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Este momento de la misa hace que la piel se me erice (me lo contó un sacerdote)
Para sacar provecho de los frutos espirituales que recibimos por medio de la eucaristía, tenemos que conocerla, entenderla y participar en ella con nuestro corazón, nuestra mente y nuestro cuerpo


Por: Winifred Corrigan | Fuente: Catholic-link.com



Dentro de la misa hay ciertos momentos frente a los cuales reaccionamos y/o respondemos de manera automática. En cierto sentido esto facilita nuestra concentración y nos ayuda a no perder el foco de la celebración. Por ejemplo: el hecho de ir siguiendo las lecturas desde nuestro lugar mientras estas están siendo proclamadas en la Liturgia de la Palabra es una acción natural que nos ayuda a estar atentos y a participar de la misa. Bien sabemos que la consagración es el momento máximo, ya que el mismo Dios se hace presente en medio de nosotros. En ese momento se tocan las campanas para mantenernos despiertos y atentos a lo que está sucediendo en el altar.

Desafortunadamente, hay otros momentos dentro de la misa en que nos distraemos fácilmente y desviamos nuestra atención. Me pasa a mí, y creo que una de las razones por las que pasa esto es porque no tenemos idea de lo impresionantes que son cada una de las partes de la Eucaristía, especialmente aquellas que son aburridas para más de uno. Esas que parecen estar para rellenar.

La oración «orate fratres» (orad hermanos):

«Para que el Señor reciba de tus manos este sacrificio…»Yo pasaba por alto este momento de la misa respondiendo de memoria esta invocación. Supongo que no soy la única. Sin embargo, hace algunos años escuché a un joven sacerdote decir algo sobre este intercambio de palabras que se hace durante la misa que me dejó sorprendida y que cambió para siempre la forma en que yo entendía esas palabras (y la misa completa). Sin duda, con esto he confirmado aún más que los sacerdotes son verdaderos héroes sacramentales de la vida real.

Probablemente sepas lo que es estar conduciendo por un trayecto conocido (ya sea de la casa a la escuela, al trabajo o al supermercado), cuando de repente reaccionas y te das cuenta que habías estado actuando en modo ‘‘piloto automático’’ por 5, 10 o tal vez 30 minutos y te preguntas: «¿Cómo llegué hasta aquí?» ¡Desgraciadamente, he experimentado ese mismo trance en la misa más veces de las que yo quisiera! En la vida de todo católico llega un momento en que el hecho de ponerse de pie, sentarse y responder a ciertas cosas se vuelve tan habitual que hasta podríamos hacerlo mientras dormimos.

En la parte de la que les hablo, esto es lo que oímos y decimos:



  1. «Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios Todopoderoso».
  2.  «Que el Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de su Nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia».

Por eso, ahora quiero que imagines estar en un lugar muy alto, donde se une el cielo con la tierra, suspendido sobre el más grande de los abismos…

Y ahora… lo que realmente sucede:

«En ese momento, en que el sacerdote le pide a la asamblea orar a Dios para que acepte el sacrificio que él está a punto de ofrecer, y al cual los fieles desde sus asientos responden: «Que el Señor reciba de tus manos este sacrificio», lo que está sucediendo es que el sacerdote está entrando al abismo inmenso que hay entre la Tierra y el Cielo, ascendiendo in persona Christi (como Cristo mismo) al cielo para ofrecer el sacrificio del Hijo a Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Tu oración deberá hacer que yo –sacerdote– no pierda de vista mi tarea, no cometa ningún error ni me duerma en medio del abismo. Cuando tú dices: «que el Señor reciba de tus manos este sacrificio…», le estás pidiendo a Dios que me sostenga y que no me deje caer en el abismo infinito que hay entre la Tierra y el Cielo. El hecho de poder agradecer su gracia divina es la acción más importante que realizo como sacerdote».

Aquí es cuando entra en juego nuestra imaginación:



Cuando vamos a misa todas las semanas, incluso todos los días, nos arriesgamos a que las cosas no sucedan como nosotros queremos. Vemos y oímos a menudo los signos de los tiempos, pero fallamos al ver el misterio impresionante, sobrenatural y metafísico que ocurre en la Eucaristía.

Alturas y profundidades inmensas:

Incluso hasta la expansión y las maravillas de nuestro planeta Tierra nos dejan sin aliento. Si la escala y la extensión del reino natural nos pueden asombrar tanto… pues imagina multiplicar ese asombro por infinito, para considerar la diferencia que existe entre Dios y el Hombre, y el Cielo y la Tierra. Lo que podemos ver desde el ámbito de la ciencia, y también a simple vista, es bastante válido, es como una analogía. Con lo avanzado que está el mundo hoy, el hombre todavía no ha podido llegar a calcular la profundidad del océano en su totalidad. ¿Cómo podrían entonces no interesarnos las maravillas que hay en el cielo?

Los descubrimientos más increíbles son minimizados por los aspectos menos increíbles que hay en nuestra realidad. En la misa no es diferente. La misa es la base de esa realidad, de lo que nos toca experimentar día tras día. Si no quieres que te vaya mal en la vida, si no quieres vivir más en modo ‘‘piloto automático’’, vuelve a asombrarte ante las maravillas de Jesucristo que viene a nosotros en la santa misa.

Son muchas las formas con las que puedes saciar tu sed por la Eucaristía: leyendo un libro, viendo videos, asistiendo a charlas o conversando con alguien católico. La misa está esperando que la descubras. Cuando vayas a misa pídele al Señor que aumente tu amor por Él y por la eucaristía. Visítalo en la Eucaristía. Busca en las profundidades. Recíbelo y dale las gracias cada día.

Para sacar provecho de los frutos espirituales que recibimos por medio de la eucaristía, tenemos que conocerla, entenderla y participar en ella con nuestro corazón, nuestra mente y nuestro cuerpo.

Este artículo fue publicado originalmente en Catholic Link en Inglés
Traducido por Mauricio González Salgado para nuestros aliados y amigos:
Catholic-link.com

 







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