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Moral y Ética

Algunas bases fundamentales del sentimiento ético
A través de ella constituimos nuestra individualidad como seres diferentes y únicos.


Por: P. José Cáceres, SJ | Fuente: cristiandad.org




La ética parte del reconocimiento - generalmente implícito, pero no por ello menos real - de que todos tenemos y cada uno "tiene sus límites". Límites en cuanto a la realización de los deseos y/o la fijación de metas u objetivos y/o a los medios para alcanzarlos.

También parte del reconocimiento de que todos y cada uno se debe a los demás, no sólo y no tanto porque tengamos la propiedad genérica de ser seres sociales (necesitar de los otros, etc.); sino sobre todo porque los otros forman parte de nuestro ser íntimo, en una multitud de aspectos. Es decir que estamos constituidos por una propiedad social específica: la de tener a los demás en nosotros mismos.

Para hacerlo tangible - aunque no es lo único - podemos ejemplificar esto con el lenguaje con el que pensamos y expresamos nuestras ideas y sentimientos: siendo una construcción histórico-colectiva la hacemos nuestra a través del aprendizaje primero, y luego de nuestro estilo o forma de emplearla - olvidando casi siempre que en su casi totalidad (salvo las pequeñas variaciones que le introducimos) - el lenguaje es un legado de los otros, que así "están en mí", incluyendo generaciones y generaciones que ya no están entre nosotros.
Estas dos bases: la del reconocimiento de límites y la del reconocimiento de "los demás en mí", fundamentan el sentimiento ético, aunque no una Ética propiamente dicha.

¿Por qué? Pues porque estos dos fundamentos no bastan por sí solos para definir los principios a los cuales ajustar nuestra conducta.

Aquí es donde descubrimos una tercera base: la del espacio de libertad de la que gozamos para definir qué entendemos y dónde ponemos nuestros límites; así como también a quiénes consideramos y a quiénes excluimos como "los demás en mí".

Por ejemplo, desde el pensador que en actitud filosófica define que "nada de lo que es humano me es extraño"; hasta el integrante de una secta o de un grupo mafioso que cree que solo se debe a los que pertenecen a su círculo estrecho, hay una enorme gama de posibilidades para el ejercicio de nuestra libertad.

A través de ella constituimos nuestra individualidad como seres diferentes y únicos. Pero notemos que se trata de un espacio de libertad para elegir nuestra forma de ser, pero también para elegir los límites y para comprender lo humano y a nosotros mismos, de modo que definamos a quienes aceptamos como prójimos, o sea a quienes encarnaremos - con acierto o equivocadamente - como "los demás en mí".
Es decir que, a través de nuestra libertad, somos seres autónomos - y responsables en la misma medida - pero no independientes, o sea, no arbitrariamente libres (como lo postulan los "principios" antiéticos posmodernos).

Esto significa que tenemos la libertad de fijar los límites, pero no de no tener ninguno. Tenemos también la libertad de decidir a quiénes consideramos nuestros prójimos, pero no la de no tener ninguno (como lo postula - hipócritamente cubierto bajo el manto "racionalista" de la competitividad - el individualismo egocéntrico actualmente de moda).

Y la razón de esto es obvia: si los demás están en mí - me guste ello o no - actuar sin que se importen nada los demás implica la destrucción de la base de mi propio ser. Ni siquiera esta razón perfectamente egoísta parecen considerar ni querer ver los partidarios actuales del individualismo extremo.

Hasta aquí, sin embargo, nos falta responder a la pregunta sobre el cómo: ¿Cómo definir específicamente los principios éticos que regirán nuestra conducta?
Aquí es donde viene la religión en nuestro auxilio. Porque en cuanto católicos, asumimos una cuarta base de la ética (que no significa un cuarto lugar en importancia): la de nuestra relación con Lo Absoluto, es decir, con Dios.

Fijémonos, sin embargo, que hay una razón para ubicar recién aquí el mandato divino: Dios se hace presente, a través de Moisés y las Tablas de la Ley, mucho después de que el hombre poblara la Tierra. Y lo hace cuando ve extraviados a los hombres, incapaces de fijar por sí mismos los principios éticos de su conducta.

¿Qué es lo que se opone a ello? ¿Cuáles son las barreras que impiden a los seres humanos - pese a toda la libertad de que disponen - definir por sí mismos sus reglas de comportamiento?

La lista es larga y explicarla nos llevaría mucho más lejos de lo que este artículo permite. Por eso sólo enunciaremos algunas, y solo de paso:
- que el deseo en el hombre, centrada su atención solo en lo terrenal, es insaciable (y por ende, ilimitado);
- que entre esos deseos, el del Poder, o sea, el de usar a los demás para la realización de los propios fines egoístas - al mismo tiempo que imponer límites a la libertad ajena - también lo es;
- que hay una etapa en la vida: la adolescencia, en la que "descubrimos" (sentimos) nuestro espacio de libertad - primero azorados y luego gozosos - y al hacerlo, caemos en el espejismo de la omnipotencia, que consiste básicamente en que, situados en el centro de nosotros mismos (egocentrismo) por un tiempo "no vemos" los límites, ni percibimos a "los demás en mí";
- que en muchos adultos - y cada vez más, hoy en día - esa etapa adolescente parece prolongarse toda la vida. Ya sea sin advertirlo, o bien pervirtiendo su sentido natural de etapa pasajera, al absolutizar esa fase de la existencia caemos en la soberbia pueril, en la vanidad, en la ligereza (el "hombre light"), en el egoísmo destructivo, incluso de sí mismo;
- que, por otra parte, no todos los seres humanos están dotados de la capacidad de observarse y conocerse a sí mismos. Hay quienes solo parecen tener ojos para ver - y entendimiento para comprender - lo que está fuera de ellos mismos. A este sector de los humanos se suman aquellos que, aún auto-observándose, no son capaces de conceptualizar lo que perciben en su interior.

Para levantar estas y otras barreras de nuestros limitados entendimiento y voluntad está la religión, que ayudándonos a definir los principios éticos (los Mandamientos, los pecados capitales, el contenido de las encíclicas) nos actualizan el sentimiento ético que, pese a todas las trabas - es consustancial a la naturaleza humana y es lo único que nos permite vivir en paz con nosotros mismos, hace posible la vida en sociedad y hace posible nuestro encuentro con Dios.

 

 

 







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