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El Beato Cura Brochero y unas cumbres muy altas…
Este relato sobre María Santísima ha nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella...


Por: María Susana Ratero | Fuente: http://misencuentrosconmaria.blogspot.mx




 (Este relato lo escribí mucho antes del anuncio de la Canonización del Cura Brochero)

 

Por gracia de Dios estoy transitando el camino de las Altas Cumbres, en Córdoba, Argentina, rumbo al lugar donde ejerció su ministerio el Beato José Gabriel del Rosario  Brochero… el “cura Brochero” para los lugareños…Voy en auto, y los kilómetros pasan rápido. Mi alma, extasiada ante la belleza del paisaje, quiere irse a los días en que el viejo cura recorría estas montañas, metro a metro, a lomo de mula, sólo por un alma…
De pronto se divisan, en un camino angosto que serpentea los cerros, un par de vaqueanos del lugar, a caballo.
Y te pido me asistas, querida Madre para sacar fruto espiritual de este viaje, para no quedarme ni en el relato histórico ni en la letanía de pedidos, suplicando la intercesión del Beato, de la cual no dudo, pero sé que hay más, mucho más.
  - Piensa, hija- y te vienes a mi alma, como eco seguro de mis Avemarías- Tan altas y escarpadas cumbres, tan agrestes paisajes, tan inaccesibles parajes… todo fue traspasado, arrasado, inundado y vencido por un sólo hombre.
   - Un solo hombre- repito y miro los vaqueanos avanzar a paso lento, mientras a la tecnología del auto se le hace incomprensible el lento tranco de una mula.
   - Sí, un solo hombre, que no es lo mismo que un hombre solo- me recalcas, para que entienda la diferencia, mientras vienen al alma las imágenes conocidas del Beato Cura, subiendo las cuestas con la cruz en alto en su mano derecha y el rosario en la otra- Un sólo hombre pero armado como un ejército… un hombre cuyo medio de transporte era una mula. Aprende, hija, aprende….
   - Madre… perdóname, pero no veo aquí la enseñanza que quieres darme, porque es seguro que tú ves infinitamente más claro que yo.
   - Lleva esta escena a tu propia vida- me propones…. Y te quedas en silencio, esperando…. Esperándome...
   El tiempo ha pasado, he llegado a mi destino. He descansado y estoy en Misa. Acabo de recibir la Eucaristía en la Iglesia Nuestra Señora del Tránsito, de Villa Cura Brochero.
   Me arrodillo a disfrutar en el alma este momento. Justo frente a mí hay una estatua del cura serrano…    Cierro los ojos en oración y me sigues repitiendo, María: "aprende, hija, aprende"…
   De rodillas y con los ojos cerrados, me llevas, María, a ese paisaje agreste y desolado y, frente a un pequeño hilo de agua, veo que avanza el viejo cura, sobre su mula…
   Y mi alma se asombra, pero tú buscas que yo aprenda, no que me quede en el asombro.
   De pronto, el viejo cura toma las riendas de su animal y gira hacia mí… avanza, y su rostro se va haciendo cada vez más nítido.
   - ¿Qué es esto, María? ¿Qué me quiere decir el cura Brochero?
   - Pregúntale, hija, pregúntale a quien dedicó toda su vida a la predicación evangélica, al celo por la salvación de las almas.
El viejo cura queda cerca de mí y me invita a subirme a su mula, mientras me dice:
  - Ha llegado el tiempo en que debes enfrentarte a una muralla en tu alma. Altas barreras que debes pasar en tu camino a la santidad. Veo que te parecen imposibles de cruzar con sólo verlas. No dejes que te asuste ni su altura ni lo escarpado de sus caminos. Ven conmigo, déjate guiar, yo las he cruzado. Yo las he vencido. He llevado a Jesús a través de ellas y las he atravesado tantas veces… ven hija, sube conmigo, es larga la travesía, difícil el camino, pero con María como estrella que nos guía, llegaremos… llegaremos… ven… sube…
Y dentro de mi alma puedo ver cumbres más altas que éstas que rodean la parroquia. Cumbres que jamás pensé que iba a poder cruzar.
Y la dulce voz de María resuena nuevamente en mi alma:
  - ¿Comprendes ahora, hija? Si te he traído a este lugar no es sólo para que veas a mi amado hijo, Jose Gabriel, como un personaje histórico, valiente y decidido, sí, pero lejano en tus días… No es para que vengas sólo a pedir su intercesión, lo cual es muy bueno, pero no suficiente para ayudarte a caminar en santidad. Te acerqué a mi hijo José Gabriel para que aprendas de él, de su perseverancia, de su fe, de su amor, de su entrega…. Para que aprendas que la oración será como tu mula, en las montañas del alma, para que, montada en ella, no te sea tan fatigoso el andar. Verás que, como al viejo cura, el sol de la fatiga muchas veces te resultara agotador y anhelarás la sombra… sombras que serán, en tu alma, los consuelos que te irá mandando el Señor para renovar tus fuerzas. Como a Brochero, el viento fuerte, frío e impiadoso se presentará ante ti desafiante y amenazador, pero aprenderás de él a buscar reparos, a llevar abrigos, a buscar un fuego donde calentarte… reparos y abrigos que hallarás en cada rosario. Él recorrió larguísimas distancias, sólo por un alma…
   Sigo de rodillas. Envuelta aún en los deliciosos perfumes de la Eucaristía. No quisiera que este momento acabase. Cuánta razón tienes, María. Y que simple y hermosa manera de enseñarme, dulce Maestra del alma.
   Las cumbres de mi alma siguen allí. Los vientos aún soplan, amenazantes y fríos. Pero algo ha cambiado. La profunda certeza de que no estoy sola. María me ha procurado un guía de lujo. Un guía sencillo y de palabras simples, que llegan a mi corazón, como suave brisa de esperanza.
   Las cumbres del alma, las escarpadas y las bellas, las difíciles y las inundadas de paz. A ambas me enseñará a llegar el Beato Brochero. Porque ambas son parte del camino a la santidad. Salgo de la Parroquia… llueve. Y mi alma no puede resistir a mirar ese cielo y esas gotas que bailan su antigua danza sobre la plaza frente a la Parroquia…
  - Es la misma lluvia, es el mismo cielo, son los mismos aires que respiró Brochero… La misma lluvia, el mismo cielo… no lo pudo alterar el tiempo- susurras María, a mi alma.
   Y siento que aún estás, viejo cura, para cuántos quieran seguir tu senda, para cuántos tengan, en su alma, más preguntas que respuestas.
   Vamos, viejo cura, hazme un lugar en tu mula. Vamos, llévame a través de esas cumbres tan altas, esas que duelen, pero también las otras, las que ansío. Será larga la travesía y sé que me tendrás muchísima paciencia.
  - ¿Traes tus cosas?- me pregunta Brochero. Busco en mi bolso. Suena la conocida música del tintinear de las cuentas del Rosario
   - Tengo esto- respondo, mostrándole mi pequeño tesoro-¿alcanza?
   - ¡Claro que sí!!!...en marcha…
   Y la pequeña mula nos va llevando, camino adentro del alma…
   Quizás la travesía dure toda mi vida, quizás mucho menos, no lo sé.
María Santísima y el Beato cura Brochero tienen todo el tiempo para mí… Para vos… Para cada uno que quiera subirse a una simple mula serrana, con el Santo Rosario, como único e insustituible equipaje.

 







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