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Reflexión del evangelio de la misa del Domingo 3 de septiembre 2017

Una cruz a nuestro capricho; XXII Domingo Ordinario
Excluimos a Dios de la actividad diaria, de los negocios, de las relaciones… todo lo hacemos a nuestro gusto y a nuestro antojo.


Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato | Fuente: Catholic.net



Lecturas:

Jeremías 20, 7-9: “Me has seducido, Señor”

Salmo 62: “Señor, mi alma tiene sed de ti”.

Romanos 12, 1-2: “Ofrézcanse, como sacrificio vivo”

San Mateo 16, 21-27: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga”  



 

Es una de esas obras de arte que te dejan un sentimiento de inquietud o contrariedad. Como si la cruz no encajara con el cuerpo del Crucificado, o como si el Crucificado se saliera de la cruz. La contemplo de uno y otro ángulo y no logró “encuadrar” los dos objetos. En un momento le sugerí al artista buscara otra cruz que fuera más acorde con el Crucificado, o bien una imagen del Crucificado que se acoplara al tamaño y condiciones de la cruz. Su respuesta fue sencilla: “Nosotros siempre queremos poner a Cristo en las cruces que a nosotros nos gustan y complacen, pero Él ha escogido su propia cruz que muchas veces no coincide con nuestros caprichos y antojos”. Así tengo delante de mí una cruz descuadrada o un Crucificado que no cabe en la cruz que yo le he asignado. ¿Qué imagen tengo yo de la cruz de Jesús?

Cuando he preguntado si nos gusta seguir a Jesús, unánimemente he obtenido la respuesta positiva: sí nos gusta seguirlo, nos gusta escuchar su palabra y quedamos admirados y sorprendidos al contemplar su actuar, su misericordia y su poder, sí nos gusta descubrir su bondad. Pero cuando pensamos en cargar su cruz ya es otra cosa. Colgaremos cruces preciosas en nuestro pecho, adornaremos nuestras habitaciones con impactantes crucifijos, coronaremos nuestros cerros de enormes cruces y cada construcción tendrá su pequeña o grande cruz, pero ¿cargar nosotros la cruz de Jesús? Lo pensaremos dos veces. Nosotros igual que Pedro lo alabaremos y diremos que es el Mesías y el Hijo de Dios, pero ¿seguirle sus pasos? ¡Qué difícil!

Así, buscamos “cuadrar” la cruz a nuestros gustos y caprichos. Lo primero que acomodaremos será el cabezal, la parte superior, la que está dirigida a Dios. A Dios lo colocamos distante, sin renunciar a Él, pero sin que intervenga en nuestra vida. Seguimos nuestros caprichos y ajustamos las reglas a nuestro parecer. ¿La concepción de la vida? Le ponemos nuestras leyes e iniciará cuando nosotros digamos. Excluimos a Dios de la actividad diaria, de los negocios, de las relaciones… todo lo hacemos a nuestro gusto y a nuestro antojo. Nuestros pensamientos no son los de Dios. Y se quita a Dios de la vida para “disfrutarla”, para gozarla y romper con toda regla: alcohol, sexo, droga, desenfreno… Después se acaba en el vacío, en el sinsentido de la vida, sobre todo para muchos jóvenes, en pensamientos suicidas y en actitudes destructivas. ¿Cómo se puede vivir sin Dios? Pero nosotros lo hemos expulsado de la vida porque “nuestros pensamientos, no son los pensamientos de Dios”.

Tampoco se acomoda a nuestros criterios la parte inferior o sostén de la cruz, y la adaptamos a nuestro parecer. Nos olvidamos que debemos estar en sintonía y armonía con la naturaleza y con el universo. Rompemos los esquemas y abusamos de la naturaleza, del agua, del aire, de los recursos naturales. La basura, la contaminación, el desperdicio, todo lo lanzamos en contra de nuestro mundo y lo asfixiamos con tal de aprovecharnos de él. Petróleo, minerales, bosques, plantas y animales son dañados por nuestra ambición. No queremos límites, no queremos reglas y la naturaleza se rebela y se vuelve agresiva contra el hombre. Pero es el hombre quien primeramente ha degradado y deformado su casa natural. Y no somos conscientes, seguimos cortando esa parte inferior de la cruz, esa parte que nos sostiene y nos da vida. Pero queremos hacer la cruz a nuestro gusto. ¿Dónde podremos sostenernos?



 

Los brazos de la cruz nos estorban para el camino. Esos brazos son para encontrar al hermano, para sostenernos mutuamente, para enlazarnos en abrazo de amor. Pero los brazos de la cruz estorban a quien camina en el egoísmo y la ambición. Los cortamos y los hacemos a nuestro arbitrio. Preferimos la felicidad solitaria, nacida de la injusticia, al ideal de Jesús de una vida de hermandad y compresión. Los asaltos, la mentira, los engaños, son cotidianos con tal de conseguir nuestros triunfos. No importa pisar al hermano, con tal de escalar unos peldaños más. Rompemos con el otro, lo ignoramos o lo discriminamos. No lo reconocemos como hermano, porque creemos que el compartir nos empobrecerá, cuando no hay mayor felicidad que el bien compartido.

Y después de tantos arreglos nos encontramos con una cruz distorsionada, una cruz que no es la cruz de Jesús, sino una cruz confeccionada a nuestro capricho. Entonces escuchamos las palabras de Jesús: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida?”  Parecería que todo se nos vuelve en nuestra contra. Al haber roto con Dios, la vida pierde el sentido y vagamos sin rumbo; al haber destrozado la naturaleza, nos sentimos agredidos y como extraños en nuestro propio mundo; y al haber roto con los hermanos nos perdemos en nuestra soledad y egoísmo. ¿De qué ha servido nuestro esfuerzo si nos encontramos en la peor de las infelicidades? El hombre sólo puede ser feliz cuando se encuentra en armonía con Dios, con la naturaleza y con los hermanos, parecería una pesada cruz, pero es una cruz que da vida y más si lo hacemos al estilo de Jesús: por amor, con amor y en el amor. ¿Cómo cargamos nuestra cruz? ¿Qué partes le hemos destrozado? También para nosotros son las palabras de Jesús: “Toma tu cruz y sígueme”, entonces encontraremos la verdadera felicidad. Sólo la cruz de Jesús da vida.

Padre lleno de ternura, de quien procede todo lo bueno, inflámanos con tu amor y acércanos más a ti, a fin de que descubriendo la vida que nos trae la cruz de Jesús, la llevemos con alegría y fidelidad para construir su Reino de Amor. Amén.

 







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