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Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre
El mensaje del Tepeyac sigue siendo actual porque María nos encamina directamente al encuentro con Jesús


Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |



12 Diciembre
Nuestra Señora de Guadalupe
Isaías 7, 10-14: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo”
Salmo 66: “Que te alaben, Señor, todos los pueblos”
Gálatas 4, 4-7: “Dios envío a su Hijo, nacido de una mujer”
San Lucas 1, 39-48: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”

 

¿Cómo encontrar caminos cuando parece que todo está perdido y que todo se encuentra en ruinas? ¿Cómo sostenerse en pie cuando se han socavado los cimientos, se ha destruido la dignidad y se han roto los lazos entre los pueblos? Nunca podremos darnos cabal cuenta del desastre y cataclismo que significó la conquista para el pueblo mexicano. Su cosmovisión, sus relaciones, su presencia de Dios, su reconocimiento… todo acabó por los suelos. Y solamente si pudiéramos entender esta situación, comprenderíamos cabalmente lo que significa la visita de María de Guadalupe a nuestra patria.

María sale al encuentro del indígena y su mundo en sus mismos términos, desde su situación de derrota y desprecio, asumiendo sus colores, sus símbolos y su cosmovisión. No es la belleza y el romanticismo de la flor y el canto, sino lo que expresan estos símbolos en la búsqueda del verdadero paraíso y la verdadera felicidad. Dios nos ofrece una maravilla al enviar a María a estas tierras, porque a través de ella rescata a su morador, le renueva su dignidad, lo levanta de su ignominia y lo hace su mensajero. Más que construir un templo, es reconstruir el templo vivo que es cada ser humano y descubrir en su interior la presencia del Dios vivo. Si el indígena se convirtió, es porque descubrió en María la verdadera síntesis de su fe y una respuesta a todas sus esperanzas. Retoma toda la reverencia y adoración que en su búsqueda tributaban a Dios, en diversas figuras, los pueblos originarios, y les muestra una nueva y más cercana presencia de ese mismo Dios que intuían de una forma natural.

Despoja el mensaje cristiano de todo lo externo y lo separa de la espada y la ambición, para rescatar y reconstruir desde sus raíces la dignidad de las personas. Siguen resonando en medio de nosotros las palabras acariciadoras en todos los momentos de duda o debilidad: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?” Y estas voces levantan al más desalentado porque alguien con cariño y amor lo reconoce como su hijo mientras otros dudaban de que sea humano. El mensaje del Tepeyac sigue siendo actual porque María nos encamina directamente al encuentro con Jesús en quien encontramos la síntesis de toda persona humana. Ahora tenemos la gran responsabilidad de hacer realidad ese mensaje, de profundizarlo y de actuar a favor de la vida. Con María hoy asumimos el compromiso de vivir el gran mensaje que ha dado a su pueblo: Dios está del lado del que sufre, el Verbo se ha hecho carne.









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