La oración: Vivir en Dios
Por: Tais Gea | Fuente: Catholic.net
El deseo de Dios en la oración
Nosotros los cristianos tenemos en el corazón un deseo grande de tener contacto asiduo con el Dios que conocemos. Buscamos constantemente su rostro. A veces vamos en busca de Él en lo exterior y a veces entramos dentro de nosotros mismos para encontrarlo en nuestro interior. Necesitamos saber que está ahí, que no nos ha abandonado, que está a nuestro lado. Queremos escuchar su mensaje de amor; sabernos amados por Él. A eso le llamamos oración.
Es frecuente escuchar de la boca de los cristianos esta frase: “No se orar”. A veces pensamos que la oración es algo complejo, inalcanzable, solo para algunos elegidos, que implica mucho tiempo. Esos pensamientos nos pueden bloquear y no nos permiten tener una oración sencilla, llana, cercana. Para aprender a orar lo primero que hay que tener claro es qué es la oración.
Es bueno permitir a Dios que nos rompa nuestros esquemas y nos abra nuestros horizontes para comprender cómo se nos quiere manifestar al corazón. ¿Cuáles son algunos aspectos de la oración que nos permiten ampliar nuestro concepto de la misma y así aprender a orar?
La oración es diálogo
En primer lugar hay que aprender a considerar la oración como un diálogo. Es ese momento de calidad en el que nosotros, hijos del Padre, levantamos la mirada a Él para entrar en un íntimo diálogo con Él. Cuando uno esta acostumbrado a hacer una meditación de tipo discursiva puede caer en el peligro de pensar en ideas sobre Dios. Es decir, Dios es bueno, Dios es creador, Dios es salvador. Son reflexiones sobre Dios pero no son oración. Se hace un gran discurso sobre Dios pero no se relaciona uno con Él. La oración, por tanto, no son ideas bonitas sobre Dios sino que es un diálogo con ese Dios que conozco también por las ideas.
La oración es encuentro
En segundo lugar, la oración es encuentro. No es el único lugar en el que el cristiano se encuentra con Dios ya que, los sacramentos, son por excelencia el lugar de encuentro con el Señor pero es un espacio privilegiado. La oración no es una cierta interiorización para encontrarnos con nosotros mismo, con nuestro centro, con nuestro yo. Si no hay contacto con Alguien, no hay oración. Por eso es necesario comprender que la oración es encuentro. Y para hacer de la oración encuentro es bueno siempre poner el yo en juego. Podemos pensar que Dios es creador y eso no necesariamente nos lleva a la oración. Sin embargo, podemos pensar: “Dios es mi creador”. Ese cambio de perspectiva nos permite tener ya un encuentro con alguien. En este caso con mi creador. Y así todas las ideas sobre Dios se convierten en encuentro: Dios es mi Padre, Dios es mi salvador, Dios es el amor de mi alma.
La oración es la obra de Dios en nosotros
En tercer lugar la oración es la obra de Dios es cada uno de nosotros. Es un espacio para que la gracia de Dios actúe en nosotros con toda su fuerza. A veces nos preguntamos: “¿Dónde acojo la gracia de Dios? ¿Dónde obtengo su fuerza? ¿Dónde recibo su consuelo? ¿Dónde me dejo transformar por Él?”. Y la respuesta es clara: en la oración. En la oración es donde Dios va saciando nuestros deseos, nos va transformando, nos va llenando con su gracia, con su presencia. Dejar que Dios obre en nosotros es lo más importante. Pasamos de una relación de simple comunicación a una relación que tiene un dinamismo de acción sobre nosotros. Pasamos de una idea sobre Dios: “Dios es creador”. De un encuentro con Él: “Dios es mi creador”. A permitirle actuar: “Dios me está creando”. En ese momento de oración se está realizando lo que nuestra alma tanto desea. Dios, en ese espacio, nos está salvando, nos está sanando, nos está santificando.
La oración es amor
Por último y quizá el objetivo de la oración y la razón de ser de la misma es que la oración es amor. “Dios y yo nos estamos amando”. Eso es lo importante. Nuestro corazón recibe el amor de Dios y nuestro corazón se entrega a Él. La clave del éxito de la oración no es si nos distrajimos poco o mucho, si terminamos la oración con grandes revelaciones del Señor, si sentimos bonito. La clave del éxito es saber, en la fe, que Dios nos está amando y asegurarse que el corazón esta volcado a Él. Así el camino de la oración se vuelve camino de intimidad. Es estar con aquel que tanto nos ama y que tanto amamos. Esto hace que la oración se vuelva cada vez más sencilla. Es una oración de presencia. Estamos con Él, Él esta con nosotros y eso nos basta.
La oración que se hace vida
Con esta amplitud de mira comprendemos que la oración no se reduce a un momento del día en el que dedicamos 15 o 20 minutos al Señor. Es evidente que quien desea tener una relación cada vez más profunda del Señor le dedicará tiempo. Pero no siempre nuestra realidad nos permite tener ese tiempo. La vida laical exige compromisos del mundo que son irrenunciables. Una madre de familia tiene que atender su hogar, un padre de familia tiene que llevar el dinero a la casa, un profesionista tiene que realizarse en su profesión, un estudiante tiene que cumplir con su obligación e ir al colegio. Es por eso que concebir la oración como diálogo, encuentro, la obra de Dios en nosotros y amor nos permite hacer de nuestro día oración. Todo lo que nos sucede en el día puede convertirse en diálogo con el Señor. Todo es espacio de encuentro con Él. Las circunstancias son las excusas para que Dios pueda obrar en nosotros. Y si vivimos amando a Dios y nos unimos a Él en su voluntad somos oración. Es así como, progresivamente, nuestra vida se hace oración y nuestra oración vida.
El punto de partida para orar: la propia situación existencial
Ahora bien, la condición previa para que la oración sea diálogo, encuentro, la obra de Dios en nosotros, para que la oración sea amor, es presentarse como uno es. Dios nos quiere hablar a nosotros, a nuestro hoy, a nuestra vida, a nuestra historia. A esto se le puede llamar: la situación existencial.
A veces pensamos que para orar hay que hacer un cierto vacío de nuestra mente, no pensar en nada más que en Dios, hacer un silencio que deje espacio a que la voz de Dios se pueda percibir. Es común escuchar que las personas dicen: “Yo no puedo orar porque me distraigo mucho”. Esto puede reflejar un concepto de oración en el que se cree que se entra en un especie de trance que nos hace solo pensar en Dios. Cuando estamos distraídos es bueno detenerse un poco y preguntarse ¿Qué refleja ese pensamiento que me distrae? ¿Por qué me viene a la mente constantemente? Puede ser una preocupación sobre algún familiar, puede ser un dolor por una traición, puede ser una decisión que tengo que tomar y que no se qué dirección elegir. Esas distracciones en el fondo reflejan lo que más íntimamente nos esta preocupando. Y dejar a un lado eso es dejarnos a un lado a nosotros mismos. Esa es nuestra situación existencial y eso es lo que hay que presentar a Dios para que Dios nos responda. Las distracciones se convierten en el contenido de nuestra oración.
Si no oramos así corremos el riesgo de estar creando una distancia entre nuestra vida y nuestra religiosidad. El peligro es grave porque Dios no logra ser parte de nuestra historia. Dios no irrumpe en nuestra cotidianidad. Dios no puede intervenir en nuestro día a día. El Señor quiere ser parte, tan parte de nuestra vida, hasta llenarla de sentido introduciéndose dentro de ella y llenándola de su presencia de amor. Pero para que pueda realizar esto hay que darle entrada, espacio y lo hacemos al presentarle con sencillez nuestra situación existencial.
Este es el primer paso en la oración. Al estar ante la presencia del Señor lo primero que se aconseja es pedir mucha luz al Espíritu Santo para descubrir cómo venimos a la oración. Quiénes somos, qué vivimos, qué necesitamos. Y al haber individuado la propia situación existencial entonces si esperar de Dios una respuesta. Si llegamos a la oración con el corazón herido por una traición esperamos de Dios su bálsamo que nos cura con su amor incondicional. Si llegamos a la oración sin saber qué camino debemos elegir, qué decisión tomar, esperamos del Espíritu su luz para discernir lo que es mejor para nuestra vida. Si llegamos a la oración con el dolor por la enfermedad de un ser querido y la impotencia de no poder hacer nada por él esperamos de Jesús que nos conceda un milagro. Es así como la oración va permeando toda nuestra vida. Se va llenado la vida de Dios. Se lleva la vida a la oración y desde ahí se vive en Dios.
Para un cristiano que ora así, que aprende a poner su vida en manos de Dios, la oración se convierte en una necesidad vital. No podemos caminar, no podemos decidir, no podemos actuar, sin que antes toda nuestra vida haya sido presentada al Señor para que Él responda a través de la oración. Orar ya no es un deber religioso, ni una obligación, ni siquiera un gusto. Se vuelve el único modo en el que podemos ir afrontando nuestro caminar y todo lo que implica estar en este mundo peregrinando hacia la eternidad.
Podemos hacer esta oración al Señor para que nos enseñe a orar y hacer de nuestra vida oración y de la oración vida:
“Señor Jesús, enséñanos a orar. Dirige nuestra mirada y nuestro corazón al cielo para reconocer la presencia del Padre celestial. Muéstranos el modo de entrar dentro de nosotros para encontrar en el santuario de nuestra alma a Dios que viene a hacerse uno con nosotros. Unidos con Él y en Él en intimidad aprenderemos a vivir desde Él irradiando a nuestros hermanos el mismo amor de Dios. Llena nuestra vida con tu presencia que es fuerza, paz y consuelo. Manda tu Espíritu para que unidos en comunión seamos una sola cosa contigo. Enséñanos a hacer de nuestra vida oración y de nuestra oración vida para así vivir en Dios. Amén”
Este artículo fue escrito por Tais Gea (taisgea@gmail.com) autora del libro:
La oración: Vivir en Dios.