La oración
Por: P. Sebastián Rodríguez, LC | Fuente: elblogdelafe.com
“Nos hiciste Señor para ti e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti” (Sn. Agustín).
Descansar en el Señor, esa es la oración, y para eso nos ha hecho Dios: para estar en su presencia. Esta vez nos centraremos en los obstáculos que podemos tener para rezar, veremos algunos requisitos y lo que deberíamos evitar para hacer de la oración un auténtico diálogo de amor con el Señor.
Comenzando con los obstáculos es interesante percatar que la mayoría de las dificultades que tenemos para orar son cosas externas a la misma oración. El pecado es el mayor obstáculo porque ofende a Dios. Por experiencia vemos que cuando hablamos con un amigo que hemos ofendido, ese diálogo no será lo mismo. Otras dificultades pueden ser un corazón dividido, el estar desconcentrado, el acercarse a la oración con falta de pureza de intención (ejemplo, me acerco a rezar sólo cuando tengo exámenes o una dificultad especial). También está la superficialidad (obligar a Dios a hacer todo). Estos dos últimos puntos no nos hablan de amor (“la oración es tratar de amor con quien nos ama” — Sta. Teresa), me acerco al otro sólo porque me puede dar algo y eso no es amor, es usar al otro. También puede influir el cansancio, la falta de generosidad (el no entregarse a Dios como Él quiere) y por qué no, la falta de experiencia también puede ser una dificultad, pues al inicio, como todo, no se sabe cómo comenzar o qué hacer, o simplemente, uno entra con cierta inseguridad. Todo esto nos puede ayudar para reflexionar y ver cómo está nuestra oración y qué dificultades encontramos con el fin de ir mejorando en nuestro diálogo de amor con Dios.
Sobre los requisitos que quería tratar presento primero la humildad. Sólo el corazón humilde se abandona en las manos de Dios y purifica su corazón. El que cree que sin Dios todo lo puede, estará muy lejos de hacer oración. No podemos olvidar quiénes somos. Dios es nuestro creador y nosotros sus creaturas. Nos ama mucho, le amamos, no es una relación simplemente de jefe y empleado: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. Los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho.” (Jn 15,15), pero no dejamos de ser sus creaturas. También es bueno leer unos minutos al día los Evangelios y un libro de vida espiritual. Esto nos ayuda a estar en sintonía y a tener momentos de reflexión durante el día. De lo contrario, podemos rezar por la mañana, pero con el activismo diario, podemos pasar todo un día sin pensar en Dios. También es recomendable llevar la Biblia para rezar buscando un diálogo en la oración, es decir, no ir sólo para desahogarse o para pensar o reflexionar simplemente, sino para preguntarme ¿qué quiere Dios de mí? Es el Señor el que nos da respuestas. Y por último es muy importante la paciencia y la perseverancia. La oración es un ejercicio que debe ser practicado para que salga bien. Esto implica esfuerzo y trabajo, así como un jugador de fútbol entrena todos los días para rendir mejor en la cancha.
Por último entro al tema de qué evitar en la oración para ayudarnos a mejorar. Primero el intelectualismo o racionalismo, es decir, si no nos acercamos con fe al diálogo con Dios, poca cosa alcanzaremos. Debemos ir con el corazón abierto, con un corazón de niño, inocente: “el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. (Mt 18,3). También debemos evitar imponernos a Dios, eso no es amor (dame esto o me enojaré contigo). Debemos tener muy presente la frase de san José María: “Dios sabe más”, por lo tanto, debemos confiar en el Señor. Eso no significa no hacer peticiones al rezar, pero sí, pedir lo que creemos que necesitamos poniéndolo en sus manos: “Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Mc 1,40). Otra cosa para evitar es la falta de serenidad. Dios no está en la desesperación, es Paz y por eso debemos acercarnos a Él con tranquilidad, evitando así las distracciones. También es recomendarle no retrasar o posponer la oración. El diálogo con Dios debe ser nuestra prioridad en el día, debemos buscar los mejores momentos para adorar y reverenciar a Dios. Y por último, no engañar a nuestros sentidos. A veces, por no sentir nada, podemos creer que estamos haciendo una mala oración, pero no necesariamente. Es bueno que en momentos de sequedad analicemos las causas y veamos si es culpa nuestra (pereza, mediocridad) para luego poner los medios, como un mayor sacrificio. Pero también puede ser una invitación que Dios nos hace para vivir más en la fe. En esos momentos es bueno recurrir más al texto, a la Palabra de Dios o a un libro espiritual, para ayudarnos a rezar.
Teniendo en cuenta estos tres temas: obstáculos, requisitos y lo que hay que evitar, creo que nos puede servir de análisis personal para ver cómo estamos y en qué podemos mejorar para crecer en nuestra oración.