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Reflexión del evangelio de la misa del Domingo 25 de febrero 2018

Transformación; II Domingo de Cuaresma
No basta conocer y saber que Jesús es el Mesías, debemos cambiar: “Ese es mi Hijo amado; escúchenlo”.


Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato | Fuente: Catholic.net



Lecturas:

Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18: “Toma a tu hijo único… y ofrécemelo en sacrificio”

Salmo 115: “Siempre confiaré en el Señor”

Romanos 8, 31-34: “Dios nos entregó a su propio Hijo”.

San Marcos 9, 2-10: “Éste es mi Hijo amado”



 

Una nube impresionante de mariposas monarca se extiende por los campos mazahuas, entre el Estado de México y Michoacán. A unos pocos días de su retorno a tierras canadienses, despliegan sus colores por las inmensas montañas adornadas de oyameles, cedros y pinos. Los indígenas asombrados por su belleza, las llaman “parákata animécheri”, palomas o mariposas de las almas o de los difuntos, quizás porque llegan a sus santuarios en torno a la noche de las ánimas; quizás porque han visto transformarse las diminutas y escondidas larvas en una de las más fuertes mariposas capaces de volar cinco mil kilómetros en su regreso. Sólo las que han dejado atrás su vida de orugas y han soportado pacientemente la oscuridad y el largo silencio del capullo, desarrollan unas alas capaces de resistir el extenuante viaje; sólo las que rompen la protección y seguridad que las resguardan pueden emprender la aventura. Símbolo del cristiano en esta cuaresma de silencio y oscuridad que llevan a transformación y plenitud.

Colocada en el centro del Evangelio de San Marcos, la transfiguración de Jesús se presenta como una de las escenas más importantes del Nuevo Testamento. Es como mirar la meta hacia donde se dirigen los pasos para no escatimar las dificultades del camino. San Marcos nos ayuda a descubrir, a través del propio descubrimiento de los discípulos, la identidad de Jesús y a la vez el sentido del propio camino. En este camino de descubrimiento no puede faltar la gran clave de interpretación  para comprender el misterio de Jesús: su pasión y resurrección. Tras las crisis y las dudas que pueden asaltar a los discípulos al contemplar a un Mesías no triunfal sino entregado, es Dios mismo quien habla para confirmar a Jesús en el camino que ha elegido. Es como una nueva revelación parecida a la del Bautismo pero ahora dirigida también a los discípulos. Pero no basta conocer y saber que Jesús es el Mesías, el contemplarlo se convierte en una norma de vida: “Ese es mi Hijo amado; escúchenlo”.

El camino de la Transfiguración nos explica el camino de la cuaresma: es el tiempo de recogimiento y silencio, de dolor y fortalecimiento, pero no para quedarse ocultos y sobreprotegidos desdeñando el compromiso diario que nos lleve a transformar la realidad. Hay tiempo de descubrimiento del Señor y de nutrirse de sus enseñanzas, pero no para aislarlos irresponsablemente de un mundo que nos exige nuestra participación y  nuestro compromiso. El cristiano se tiene que abrir y romper las protecciones para salir a enfrentarse a un mundo de injusticias y sin sentido, donde se lucha en medio de las tinieblas pero buscando, anhelando, un sentido y una orientación para sus esfuerzos. El discípulo tiene el compromiso de romper sus capullos y no vivir entre algodones, inmiscuirse en la vida diaria para transformarla, probar el amargo sabor de la incomprensión pero nunca perder el sentido de su actividad. Hay que arriesgarse para ver la luz, pero no volar sin sentido, a tontas y a locas, sino recordar qué es lo que da orientación a nuestra vida: la muerte y resurrección de Jesús. Así enfrentaremos las actividades diarias y les daremos su justo valor.

Cualquiera de nosotros puede verse sumido en un abismo de dudas y desaliento al contemplar tanto el proyecto personal, como la vida de la Iglesia o el desarrollo de la sociedad. Son tiempos de falta de ideales, de tensiones y guerras, de injusticias y corrupción, que pueden llevarnos a una desilusión y abatimiento. Nos hemos equivocado en esperar resultados fáciles e inmediatos sin tener presente la sabiduría y la paciencia de las contradicciones de la cruz. Y hoy el Señor Jesús también nos llama a nosotros para que lo contemplemos y nos llenemos de esperanza, no en el triunfo fácil, no en la conquista victoriosa, sino en su mismo camino y enseñanza. Hay que darse todo para llegar a su victoria.



En medio de dos anuncios de la pasión, san Marcos nos presenta la Transfiguración como para asegurar que la cruz es el camino para la glorificación. A Pedro le costaba trabajo aceptar la cruz, pero no le costó ningún trabajo aceptar la Transfiguración a tal grado de decir: “¡Qué a gusto estamos aquí!” Por un lado no había sufrimiento, pero por otro estaba la seguridad que da tener a Moisés y a Elías de su lado, la ley y los profetas. La voz venida del cielo da todo el sentido a este episodio: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. Ya no estará la seguridad ni en la ley, ni en los profetas, ni el templo, ni en el sacrificio. El requisito es escuchar a Jesús y guardar su palabra. Así la Transfiguración se convierte en la seguridad del verdadero discípulo: se entrega a Jesús y no rehúye todo el dolor que implica escuchar la palabra porque ha pre-visto la gloria. Más que un episodio aislado en la vida de Jesús es símbolo real de todo el cambio y la transformación que hace de la religión judía y del concepto de Mesías que prevalecía en los tiempos de Jesús. Ahora también nosotros corremos el riesgo de parecernos a Pedro que nos cobijamos con la ley y nuestras costumbres y no nos arriesgamos a escuchar realmente lo que quiere Jesús. Que al contemplar su rostro luminoso estemos también dispuestos a cargar la cruz y hacer su mismo camino.

¿Nos dejamos llevar por nuestras seguridades y no nos arriesgamos a seguir a Jesús en su camino? ¿Cómo escuchamos su Palabra y la hacemos vida en nuestra vida? ¿Cuáles son nuestros miedos que nos impiden salir de nosotros mismos e ir en busca de los demás al estilo de Jesús? ¿A qué nos compromete el contemplar a Jesús Transfigurado?

 

 Padre Bueno, que nos mandaste escuchar a tu amado Hijo, alimenta nuestra fe con tu palabra y purifica los ojos de nuestro espíritu, para que podamos alegrarnos en la contemplación de tu gloria y nos comprometamos en la transformación de nuestro mundo.  Amén.







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