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¿Cómo nació la Cristología?
Jesús es la “Imagen del Dios invisible” (Col 1,15).


Por: Mauricio Ochoa Urioste | Fuente: Catholic.net



El P. Luis González-Carvajal Santabárbara, sacerdote diocesano de la Arquidiócesis de Madrid, y profesor de teología de la Universidad Pontificia de Comillas, en su libro “Esta es nuestra fe”, compendia los principales asuntos teológicos de la fe cristiana. Resumimos de su obra los elementos centrales de la cristología.

Tras la resurrección de Jesús se hace evidente que para los discípulos "No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres ningún otro Nombre por el que debamos ser salvados." (Hch 4,12). Los apóstoles empezaron así a llamarle el Salvador. La comunidad cristiana, en el transcurso de los años le asignó una multitud de títulos: Hijo del hombre, Señor, Mesías, Cristo, Hijo de David, Siervo de Dios, Salvador, Hijo de Dios, Palabra de Dios.

De esta manera había nacido la cristología, es decir, el intento de explicar el misterio de Jesús.

Concilio de Calcedonia

Concluido el Nuevo Testamento, la profundización cristológica siguió adelante: la difusión del cristianismo en el ámbito de la cultura helenista desembocó en el Concilio de Calcedonia (451), que proclamó que en Cristo existen dos phýsis que concurren en un solo prósopon y en una sola hypóstasis; es decir, dos naturalezas – la divina y la humana – en una sola persona y en una sola existencia concreta. Por desgracia, a raíz del lenguaje siempre insuficiente, las expresiones traducibles de manera imperfecta, el diverso sentido de las palabras, los teólogos actuales en vez de limitarse a repetir la fórmula de Calcedonia, buscan nuevas formulaciones



El misterio íntimo de Jesús

Por una parte, es menester no perder de vista una intuición fundamental del Concilio de Calcedonia, al afirmar simultáneamente la humanidad y la divinidad de Jesús. En segundo lugar, si Jesús fuera Dios, pero no hombre, su capacidad salvífica no hubiera llegado a nosotros. La Carta a los Hebreos afirma rotundamente que Jesús fue “en todo igual a nosotros, excepto en el pecado”. (Heb. 4,15).

En su otra faceta – la divina – las Sagradas Escrituras dan cuenta que Jesús tenía conocimiento de su intimidad con Dios: cuando realiza milagros en su propio nombre al paralítico de Cafarnaúm, al hijo de la viuda de Naím. Asimismo, Jesús pone junto a la palabra de Dios la suya propia (Mt. 5, 21ss) y perdona (Mc. 2,7). Tras la resurrección, los discípulos empezaron a relacionarse con Jesús como podían hacerlo con Dios (Hch 7,59-60), y así los cristianos serán conocidos como los que invocan a Jesús (Hch 9,14.21).

Pero curiosamente y a pesar de todo lo anterior, los autores del Nuevo Testamento evitaron casi siempre llamarle “Dios”, y en general, prefirieron utilizar expresiones menos directas: “Hijo de Dios”, “Palabra de Dios”, “Imagen de Dios”.

En síntesis, podríamos concluir que Jesús es aquel ser que resulta cuando el Hijo eterno de Dios se encarna de manera definitiva e insuperable. Ya desde San Agustín, suele decirse que Jesucristo es el sacramento de Dios (sacramento es un signo visible de algo invisible). Ciertamente, Jesús es la “Imagen del Dios invisible” (Col 1,15).



 

 







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