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Espiritualidad real
Vivencia cristiana y la formación doctrinal.


Por: Sofia Aguilar | Fuente: Catholic.net



“Vestir al desnudo, darle de beber al sediento, visitar a los enfermos, corregir al que no sabe, sufrir con paciencia los defectos de los demás, enterrar a los muertos…” Como católicos rápidamente podemos concluir que estamos hablando de las obras de misericordia, las que hemos escuchado en distintas ocasiones. También sabemos que estas obras son corporales y espirituales, y son catorce en total. Pero sobre todo, son una excelente guía práctica que Jesús nos brinda para ser verdaderos cristianos.

En repetidas ocasiones he escuchado de parte de distintos sacerdotes que por lo que Dios nos va a juzgar es por nuestras obras de misericordia, y, ¡esto es completamente cierto! Sin embargo, aún es importante profundizar en este concepto.

Primeramente, cualquier enseñanza que nos dejó Jesucristo resulta para nosotros una obligación cristiana ha cumplir cabalmente, para irnos acercando paulatinamente a nuestro objetivo primordial que es la santidad y estar eternamente ante su presencia. Así, el caminar del cristiano es la profesión de su fe, que representa su vida espiritual, es decir, la forma en cómo vive su fe.

Podemos definir espiritualidad como “la condición y naturaleza espiritual. Este adjetivo (espiritual) refiere a lo perteneciente o relativo al espíritu” el punto preciso está en la última palabra: espíritu. Como cristianos bautizados nosotros entendemos que somos templo del Espíritu Santo que mora en nuestros corazones desde que recibimos dicho sacramento. Como cristianos nosotros debemos de permitir que el Espíritu Santo toque nuestra alma, es decir, produzca mociones para continuar en la senda de Dios para ser santos.

Si queremos vivir una espiritualidad real debemos de tener un equilibrio entre la doctrina y la vivencia cristiana. Las obras de misericordia nos permiten vivir nuestra fe de acuerdo al mandato de Jesús: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Juan 15:12) esta es la forma correcta de vivir nuestra fe, de experimentar a Dios en nuestros hermanos y tratar de emular la medida que Jesús mismo nos estableció; ”…como yo los he amado”… y, ¿cómo nos ha amado Dios?... Hasta el extremo, hasta la locura de dar su vida por nosotros en una muerte de cruz, sin siquiera merecerlo. Es por ello, que nosotros debemos de pasar toda nuestra vida intentando amar de esa manera. Bien ya lo ha dicho Jesús, “"No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos” (Juan 15:13)



La espiritualidad también implica profundizar en la doctrina, en las enseñanzas de Cristo y en el magisterio de la Iglesia. ¿Cómo podemos vivir una espiritualidad real, si no conocemos nuestra fe? Si no abrimos nuestra biblia, si no leemos el Catecismo de la Iglesia Católica, si no conocemos las grandes enseñanzas de nuestros doctores y padres de la Iglesia. Es fundamental, que como católicos conozcamos por completo nuestra fe, entendiendo que este conocimiento finalmente nos acercará a Dios, nos permitirá conocerlo y entender a través de las mociones del espíritu las cosas como ÉL quiere que se entiendan.

Debemos ir sometiendo nuestra voluntad a la suya, ser sumisos y permitir que poco a poco vaya transformando nuestra vida hacia la santidad. El Espíritu Santo (ES) es infinito y ÉL puede actuar en nuestra vida de formas misteriosas aunque jamás hayamos tenido una formación teológica, pero es importante tener un compromiso serio ante nuestra fe el reflexionar ampliamente sobre estos temas. Así permitimos que el ES actúe mayormente en nuestras vidas.

También me gustaría compartir un poco sobre mi testimonio. Yo nací en una cuna católica, fui bautizada, realicé mi primera comunión y también fui confirmada, pero en términos generales nunca me preocupe por indagar más acerca de mi fe. En mis años de juventud al enfrentar una crisis personal y familiar fui arrastrada a otras creencias de índole protestantes.

Participé por dos años en otra denominación cristiana no católica. Durante ese tiempo me pude dar cuenta de muchas incongruencias e inconsistencias con las creencias y la doctrina que ellos enseñaban, siempre fui considerada rebelde o mala hija para esa “iglesia”.

Después de un tiempo salí de ahí con el firme propósito de nunca volver a profesar ninguna clase de religión, pero Dios tenía otros planes. Debo de reconocer que existieron algunas cosas que continúe haciendo a pesar de no profesar ningún tipo de religión en ese momento - mis ratos de oración, siempre hablaba con Dios- , desde pequeña siempre supe que Dios es Amor, que es lo más perfecto que existe y por lo tanto, cada vez que oraba o rezaba siempre veía un corazón, para mi resultaba lógico porque mi concepción de Dios es AMOR.



Al cabo de un tiempo de haber dejado de ser protestante, comencé gracias a mi padre a asistir a misa con el simple hecho de hacerle compañía, claramente mi asistencia a la misa era bajo mis creencias pasadas y sin prestar mucha atención a la homilía, no fue sino hasta que tuve un encuentro con el Sagrado corazón de Jesús que tuve una reconversión. Un día estaba en una iglesia en la Ciudad de México en el barrio de Coyoacán, en una homilía a la cual claramente no estaba poniendo atención y volteé del lado derecho y observé un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, en ese momento no sabía de lo que se trataba, pero entendí que era el mismo corazón que yo siempre veía cuando oraba o rezaba.

A pesar de mis resistencias, regresé a mi santa madre la Iglesia Católica, cuando regresé dije: “¡Si voy a ser católica, lo voy hacer bien!” Entonces comencé a estudiar y a profundizar en la doctrina, leía la biblia, el Catecismo de la Iglesia, los Padres y Doctores como: Santo Tomas de Aquino, San Agustín, Santa Teresa de Ávila, etc. Lo que más me sorprendía es que entre más leía e investigaba al respecto de nuestra fe, más comprendía que yo no me había ido de la Iglesia Católica por convicción, si no por ignorancia. Este entendimiento cambió mi vida por completo, en ese momento entendí la importancia de conocer lo más que podamos nuestra fe mientras la vivimos desde la mirada del corazón y por la entrega de nosotros mismos a los demás a través de obras tangibles y reales.

Creo que esa es la verdadera forma de tener una espiritualidad real: la vivencia cristiana y la formación doctrinal.  No podemos solo dedicarnos a conocer a Dios a través de la doctrina, ni solo dedicarnos a las obras de misericordia, debe de existir un equilibrio en nuestra vivencia cristiana para poder acercarnos cada día más a la santificación de nuestra alma.
 

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Referencias:
Iglesia Católica. (2012). El apostolado. En 2ª ed., Catecismo de la Iglesia Católica (1262). Ciudad del Vaticano: Librería Editrice Vaticana.

 







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