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Nos encontraremos en Getsemaní
Con Jesús, siempre despiertos y dispuestos


Por: María Luisa Martínez Robles | Fuente: Catholic.net



A lo largo de una vida, surgen muchas dificultades. Unas las superamos, otras las soportamos como podemos y algunas nos mortifican. Tenemos miedo, inseguridad y dudas. Hay etapas de desconcierto, son momentos de gran frustración. Le pedimos a nuestro Padre que aparte de nosotros la amargura. ¿Le decimos también que se haga su voluntad? ¿Nos dormimos como hicieron los apóstoles? Estamos confusos, como ellos. Le negamos, no entendemos el motivo de nuestra desolación. Es humano. No somos perfectos, pero recordemos que Él sabe lo que necesitamos. No importa las veces que tropecemos, lo que importa es que volvamos a levantarnos. No es un camino de rosas, en el sufrimiento es cuando necesitamos más a Dios y cuando menos le buscamos, pero el siempre está a nuestro lado. En ese momento, tal vez no apreciamos que Él nos da fuerzas para seguir el tortuoso camino que debemos recorrer. Si confiamos en su promesa, seguiremos haciendo un mundo mejor.

Somos frágiles, tenemos miedo a sufrir, por eso no entendemos que las pruebas que superamos son el pasaje seguro a la vida eterna.

No podemos hacer a Dios a nuestra medida. Haremos lo que esté en nuestras manos para solucionar los problemas, y después dejemos actuar a Jesús. No le digamos lo que tiene que hacer, a nuestro gusto, Él sabe lo que nos conviene. Confiemos en Él. No recemos con la ansiedad de que se cumplan nuestros deseos, dejémosle hacer su voluntad, no la nuestra. Pidamos fuerzas para poder cumplirla.

Así conseguiremos la paz que se encuentra en la confianza. Dejaremos que Él actúe, pues como buen Padre sabe lo que necesitamos. Como buen Padre, no puede darnos todo lo qué queremos y cuando lo queremos.

Es cierto que en muchas ocasiones nos fallan las fuerzas, pero diremos, como Dimas, el buen ladrón, “acuérdate de mí” y algún día estaremos con Él en el Paraíso.

Mientras llega ese momento tenemos que acompañarle en la oración en el huerto, ese huerto que sembramos cada día con nuestras obras y con nuestras oraciones. No vemos los frutos que nos da, pero seguiremos sembrando con la esperanza de ver cómo germinan las semillas que hemos plantado. Ahora debemos encontrarnos en Getsemaní, despiertos, dispuestos a acompañarle en todo momento.







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