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Tanto amó Dios al mundo. Comentario a la Liturgia
Domingo Santísima Trinidad A


Por: Taís Gea | Fuente: Catholic.net



Nos encontramos reunidos en familia para celebrar la solemnidad de la Santísima Trinidad. Una de las fiestas más hermosas en la Iglesia es ésta que celebra el misterio que nos recuerda que nuestro Dios es un Dios en relación. Por la fe creemos que la esencia de Dios es comunión; es amor.

San Juan en su segunda carta define a Dios como amor. Esa es la clave para comprender la trinidad. Dios, siendo amor, se da en totalidad y así engendra al Hijo. El Hijo, sabiéndose amado por el Padre y recibiendo la totalidad de su amor se da a Él. De este intercambio de amor surge el Espíritu Santo.

Este misterio nos centra en la verdad teológica más importante antes mencionada: Dios es amor. Esto viene recogido desde la tradición del AT. Lo vemos en la primera lectura en la cual se nos narra una escena, después de la construcción y adoración del becerro de oro, cuando el pueblo le ha dado la espalda a Yahvé y merece el castigo, Dios se revela a Moisés.

El texto nos dice que Yahvé se presenta como un Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel. Ahí, cuando el pueblo no merecía el amor de Dios porque había sido un pueblo de “cabeza dura”, ahí se manifiesta con más fuerza la pureza y fidelidad del amor de Dios. El Señor decide perdonar la culpa del pueblo y tomarlos, de nuevo, como cosa suya, como pueblo de su propiedad y así renovar la alianza.

Ese Dios del AT que se muestra compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel tiene un rostro. En el NT se nos relata como Dios ya no sólo manda un mensaje a su pueblo a través de un intermediario (Moisés). Sino que ahora se entrega a sí mismo en el Hijo para manifestar el rostro del Dios amor. El Evangelio de Juan lo dice con palabras hermosas: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su hijo único” Jn 3, 16.

Y ese rostro de Dios, Jesús, es la síntesis de la revelación veterotestamentárea. Él viene al mundo no para condenarlo sino para salvarlo. Así como Dios, después de la ruptura de la alianza con la adoración del becerro de oro, promete amor fiel. Ahora, después de todas las rupturas por el pecado cometidas por la humanidad, nos es dado el amor fiel en forma de salvación en Jesús de Nazaret.

Ahora bien, la solemnidad de hoy no es bella sólo por esta verdad teológica que celebra. Es hermosa porque nos hace comprender nuestro propio origen y nuestro propio destino. Nosotros hemos sido engendrados desde el corazón de la trinidad por el amor reflejado en el amor de nuestros padres. Nuestro origen es el amor, la comunión y el don. Y esto marca también nuestro destino. Seremos plenos en la medida en que vivamos la comunión.

Y vivir la comunión inicia con la recepción de un don. A veces se nos ha dicho que el amor es donación. Pero ¿cómo puede uno dar lo que no tiene? El misterio trinitario nos hace ver que el amor es un intercambio reflejado en la imagen del círculo. Es dejarse invadir por el amor del Padre y llenos de Él rebosar en amor.

Así es que este día de la solemnidad de la Santísima Trinidad, pidámosle a Dios ser inhabitados por Él que es comunión. Si queremos amar como Él ama tenemos que aprender a dejarnos hacer por Él. En la medida en que experimentemos su amor seremos capacitados para donarnos a nuestros hermanos.

Hagamos oración: “Santísima Trinidad, introdúcenos en tu misterio de amor. Haznos experimentarnos tan profundamente amados por el Padre que queramos ser hijos. Que, en la unión con Cristo, Hijo, podamos responder al amor amando por la fuerza de tu Espíritu. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor, Amén.”







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