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Las vacaciones nos preparan para lo que vienen

La probadita que nos hace desear más
¿Te has puesto a pensar en cuál es el sentido de las vacaciones?


Por: H. Luis Eduardo Rodríguez, L.C. | Fuente: www.somosrc.mx



"Seis días más tarde Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, sube aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos."

(Mc 9,2-10 / La Transfiguración del Señor A)

 

Estos días de verano suelen ser la excusa perfecta para darse unas vacaciones. Quien no puede tomarse toda la semana, se escapa al mar al menos por un domingo. Si hay alguien que no disfrute con el sol acariciándole la piel, la brisa marina refrescándole su cuerpo y el arrullar de las olas relajándole su mente… le recomiendo que vaya a ver a un psicólogo: tendríamos un serio problema. Pero regresemos al relax en la playa: ¿te has puesto a pensar en cuál es el sentido de las vacaciones? Supongo que la respuesta era "no"…. Pero no pasa nada: la gente normal no piensa en el sentido de las vacaciones… ¡sólo va y las disfruta!

Pero ya que estamos, pensemos un poco en ello: podemos ver dos principales sentidos para las vacaciones… El primero es el más obvio: después de un duro trabajo se requiere un buen descanso para recargar energías. Pero el sentido que más me interesa ponderar hoy sería el segundo: las vacaciones no sólo nos ayudan con lo que ya hemos hecho, sino que nos preparan para lo que viene. En primer lugar, necesitamos estar al máximo para seguir dándolo todo en el día a día: por eso nos recuperamos con un buen fin de semana o unas sabrosas vacaciones. Pero las vacaciones también fungen como rocas donde anclamos parte de nuestra esperanza: sabemos que al final de cada semana, tengo un par de días para relajarme y descansar. Dígase lo mismo para un período más largo: al final, vendrán las vacaciones. Y sabemos que, si queremos disfrutar de esos días de descanso, tenemos que darlo todo antes: no puede quedar trabajo (o estudios) para el fin de semana o para las vacaciones… ¡Qué calidad de vacaciones serían esas!



Algo semejante hace Dios en la vida espiritual. Él sabe que la subida al monte Carmelo es ardua. Por eso, nos da gracias y bendiciones especiales para consolarnos, para llenarnos de alegría, para confirmar que vamos por buen camino. Pero todas estas gracias también son como la garantía de nuestra esperanza: cuando, más adelante, lleguemos a una prueba o una dificultad y no veamos salida, sólo tenemos que recordar lo grande que el Señor ha sido con nosotros (cf. Sal 126,3). Si él ya nos llenó de tantas gracias y bendiciones y nos prometió más, ¿por qué no voy a confiar? Él me da una pequeña experiencia de su fidelidad y su felicidad para que yo sepa lo que me espera detrás de la prueba.

Y siempre nos pasa algo más con las vacaciones: duran demasiado poco. Se nos acaban y queremos más. También las gracias que recibimos del Señor en esta vida son breves y se acaban… para que siempre recordemos que no son el final del camino, sino sólo un punto de apoyo para poder llegar a la menta final: una probadita que nos haga desear más. Esto mismo experimentaron algunos apóstoles hace 2,000 años: Jesús les dio la gracia especialísima de verlo lleno de gloria sobre el monte Tabor. Pero se les acabó; tuvieron que bajar de la montaña y regresar a la vida ordinaria. Jesús no los llevó allá arriba para hacer tres chozas, quedarse allí y evadir la cruz… Jesús los llevó allá arriba para prepararlos: para que, en el momento de su pasión, recordaran esa gracia enorme que recibieron y supieran que podían confiar en su Señor. En ese momento no lo iban a ver, pero deberían saber, por la experiencia de la gracia de Dios que habían hecho, que después de ese tétrico sábado, les estaría esperando un glorioso Domingo de Resurrección.







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