Homilia del 21 de Noviembre 2018 La presentación de la Santísima Virgen María
Alabemos al Señor con alegría
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato | Fuente: Catholic.net
Apocalipsis 4, 1-11: “Santo es Señor, Dios Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir”
Salmo 150: “Alabemos al Señor con alegría”
San Lucas 19, 1-28: “¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco?”
¿Cuál es tu pretexto para no comprometer en serio en la construcción del Reino? Hay personas que siempre viven en la mediocridad, que aunque tienen grandes cualidades se conforman con aportar lo mínimo, que no se arriesgan ni comprometen.
Las parábolas de Jesús recogen acontecimientos y vivencias de su tiempo, muchas de ellas quizás superadas, pero tienen una profunda enseñanza que es válida para todos los tiempos. No debemos fijarnos tanto en los reyes o dueños de inmensos territorios, sino en el gran regalo que nos da Dios gratuitamente a cada uno de nosotros para que actuemos y construyamos, aportando nuestro mejor esfuerzo en la llegada del Reino. Hay quienes se oponen abiertamente a este reino. Aunque disfracen sus intenciones de ideologías o buenos deseos, hay quienes no quieren que reine el Señor en medio de nosotros y también para ellos tiene Jesús un reclamo.
Pero quizás la insistencia de esta parábola sea la confianza que Dios deposita en cada persona que ha creado. A todos nos ha dado dones y regalos y espera que los multipliquemos y los hagamos crecer. Hay muchas personas que viven con plenitud y se arriesgan a poner todos sus talentos en búsqueda del amor, de la justicia y de la verdad. Hay personas que viven la alegría del servicio y que hacen crecer a quienes los rodean. Sin embargo hay quien actúa egoístamente y se oculta en pretextos acusando a los demás de su propia negligencia. “Ocultar en un pañuelo la moneda valiosa”, no hacerla producir, dejarse llevar por la indolencia frente a las necesidades angustiosas de los hermanos… hay tanto pecados de omisión, de no hacer lo que deberíamos, de no participar y comprometernos, de no educar, de encogernos de hombros frente a los situaciones difíciles… y después echar la culpa a otros por su carácter, por sus responsabilidades, pero sólo para escudarnos y adormecer nuestra conciencia.
No hay peor pecado que la indiferencia, la flojera y la apatía. No es injusto el proceder el rey, quien no siembra no puede producir frutos. ¿Qué frutos estamos produciendo nosotros? ¿A quién culpamos de nuestros errores y descuidos?