de sus discípulos.

El Papa san Juan Pablo II en su última visita a México lo dijo así: “me voy, pero no me voy…”. Jesús está fuertemente relacionado con su pueblo por medio de signos sacramentales, por medio de su palabra que ha quedado grabada en el Nuevo Testamento, está en la persona de los pobres y realizando constantemente una interacción efectiva con cada una de las personas que oran como iglesia y en lo particular.



De la misma forma que lo dice Jesús, la espiritualidad cristiana no está sometida o sujeta a la presencia física. La fuerza más grande del cristianismo radica en no perder -o si se deteriora, en recomponer-  las relaciones interpersonales, de tal manera que la comunión de unos con otros nos hace estar ausentes físicamente, pero presentes en verdad.







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