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¿Ya olvidaste que querías cambiar el mundo?
Cambiar el mundo ahí donde estás, en la empresa, en la universidad.


Por: Redacción | Fuente: http://lcblog.catholic.net



Si cerramos los ojos y nos teletransportamos al tiempo cuando teníamos, más o menos, diez o doce años, e intentamos meternos en los pensamientos que teníamos en ese momento, sin duda nos encontramos con muchas cosas que hoy catalogaríamos como inútiles (de hecho, lo digo con seguridad pues, lo estoy haciendo en el momento que escribo).

Encontramos problemas que hoy tendrían el nombre de tonterías; encontramos miedos que hoy siguen siendo compañeros y, otros, enemigos vencidos. Encontramos sueños que se hicieron realidad, otros que pueden seguir estando u otros que me hacen pensar: ¡¿qué estaba pensando?! En fin, encontramos una serie de cosas que, o han quedado en la historia, u hoy forman parte de ella. Sin embargo, encontré algo que me hizo reflexionar; algo que, si bien antes estaba, hoy de alguna manera sigue estando en mis pensamientos. Algo que más que un pensamiento es un deseo que se olvida por un tiempo, pero que con él vuelve a surgir: el deseo de hacer cosas grandes; de cambiar el mundo.

Cambiar el mundo puede tener un tono infantil, podría parecer un sueño que es propio de los niños, pero me he dado cuenta que no es así. Es posible que con el paso del tiempo lo hayamos disfrazado con otros nombres. “quiero estudiar una carrera; tener una novia guapísima; viajar por el mundo, aprender tantas lenguas; poner mi propia empresa”. Éxito, dinero, proyectos… En fin, les llamemos como les llamemos muy dentro de nosotros está ese deseo de hacer cosas grandes.

Es una motivación interna que muy indirectamente nos impulsa pues, cuando uno se enfrenta con uno mismo independientemente de las cualidades o capacidades que se tengan o no, llegas a darte cuenta que existes y por lo tanto tu existencia no puede ser indiferente. No puedes no hacer nada con tu vida y entonces comienzas a hacer, a soñar…, comienzas a hacer de tus sueños una realidad.

Sin embargo, he encontrado con un problema. Todas estas cosas son pasajeras, es decir, pueden ser muy buenas, pero al final se acaban. Estudiar una carrera termina en una jubilación; una novia guapísima, sabemos que es cuestión de tiempo. Todo esto se va. Son cosas que nos motivan, y de hecho, muchas de ellas es necesario hacerlas, pero creo, entonces,  que cuando un niño piensa en hacer cosas grandes o en cambiar el mundo no se puede referir a esto. ¡Es un deseo que tiene como característica principal la perpetuidad, es decir, la eternidad!



Creo que la mayoría ha escuchado que todos estamos llamados a ser santos. Tengo que aceptar que cuando escuchaba este término lo primero que me pasaba por la mente era una estatua de tamaño natural, un poco desgastada, con colores opacos… en fin no era algo muy atractivo. Digamos que, si iba más allá en mi imaginación, sabía que se trataba de una persona muy buena pero… algo extraña.

Luego me di cuenta que estaba muy equivocado. Quizá nos han presentado la santidad de una manera que no es del todo verdadera. Algo reservado para las abuelitas que asisten toda la semana a la Iglesia. Ser santo, si vamos en profundidad, implica radicalidad, implica hacer cosas grandes, implica verdaderamente cambiar al mundo.

Cambiar el mundo ahí donde estás, en la empresa, en la universidad. En el bar con tus amigos, en la relación con tu novia. En los viajes que realices, en los proyectos que quieras emprender. La santidad responde perfectamente a lo que quieres hacer de tu vida, pues nadie quiere vivir una vida a medias, todos queremos vivirla en su totalidad. Un santo es una persona que se esfuerza por descubrir hacía donde quiere ir. Que a pesar de sus muchas imperfecciones se esfuerza por ser mejor cada día. Es una persona que busca salir de sí misma para entregarse a los demás; que no se conforma con ser parte del montón, sino que dentro del montón se da cuenta que es único y pone lo que tiene a disposición de los demás.

Es verdad que no es una cosa fácil, tan sólo basta reflexionar en lo que pensarías si una persona te dijera hoy : ¡quiero ser santo! Probablemente pensarías muchas cosas y dentro de una de ellas sería – “Este quieren entrar al el seminario” – Esto es otro problema. La santidad no sólo le compete a los clérigos, a las monjas o a las personas que ayudan en la catequesis, sino que nos abarca a todos. Desde aquel que ya va adelante en el camino hasta el que no tiene la menor idea de dónde se encuentra.

Sin duda, es difícil pues en muchas cosas implica ir a contracorriente, implica sacrificio, confrontarse con uno mismo, salir de mi zona de confort. Creo que al final no es algo que hayamos olvidado, o le hayamos cambiado el nombre, simplemente nos damos cuenta que da vértigo lanzarse y ponerse en camino, pues la santidad implica arriesgarlo todo.



Es bueno recordar que los deseos de hacer cosas grandes, de cambiar el mundo Alguien los ha puesto ahí. Alguien que me invita no solo a ser bueno y nada más, sino que quiere que yo sea lo mejor que puedo ser. Cuando ante nuestra pregunta: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” Nos responde: “Una cosa te falta: ve y vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme”. Nos da miedo, nos da vértigo. No es que sea algo aburrido, muy al contrario, es muy atrayente, sin embargo son pocos los que dan el paso.

Jesús quiere dar respuesta al deseo de eternidad que llevamos en el interior. No quiere que nos quedemos en las cosas que, aunque sean muy buenas, son pasajeras. Nos invita a ir a más, nos invita a recorrer el camino, nos invita a hacer cosas grandes, a cambiar el mundo…, nos invita a ser santos. De hecho sólo con su ayuda podemos lograrlo.

Al final creo que la pregunta es muy obvia aunque la respuesta no lo es tanto. Hoy, en este día, en este momento de mi vida ¿quiero ser santo?
 







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