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Dios Padre nos abraza, nos come a besos y nos sale al encuentro de todas las formas posibles.

El regalo de un beso
Inquietud del hombre saciada con la inquietud de Dios.


Por: Redacción | Fuente: http://lcblog.catholic.net



 

    «Estando el todavía muy lejos, le vio su padre, y se le enterneció el corazón, y corriendo hacia él echósele al cuello y se lo comía a besos »

 

Hace unos días estuve en la ordenación de treinta y tres sacerdotes y casualmente calló en la vigilia del tercer domingo de adviento, es decir, en este periodo del año en que nos preparamos para recibir a Jesús.  Y son estos tres eventos la manifestación en el tiempo de un único amor. Aquella parábola narrada por Jesús a un grupo de publicanos, de pecadores, se encarna en cada momento. Dios Padre nos abraza, nos come a besos y nos sale al encuentro de todas las  formas posibles.

Jesús se hace hombre para traernos el cariño que nadie en este mundo podrá darnos. Él, en un momento de su vida, nos recuerda que no hay amor más grande que el dar la vida. Y es en la cruz, cuando se hace patente la totalidad y radicalidad de ese amor. Cuándo da, ese Dios hecho hombre, hasta último aliento y la última gota de su sangre por cada hombre. Por ti también, querido lector.



Y tal vez, se podría pensar que eso pasó hace dos mil años. Es un evento que hoy no se constata, que no nos toca. Sin embargo en el silencio, un gran número de hombres consume su vida por amor. Benedicto XVI decía en cierta ocasión a dos obispos:

El corazón de Dios está inquieto con relación al hombre. Dios nos aguarda. Nos busca. Tampoco él descansa hasta dar con nosotros. El corazón de Dios está inquieto, y por eso se ha puesto en camino hacia nosotros, hacia Belén, hacia el Calvario, desde Jerusalén a Galilea y hasta los confines de la tierra. Dios está inquieto por nosotros, busca personas que se dejen contagiar de su misma inquietud, de su pasión por nosotros (…)

    Queridos amigos, esta era la misión de los apóstoles: acoger la inquietud de Dios por el hombre y llevar a Dios mismo a los hombres. Y esta es vuestra misión siguiendo las huellas de los apóstoles: dejaros tocar por la inquietud de Dios, para que el deseo de Dios por el hombre se satisfaga. (Benedicto XVI, 2012)

Pompeo Batoni, (1708–1787): El regreso del hijo pródigo, 1773.

Esto es el sacerdote, un hombre que hace suyo esa inquietud del corazón Padre. Es un hombre que sale al encuentro del necesitado para mostrarle que el amor que busca nadie se lo puede dar sino sólo Dios. Es un padre que espera con ansias al hijo perdido y, apenas lo vislumbra en la lejanía, se lanza a su cuello para besarlo y abrazarlo dándole toda su hacienda, todo lo que tiene. Por un momento podemos recodar a aquella viuda que pone sus dos monedas en el arca del templo. Ella lo pone todo. El sacerdote lo pone todo, deja de lado sus ilusiones para tener como única ilusión la de Dios, es decir, que todos encuentren el agua que bebiéndola ya no se tiene sed. Para que todos encuentren el pan de la vida. Para que todos se encuentren con el amor hecho hombre que sale en esta Navidad a nuestro encuentro.



En esa misma homilía de Benedicto XVI recordaba que el hombre es un hombre inquieto y decía con tristeza que tal vez hay muchos que buscan serenar sus ansias con “narcóticos”. En estos días los centros comerciales se llenan de personas preocupadas buscando algo para alegrar a sus seres queridos. Bolsas y bolsas de reglaos se ven por las calles. Y es hermoso darse cuenta que todos buscamos demostrar el amor de una forma concreta. Y ese amor comporta un sacrificio, en este caso al propio bolsillo, para ofrecerlo a alguien a quien consideramos “amable”.

Pero, y esto sin querer quitar el valor a los regalos, deben de brotar de una actitud profunda. No han de ser simplemente el cumplimiento de un formulario propio del tiempo. Debe de brotar como fruto del amor. Dicen que la bondad por ella misma se difunde. No de forma artificial sino espontáneamente. El beso entre dos personas que se aman brota espontaneo, no como en las películas de Hollywood, y deja una huella profunda en el alma. El regalo ha de brotar espontaneo del corazón, sin compromiso, y dejar una huella en el alma del ser amado. Por eso, cualquier persona, sea de la condición que sea puede dar un regalo. No hace falta que sea un sacrificio de nuestro bolsillo porque un regalo auténtico puede ser compartir una comida en familia, sacrificando el propio tiempo, haciendo un gesto de cariño, etc… Creo que para descubrir la belleza de la Navidad es necesario salir de los esquemas consumistas e ir al sentido profundo.

Sólo así podremos vivir estas fechas con serenidad. La cuesta de enero ya no lo será más porque el descubrir que Dios nos ama y se regala a sí en cada momento, en cada Eucaristía, hace que vivamos en una Navidad continua. Y en este adviento Dios, con el sacrificio de treinta y tres hombres a los que he conocido, nos da un regalo maravilloso. Dios no ha regalado sacerdotes que encarnan en su vida el amor de Dios. Acudamos a ellos, que seguro no quedaremos defraudados.  Recibiremos de esa agua de la que está sediento nuestro corazón y que ningún narcótico podrá sustituir.







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