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Las preguntas fundamentales en la planeación
Las congregaciones están condenadas a desaparecer en los próximos quince o veinte años. La falta de esperanza en la vida consagrada es uno de los factores primarios que ha originado esta situación


Por: German Sánchez | Fuente: Catholic.net



Introducción
El P. Ángel Pardilla, claretiano que ha estudiado por años el desarrollo de la vida consagrada, está por publicar un libro en dónde recogerá cuidadosamente los datos estadísticos de las congregaciones masculinas en los últimos cuarenta años, es decir, en el período así llamado de la renovación de la vida consagrada. No ha sido fácil tal labor, pues muchas de las estadísticas ofrecidas por dichas congregaciones religiosas a los órganos oficiales de la Santa Sede no eran exactas. He podido hablar con el autor y me ha comentado la enorme gratitud que muchas congregaciones le han expresado, pues les ha abierto los ojos.

No es difícil de intuir que el servicio hecho por este sacerdote será de un gran valor, no sólo desde el punto de vista histórico, lo cual quedará para la posteridad como una huella dejada por el post-concilio, sino sobre todo por hacer que muchas congregaciones se enfrenten a los hechos tal y como son. En nuestros días, y especialmente en las curias generales con sede en Roma, es muy fácil encontrar argumentos paliativos a la situación que vive la vida consagrada. Se dice comúnmente, la vida consagrada está pasando por un momento difícil, y a partir de esa afirmación se comienzan a dar una serie de explicaciones 1 , verdaderas algunas, falsas otras, mediocres la mayoría, del porqué la vida consagrada está pasando por momentos difíciles. Sin embargo, no se hace nada por remediar esta situación. Y quizás no se hace nada en concreto porque no se ha visto el problema en su gravedad total. Pero las estadísticas no mienten… y quién sabe un poco de esta materia conoce perfectamente que, de seguir la tendencia actual sin variar, muchas de estas congregaciones están condenadas a desaparecer en los próximos quince o veinte años, pues no es difícil proyectar el futuro de aquellas congregaciones cuya edad media es de 75 años y que no han tenido nuevos ingresos en los últimos quince años.

La falta de esperanza en la vida consagrada es uno de los factores primarios que ha originado esta situación. Sin esperanza es difícil trabajar con ilusión en la animación vocacional y no sólo en ese campo, sino en el mismo apostolado. Como lo ha establecido el documento Nuevas vocaciones para una nueva Europa, no se trata de un problema de reclutamiento vocacional, sino de inserirse en la pastoral ordinaria , 2 con el mismo carisma, para así crear una cultura católica que propicie el campo idóneo para el florecimiento de las vocaciones. Pero quien no quiere enfrentar la realidad, está condenado a dejarse llevar por los hechos . 3

Proponemos a continuación una serie de preguntas sugeridas por la Planeación estratégica que permite ver con claridad la situación de cada congregación y el futuro que le depara. No debemos dejar de pensar, con Juan Pablo II, que el Señor es el dueño de la historia , 4 y que sólo Él conoce el futuro de la vida consagrada. Pero debemos también tener presente que las tendencias históricas pueden ser modificadas por el hombre, ya que él también colabora con Dios en la construcción del mundo .


¿Dónde estamos?
Es necesario partir de un conocimiento sincero y real de la situación por la que atraviesa la congregación, en sus diferentes estratos: apostólico, espiritual, vocacional. No hay que temer a enfrentar en la realidad, Es más desastroso ignorar la realidad que enfrentarla. Para ello, convendrá hacer el análisis de las fuerzas, las debilidades, las amenazas y las oportunidades por las que se atraviesa.

El análisis de las estadísticas sirve, a manera de diagnóstico. Será necesario una ulterior interpretación de esos datos, pero se debe partir de la realidad: tantos miembros en la congregación, con una media de edad determinada, con unas fuerzas específicas y con una proyección de vida activa de determinados años. Lo mismo se debe hacer en el apostolado. Ver el número de obras, la cantidad de personal que de dispone para dichas obras puedan seguir en pie, la ayuda que presta el personal laico, la influencia que dicha obra genera en el propio contexto social y cultural.

Muchas de estas preguntas, para algunos, pueden parecer herejía. Se propaga más bien el valor de lo pequeño, viendo los números como baluarte de un pasado pletórico de triunfos, donde la cuestión numérica lo era todo . Sin embargo nosotros preferimos pensar como Juan Pablo II, que ve en la cuestión numérica una posibilidad para evangelizar: “¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas.” 7 Estas grandes cosas no son sino el continuar ofreciendo a los hombres el testimonio gozoso de la vida consagrada para darles esperanza de un mundo nuevo y colaborar así con el Señor en esta hora de la nueva evangelización. Los números y las estadísticas no son importantes, pero son necesarios para quien busca colaborar con Dios en la construcción de inmundo más justo y más fraterno.


¿Dónde vamos?
Pero no basta saber en dónde estamos. Es necesario saber hacia dónde nos dirigimos.

El mundo actual, lo sabemos de sobra, nos lanza como catapulta sobre el activismo. La disminución del personal religioso unido a tantos factores, hace de los religiosos unas hormigas imparables del trabajo. Es cierto, ofrecemos nuestras vidas a Dios y el trabajo es un medio para cumplir con su voluntad. He conocido religiosas que por años, salvo una o dos semanas al año pasadas en familia, y a veces ni eso, trabajan sin descanso todos los días de la semana. El trabajo frenético, febril, constante, incluso en las curias generales de las congregaciones, es un mal consejero, pues no deja espacio para analizar el punto hacia dónde se dirige la congregación.

La proyección econométrica es una ciencia fascinante, que he podido manejar con la ayuda de las computadoras. Consiste simplemente en incluir diversos factores que influyen sobre un acontecimiento y proyectarlos a lo largo del tiempo. Se analiza entonces la forma en que cada factor influye sobre un determinado evento o acontecimiento, de suerte que haciendo las debidas variaciones se corrigen ciertas tendencias que podrían ser catastróficas o no deseables para el evento o acontecimiento analizado.

Si bien es cierto que en las congregaciones religiosas manejamos algo más que factores humanos, pues lo que está en juego son personas consagradas y obras que ayudan a la salvación de los hombres, bien puede hacerse un análisis de tendencias, para saber hacia dónde se dirige la congregación, en caso de no modificarse los factores actuales. Hablábamos al inicio de este artículo de las estadísticas sobre el número de vocaciones en el tiempo del postconcilio. Este análisis por sí mismo nos puede decir mucho sobre el punto al que se dirige la congregación en el campo de efectivos personales. El resultado de este análisis se expresa casi siempre de esta forma: “De no hacerse nada, dentro de unos años nos encontraremos en esta situación.”

Lo que hemos mencionado para las vocaciones, conviene aplicarlo a los campos más importantes de la congregación, de forma que pueda tenerse una visón concreta del punto al que puede llegar la congregación en unos años. Es curioso observar la forma en que muchas congregaciones, en la preparación de los capítulos generales olvidan o dan por descontado la tendencia actual de la congregación, siendo que debería ser éste el punto neurálgico de dichas reuniones. Algunas congregaciones fatalmente se dirigen a la desaparición, y no hacen nada por evitarlo. Quizás asistimos a un proceso de narcotización de la realidad, previo a la muerte de la congregación.


¿Dónde podemos ir?
Para quien tiene esperanza, los horizontes se dilatan.

El alba de un nuevo milenio fue anunciada por Juan Pablo II como una nueva estación llena de esperanza: “¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos. ¿No ha sido quizás para tomar contacto con este manantial vivo de nuestra esperanza, por lo que hemos celebrado el Año jubilar?” 8 Es necesario por tanto tener la mira siempre en el porvenir. Para quien tiene en mano el futuro de la congregación o de la comunidad, este planteamiento se refleja en un abanico de posibilidades, contrario a quien ha perdido la esperanza, que se deja trajinar por los hechos y sólo ve como posible salida, el ir tirando y en el esperar tiempos mejores. Quien tiene esperanza es un constructor de la realidad, basado en un análisis de posibles escenarios, variados y diversos. Se plantea constantemente diversas posibilidades, con la seguridad de que cada uno de los escenarios posibles podrá ofrecer un camino para mejor vivir la vida consagrada. Tiene como guía el propio carisma y en base a él, se dispone a analizar diversas posibilidades, buscando de entre ellas el ideal.

Este tipo de postura permite también analizar y enfrentar las nuevas condiciones que se presentan a la congregación o a la comunidad, algo que es contrario a quien ha perdido la esperanza. Las nuevas condiciones, las nuevas situaciones se presentan siempre como oportunidades para las personas que tienen esperanza y se lanzan a describir los posibles caminos que se podrían tomar. Cada nueva condición influye en forma diversa a la congregación en cada uno de sus aspectos y un análisis sereno, minucioso y detallado llevará a quien hace la planeación de la congregación a presentar las diversas alternativas, para después pasar al punto del discernimiento.


¿Dónde queremos ir?
Pero no basta con analizar las posibilidades, hay que tomar un camino.

Bien sabemos que otra de las enfermedades de la vida consagrada en nuestros días es la indecisión. La eterna indecisión que ha postrado muchas congregaciones en la inactividad, dejando pasar para ellas un tiempo precioso. Esta inactividad ha sido muchas veces el fruto de un relativismo exasperante, en dónde, en aras a un mal entendido concepto de libertad, se llega a un total individualismo que cierra toda posibilidad a la comunión y a la unión en la acción. De esta forma, no se establecen metas claras, los problemas no se enfrentan y se permite en la congregación todo tipo de interpretaciones a la forma de vivir la consagración, llegando muchas veces a representar sólo una caricatura de lo que debería ser la verdadera vida consagrada.

Fijarse un ideal significa tener muy presente el carisma de la congregación y buscar desarrollarlo, en comunión con toda la congregación y con la Iglesia .9 En base al carisma, se busca vivir una fidelidad creativa, sintetizada en las palabras de Juan Pablo II: “Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy.” 10 Viviendo y haciendo vivir en todos los miembros de la congregación estas tres virtudes, la misma congregación se fija y fija para todos sus miembros un ideal para alcanzar, es decir una meta concreta.

Esta meta se expresará en términos de un ideal, una visión, una misión para todo el Instituto. Deberá expresarse de forma general, de tal manera que de ahí puedan desprenderse los objetivos, los medios y las tareas que deben desarrollarse. Pero algo que debe quedar muy en claro es que dicho ideal, visión o misión debe ser compartida por todos los miembros del Institutos, ya que a todos corresponde la tarea de vivir el carisma. Si se dan pequeñas fisuras en este aspecto, se corre el riesgo de no poder alcanzar el ideal que se persigue, pues dejar a la libre interpretación de cada miembro la vivencia del carisma es un signo de debilitamiento de la autoridad y de un individualismo infiltrado al interno de la congregación. Podría llegar a pensarse que muchos criterios del mundo se han ya infiltrado en los Institutos que han perdido su identidad o la han diluido dejándolo todo al libre albedrío de cada persona.

La fijación de metas claras y objetivas no va en contra de la libertad personal ni suprime las personalidades individuales. Al contrario. El tener unas metas claras permite que la persona pueda alcanzarlas expresando su propia personalidad, lo cual no coarta la libertad, pues ella misma ha elegido pertenecer a la congregación como respuesta de Dios. Consecuencia de esta libertad es la de seguir coherentemente lo que en ella se indica para logar la mayor plenitud tanto personal como comunitaria.


¿Qué debemos hacer?
Se trata por tanto de pasar a los medios necesarios para logra que la visión, el ideal o la misión se materialicen.

Aquí entran en juego los objetivos, los medios y las tareas que cada comunidad y cada persona deben desarrollar. Es una llamada por tanto a la madurez y a la seriedad personal. Pero para que éstas se den, es necesario que la autoridad presente con madurez y con seriedad los objetivos, los medios y las tareas.

Parece que asistimos a una estación de la vida consagrada en la que se tiene temor de exigir. No se trata de una exigencia despótica, pero sí la de presentar suavemente, pero con firmeza, los programas de acción para alcanzar el ideal. La suavidad en las formas no está reñida con la firmeza en los principios. Su adecuada combinación es producto de un amor por las almas y de un recto sentido de la caridad, que busca no imponer la propia voluntad, sino la voluntad de Dios materializada en esos programas.

Qué debemos hacer, debería ser la respuesta coral a unas necesidades muy particulares y a un amor muy grande por Dios, por las almas y por la propia congregación.


¿Cómo hacerlo?
Junto con la propuesta deben venir las formas específicas para llevarlo a cabo.

No basta señalar la meta y los medios para alcanzarla. Es necesario también dar una mano en lo práctico y proponer los medios concretos para hacerlo. Mientras una congregación especifique detalladamente los sistemas y procedimientos, tendrá más probabilidades de alcanzar el la visión, el ideal, la misión que se ha propuesto.

No se trata de crear personalidades infantiles acostumbrándolas a decirles lo que tienen que hacer y cómo lo deben hacer. Se trata más bien de allanar el camino y de ayudar a vivir en el Instituto el espíritu de unión y cuerpo, de forma que todos trabajen en sincronía.

NOTAS

Muchas de estas afirmaciones las podemos estudiar en el libro de Fernando Prado (ed.), Dove ci porta il Signore, La vita consacrata nel mondo: tendenze e prospettive, Ed. Paoline, Milano, 2005.

2 “Si la pastoral de las vocaciones nació como emergencia debida a una situación de crisis e indigencia vocacional, hoy ya no se puede pensar con la misma incertidumbre y motivada por una coyuntura negativa; al contrario, aparece como expresión estable y coherente de la maternidad de la Iglesia, abierta al designio inescrutable de Dios, que siempre engendra vida en ella; (…)en consecuencia, el mismo animador vocacional debería llegar a ser cada vez más educador en la fe y formador de vocaciones, y la animación vocacional llegar a ser siempre más acción coral, de toda la comunidad, religiosa o parroquial, de todo el instituto o de toda la diócesis, de cada presbítero o consagrado/a o creyente, y para todas las vocaciones en cada fase de la vida.” Obra Pontificia para las vocaciones eclesiásticas, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 6.1.1998, n. 5c.

3 “Fata volentem ducunt, nolentem trahunt.” (Séneca)

4 “En la época del autor del Apocalipsis, tiempo de persecución, tribulación y desconcierto para la Iglesia (cf. Ap 1, 9), en la visión se proclama una palabra de esperanza: « No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades » (Ap 1, 17-18). Estamos ante el Evangelio, « la Buena nueva », que es Jesucristo mismo. Él es el Primero y el Último: en Él comienza, tiene sentido, orientación y cumplimiento toda la historia; en Él y con Él, en su muerte y resurrección, ya se ha dicho todo.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa, 28.6.2003, n. 6.

5 “El Evangelio de la esperanza que resuena en el Apocalipsis abre el corazón a la contemplación de la novedad realizada por Dios: « Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva – porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya » (Ap 21, 1). Dios mismo la proclama con una palabra que explica la visión apenas descrita: « Mira que hago un mundo nuevo » (Ap 21, 5). La novedad de Dios – plenamente comprensible sobre el fondo de las cosas viejas, llenas de lágrimas, luto, lamentos, preocupación y muerte (cf. Ap 21, 4) – consiste en salir de la condición de pecado y sus consecuencias en que se encuentra la humanidad; es el nuevo cielo y la nueva tierra, la nueva Jerusalén, en contraposición a un cielo y una tierra viejos, a un orden de cosas anticuado y a una Jerusalén decrépita, atormentada por sus rivalidades. Para la construcción de la ciudad del hombre no es indiferente la imagen de la nueva Jerusalén que baja « del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo » (Ap 21, 2), y que se refiere directamente al misterio de la Iglesia. Es una imagen que habla de una realidad escatológica: va más allá de todo lo que el hombre puede hacer; es un don de Dios que se cumplirá en los últimos tiempos. Pero no es una utopía: es una realidad ya presente. Lo indica el verbo en presente usado por Dios –« Mira que hago un mundo nuevo » (Ap 21, 5)–, el cual precisa aun: « Hecho está » (Ap 21, 6). En efecto, Dios ya está actuando para renovar el mundo; la Pascua de Jesús es ya la novedad de Dios. Ella hace nacer la Iglesia, anima su existencia y renueva y transforma la historia. Esta novedad empieza a tomar forma ante todo en la comunidad cristiana, que ya ahora « es la morada de Dios con los hombres » (Ap 21, 3), en cuyo seno Dios ya actúa, renovando la vida de los que se someten al soplo del Espíritu. Para el mundo la Iglesia es signo e instrumento del Reino que se hace presente ante todo en los corazones. Un reflejo de esta misma novedad se manifiesta también en cada forma de convivencia humana animada por el Evangelio. Se trata de una novedad que interpela a la sociedad en cada momento de la historia y en cada lugar de la tierra, y particularmente a la sociedad europea, que desde hace tantos siglos escucha el Evangelio del Reino inaugurado por Jesús.” Ibidem, nn. 106 – 107.

6 Algunos de estos autores siguen el pensamiento de Joan Chittister, OSB, El fuego en estas cenizas, Espiritualidad de la vida religiosa hoy, Ed. Sal Térrea, Santander, España, 2005, en el capítulo 6 La espiritualidad del empequeñecimiento, pp. 96 – 107.

7 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consacrata, 25.3.1996, n. 110.

8 Juan Pablo II, Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, 6.1.2001, n. 58.

9 “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. nunt. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne.” Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos seculare, Mutuae relationes, 14.5.1978, n. 11.

10 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consacrata, 25.3.1996, n. 37.






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