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Lección 4 y 5 La prudencia y la justicia
Las virtudes cardinales constituyen la base de una vida virtuosa.


Por: Marta Arrechea Harriet de Olivero | Fuente: Catholic.net



Curso: Las 54 virtudes atacadas

Autora y asesora del curso: Marta Arrechea Harriet de Olivero

Lección 4 y 5 La prudencia y la justicia


Las virtudes teologales tiene como origen, motivo y objetivo a Dios mismo, son la garantía de la presencia y la acción de Dios en las facultades del ser humano. Vivifican las virtudes cardinales que constituyen la base de una vida virtuosa. En esta lección profundizaremos en la virtud de la prudencia y la justicia.

La prudencia

La prudencia es una virtud “especial infundida por Dios en el entendimiento práctico para el recto gobierno de nuestras acciones particularmente en el orden al fin sobrenatural”. (1)
Es una de las cuatro virtudes cardinales que consiste “en discernir y distinguir lo que es bueno o malo en cada uno de nuestros actos, para seguirlo o huir de ello”.

Ya Aristóteles definía a la prudencia con mucha exactitud y precisión, como “la recta precisión en el obrar”. De ahí que sea desacertado asociar a la prudencia con el no hacer o no decir nada, con el elegir situaciones acomodaticias y fáciles. Es un error. Hay que asociarla con el acierto en el obrar, ya que quien obra prudentemente es quien acierta en sus decisiones y quien elige la mejor opción analizando las posibles consecuencias futuras.

La mejor opción a tomar ante cada situación o problema siempre será a la luz de la Verdad y del Bien, ya que Jesús dijo: “Yo soy el camino, la Verdad y la Vida”. Es como si Dios mismo nos dijera: “Síganme, es por acá…de ahí que lo que dios enseña como el verdadero camino (a través de él y de su iglesia) es lo bueno y lo prudente será seguirlo. Lo que no, lo que prohíbe, es y será lo malo para nosotros.

Tampoco hay que asociar a la prudencia con el ser desconfiado de todos y por todo. El dicho: “piensa mal y acertarás” no es propio de un espíritu noble ni es cristiano. Lo noble y lo cristiano es analizar prudentemente con objetividad la situación, el tema a definir o la persona con la que realizaremos un trato antes de tomar una decisión que siempre tendrá consecuencias. Existe en nuestra vida cotidiana una ausencia casi total de la virtud de la prudencia que nos hace meditar primero, analizar y sopesar luego las consecuencias de cada uno de nuestros actos, porque la cultura actual ha despojado al hombre del hábito de utilizar la razón y la inteligencia. Se le ha impuesto a rajatabla el manejarse por los sentidos, por las “ganas”. Es por eso que no entiende esta virtud superior que pertenece al ámbito de la voluntad y de la inteligencia. Sin embargo es la clave para achicar todo margen de error y para la convivencia en paz. La prudencia, que es la madre de las virtudes, es imprescindible en todas las relaciones humanas, de ahí que el nivel de nuestra prudencia marcará el termómetro de nuestra madurez como personas y nos otorgará el modo de ser equilibrado y sereno. Lamentablemente nos limitamos a pensar en ella solamente cuando nos referimos a manejar automóviles, fuera de este concepto, rara vez la palabra prudencia está presente en la filosofa de nuestras vidas. Se asocia por lógica a la prudencia con los adultos y a los jóvenes con la imprudencia (debido a la falta de experiencia). De hecho no siempre es así. Debería ser así…porque los años debieran enseñarnos a sopesar nuestras decisiones con objetividad (por haber comprobado por experiencia que todas nuestras decisiones tienen consecuencias para bien o para mal en mayor o menor grado, no sólo sobre nuestras vidas sino sobre las vidas ajenas). Pero la realidad es que hay jóvenes prudentes en su forma de vivir y comportarse porque son virtuosos y personas mayores que se conducen imprudentemente porque no lo son.

La prudencia es la virtud clave de los gobernantes. Es el juego entre el que sabe y entre el que sabe que no sabe. Hay gente que sabe y no sabe mandar. Gente que sabe mandar y obedecer pero no sabe. Porque no maneja el tema. Tiene que saber pedir consejo. Hay gente que no sabe que no sabe, es el necio y el torpe en el ejercicio del mando. El Bien común de la sociedad depende de la correcta distribución de las funciones del poder. Que el que sepa pueda aconsejar, y que el que manda, quiera preguntar al que sabe. Aunar el poder más el saber qué mandar porque se averigua, “eso” es prudencia. Y esta es la virtud por excelencia del gobernante. Es por eso que la mayoría de los gobiernos que presenciamos van de banquina en banquina, de negociado en negociado, porque las decisiones que se toman no las rige la prudencia sino en general los intereses y negociados personales. Los griegos se harían una fiesta con gran parte de los políticos actuales y los descalificarían en su gran mayoría por su ordinariez, su vulgaridad, su falta de virtudes y por ende su incapacidad.

La mujer necesita ejercitar una doble dosis de prudencia en sus relaciones con los demás ya que de ella depende, en principio, el orden moral y los usos y costumbres de la sociedad. Muchas veces tendrá que privarse de lo lícito (como será por ejemplo, no bajar en la casa de su amiga si ella salió y el marido está solo), en aras de evitar cualquier riesgo de incomodidad en su amiga, y, mucho menos algo más grave (como el inicio de una relación). Esperar a nuestra amiga en su casa si está su marido solo no es ni será pecado, pero si no es necesario hacerlo (debido a una urgencia o imprevisto) no “corresponde” simplemente porque no es prudente pasar por esta situación de intimidad. No todo es pecado, pero prestarle atención a este tipo de comportamiento es lo que nos protegerá de cometer faltas más graves. De estos actos de exquisita prudencia y dominio de sí dependerá el evitar muchos problemas futuros. El único modo de no generar daños morales es no empezar, y para no empezar situaciones que tal vez nos desbordarán, tenemos que dejarnos aconsejar por la virtud de la prudencia, tratando de actuar siempre como “corresponde”.

Dijimos que la persona prudente es la que toma la mejor decisión, en el momento oportuno. No cabe duda de que hay en la prudencia una nota moral. Lo que se debe hacer o decir según la ley de Dios y no cualquier cosa, ni lo que a mí me parece. Incluso lo bueno puede no ser prudente si no se hace en el momento adecuado. Por ej.:

Hacerle una comida muy elaborada a quien queremos, con afecto y dedicación, (es bueno), pero no será prudente si la misma persona está enferma o tiene que bajar de peso por orden médica.
Corregir una falta a quien yerra, (es bueno), pero no será prudente cuando la persona está alterada, cansada o en público, si no es necesario.
Crear una sociedad laboral con un familiar o amigo para ayudarlo, (es bueno), pero no será prudente si conocemos su falta de honestidad que al final destrozará nuestra relación y la de toda la familia.
Elogiar a uno de los hijos por sus logros, (es bueno), pero no será pru-dente hacerlo frente a los que tienen serias dificultades con su baja auto estima.
Decidir estudiar una materia, jugar al tenis, etc, (es bueno), pero no será prudente hacerlo con la novia de mi amigo porque me gusta mucho... y menos pasarle los apuntes que necesita (no en el colegio delante de todos sino a solas en la confitería de la vuelta).
Elegir como grupo de estudio a mis amigos, (es bueno), pero no actuaré con prudencia si son los más vagos del curso.
Tomar un empleado con dudosos antecedentes, (puede ser bueno para darle una segunda oportunidad), pero no seré prudente si le doy cargos de responsabilidad.
Ofrecerme gentilmente a manejar, (es bueno), pero no seré prudente ni responsable si lo hago sólo para lucirme cuando sé que he tomado de más y hay otros que pueden hacerlo mejor.
Permitir que nuestros hijos tengan amigos que piensen distinto, (puede ser bueno para enseñarles a confrontar distintas realidades), pero no será prudente en la primera infancia que es cuando tienen que crecer, formarse y apuntalarse.
Regalar una caja de bombones, (es bueno), pero no es prudente a quien sufre del hígado o insistir en llenarle la copa a quien sabemos que toma de más.
Dejar que los niños jueguen libremente(es bueno), pero no será prudente dejarlos correr alrededor de las hornallas encendidas de la cocina al alcance del mango de la sartén.
Visitar a nuestros amigos o familiares, (es bueno), pero no cuando sabemos que tenemos una enfermedad contagiosa como la conjuntivitis.
Tener un perro, (es bueno), pero, si es de gran kilaje y raza agresiva no actuaremos prudentemente si lo llevamos suelto por la calle, sin mordaza, cometiendo además la injusticia de exponer la seguridad de otros.
Verme con mi novio, (es bueno), pero no es prudente subir a visitarlo si sé que está estudiando solo.
Salir con alguien que conocí en un lugar bailable, (puede ser bueno), pero no es prudente si voy sola, si no sé quién es, ni tengo medios para informarme.
Tener buena relación con mis compañeros de trabajo, (es bueno), pero no es prudente aceptar tomar un café fuera de la oficina con nuestro compañero de trabajo (que es padre de familia y está pasando por una seria crisis en su matrimonio) etc.

Un comportamiento prudente siempre será un comportamiento equilibrado, que tomará decisiones cotidianas y serias, pero siempre midiendo y analizando el margen y sus consecuencias y eligiendo, en base a esto la mejor opción.

Es una actitud prudente rodearse de personas sólidas a quienes poder pedir consejos, o personas capacitadas en distintos temas para reducir los márgenes de error en los distintos frentes que nos presenta la vida. Un buen amigo no necesariamente podrá aconsejarnos en todo ni tiene porqué saber de todos los temas. Habrá que seleccionar para cada materia la persona adecuada que nos habrá hecho ganar su confianza por la manera en que se ha conducido en la vida.

“No consultes, dice el Eclesiástico (37,12) las cosas santas con un hombre sin religión, la justicia con un injusto, la guerra con un cobarde, la gratitud con un envidioso, un trabajo cualquiera con un perezoso: no le hagas caso en ningún consejo. Más sé asiduo en escuchar a un hombre piadoso.” (2) Siempre será una actitud prudente el abrirnos a recibir un consejo de los que saben, mientras que el transmitir todo resuelto sin jamás aceptar un consejo demuestra además de imprudencia, necedad.

El individualismo y el aislamiento de las personas no son buenos. Cuatro ojos, como línea general, siempre ven más que dos... pero claro, estamos pensando en ojos que vean... porque si “un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el pozo” como nos advierte el Evangelio.

Para los temas espirituales y familiares estarán los sacerdotes (habrá que seleccionar uno fiel a la buena doctrina) que nos ayudarán a tomar las mejores decisiones en cada situación, ya que generalmente, en su mayoría, todos estos temas (cuando los profundizamos) tocan el orden moral y espiritual. Moral, porque todos nuestros actos humanos tocan el obrar bien o mal de acuerdo a la ley de Dios. Espiritual, porque según obremos objetivamente bien o mal tendremos problemas de conciencia o no porque habremos o no pecado. Tendremos problemas de conciencia a veces personales y otras sociales, si atañen al Bien Común. Otras veces será el no haber actuado cuando pudimos o debimos. Nuestro cargo de conciencia será entonces, nuestro pecado de omisión.

Entonces, o nos regimos por la prudencia, que es el actuar “aquí y ahora” según lo que es recto y bueno para todos o nos regimos por las “ganas” que son antojadizas, inestables, egoístas y... hasta asesinas... porque muchas veces la gente mata físicamente o espiritualmente porque siente “ganas” de matar... Por último: ¿Quién no sintió “ganas” de matar alguna vez? ... Si no hay otro elemento que frene nuestras “ganas” (en todos los órdenes) nuestro accionar será siempre peligroso. Una madre nunca tiene “ganas” de levantarse a medianoche cruzando una casa tal vez helada para cambiar un pañal o alimentar a su bebé. Lo hace porque sabe que dormirá mejor o porque sabe que su hijo tiene hambre. Como así también, lo bueno es visitar a mi abuela aunque no tenga “ganas” porque presiento que ella estará esperando mi visita que le dará tal vez sentido a toda su tarde.

Es necesario destacar la importancia de la prudencia en el hablar en donde cometemos tantísimas faltas de prudencia. Esta es la faceta que atañe a la virtud de la discreción donde nos desordenamos con comentarios fuera de lugar, intransigentes y terminantes que incomodan y podríamos haber evitado. Comentarios y preguntas indiscretas hechas en público sobre temas delicados y privados, elogios a otros ante personas muy susceptibles, inflexibilidad en los juicios cuando hablamos de temas que no merecen la pena.

La intransigencia hay que reservarla sólo para lo que no se puede conceder, que es el terreno de los principios religiosos y morales. Por ej: que la Santísima Virgen no puede ser ofendida públicamente. Que el aborto es un crimen. Que no se puede quebrar impunemente el principio de autoridad. Que las relaciones pre -matrimoniales (y peor las extra-matrimoniales) están prohibidas en la Ley de Dios. Que vivir alegremente en pareja para Dios es concubinato. Que la Iglesia no acepta la anticoncepción. Que la homosexualidad es un pecado contra natura y no es una “opción” más de vida.

La falta de prudencia en el hablar no sólo es por lo que decimos sobre lo que pensamos, sino por lo que repetimos de lo que escuchamos. Muchas veces, corazones desbordados o angustiados nos hacen confidencias que son para ser guardadas bajo llave dentro de nuestro corazón, pero no para ser transmitidas al resto, violando la intimidad ajena.

Mucho peor, muchísimo peor es si dejamos correr lo que escuchamos de una conversación ajena y privada, ya sea porque levantamos un teléfono y nos quedamos escuchando lo que no debíamos, o porque lo oímos del cuarto de al lado o porque la ventana del departamento vecino estaba abierta o porque en el piso de arriba discutían en voz alta.

En una época como la nuestra, en que lo emotivo y lo sensible es lo que prima (porque la revolución anticristiana lo fomenta) y todo está incentivado a que nos manejemos según lo que sentimos, la virtud de la prudencia (que pertenece al reino de la razón y de la inteligencia) no goza de mucha popularidad.

Lo que nos transmite la cultura actual es el manejarnos por el día a día según lo que nos dicten las “ganas” y lo sensible. Hacer lo que nos gusta y rechazar lo que no nos gusta, ese es en general actualmente nuestro timón y consejero.

Nuestra guía debería ser, por el contrario, nuestro juicio final ante Dios. Aquello que nos pesará haber hecho cuando tengamos que enfrentar la muerte será lo malo que no deberemos cometer, y lo que estará en nuestro activo para presentar como buenas obras al final será lo bueno, porque como reza el sabio refrán: “Al final de la jornada, aquel que se salva sabe, y el que no, no sabe nada…”

Notas:
(1) “Teología de la perfección cristiana”. p. Royo Marín. Editorial Bac. pág. 540.
(2) (2) “Pureza y juventud”. Monseñor Tihamér Toth. Ediciones Gladius. Pág. 84.




La Justicia

La justicia es “un habito sobrenatural que inclina constantemente y perpetuamente a la voluntad a dar a cada uno lo que le pertenece estrictamente” (1). Es “la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que le es debido”. Dicho en otras palabras, nos lleva a “dar a cada uno lo suyo, lo que le corresponde, a lo que tiene derecho”.

Después de la prudencia, la justicia es la más importante de las virtudes cardinales porque abarca a toda la persona, en todas las dimensiones aunque es inferior a las teologales y a la piedad, cuyo objetivo es la reverencia al mismo Dios.

Como el resto de las virtudes, para ejercerla es necesario practicarla en todas las situaciones, de ahí la importancia de formar una recta conciencia. Así como la prudencia está ordenada a la inteligencia (a elegir lo mejor en el “aquí y ahora” de cada situación midiendo las consecuencias futuras) la justicia reside en la voluntad, regulando, ordenando y perfeccionando las relaciones debidas con los demás, dirigidas al bien del otro. Lajusticia abarca a toda la persona en todas sus dimensiones. En relación con lo que cree (por lo tanto su relación con Dios) en relación con la sociedad en la cual está inmerso y con el prójimo. Como abarca tantas aéreas en una virtud muy amplia y es complejo explicarla.

De jóvenes todos somos muy sensibles a la justicia pero solo aplicada a lo que nos es debido a nosotros. Despreciamos e ignoramos lo que nosotros le debemos dar al otro según cada circunstancia. Es tanto lo que debemos al otro que la explicación es larga y compleja. Ser justo no es fácil. Debemos respetar los derechos de ambas partes (y escuchar las dos campanas) como el Rey Salomón quien, para poder decidir de quien era el hijo escuchó a las dos madres y recién ahí pudo discernir con sabiduría y tomar una decisión correcta. La ignorancia de respetar el derecho de ambas partes es lo que vivimos como desorden que degenera en la injusticia social. Este desorden no solo es responsabilidad de los que gobiernan, (que sí tienen mayor responsabilidad en la escala de responsabilidades), sino de todos los gobernados según el lugar que ocupamos en la sociedad.

La justicia se divide en justicia general o legal y justicia particular. La justicia legal se refiere a la relación entre las personas dentro de la sociedad y está orientada a organizar la sociedad sobre la ley. Atañe especialmente a los gobernantes y de manera secundaria a los ciudadanos. Está fundada en el cumplimiento de las leyes que, cuando son justas (y únicamente así son verdaderas) obligan a conciencia a ser cumplidas. Por el contrario, cuando las leyes son injustas y van en contra de los derechos de Dios y los derechos naturales de las personas (por ejemplo educación sexual obligatoria que arrasará con el derecho a la inocencia, a la pureza y a la virginidad espiritual de los niños e implica repartir preservativos en los colegios mofándose del sexto mandamiento) los padres no estamos obligados en conciencia a obedecer y podemos recurrir los ciudadanos a la desobediencia civil.

Kant ya independizó el derecho de la moral y, por lo tanto, de la virtud de la justicia. De ahí que, en nuestro mundo moderno, la virtud de la justicia, el “dar a cada uno lo suyo”. Pareciera no tener ya sentido. Sólo cuenta la ganancia y el poder de unos pocos, para quienes la moral es sólo un obstáculo para avanzar en sus ansias de imperialismo económico.

Constantemente se niegan los derechos de Dios y los derechos naturales de las personas porque se ha renunciado a la regla objetiva y superior de los diez mandamientos. Los actos de los hombres han quedado a la merced de sus intereses y de las leyes de los más fuertes. Así constatamos cómo las injusticias más grandes quedan aplastadas en el altar de los dioses “economía” y “poder”. Al negar que la persona es un ser creado por Dios (compuesto por un cuerpo material que muere y un alma inmortal que no) se desprecian los derechos naturales comunes a todas las personas que derivan de su propia naturaleza. Como el derecho a la vida, a conocer a Dios, a tener padre y madre siempre juntos, a tener un trabajo digno que le permita sostenerse, a la propiedad privada, a la seguridad. Basta que las leyes (positivas) escritas por los hombres lo amparen. En nuestra sociedad actual, será bueno y justo lo que la ley escrita por los hombres diga que es bueno (derecho positivo) aunque vaya en contra de la ley natural y de la ley de Dios (la ley de educación sexual integral obligatoria en todas las escuelas, el divorcio, el aborto, el matrimonio entre homosexuales, la eutanasia, los impuestos confiscatorios que atentan contra la propiedad privada, etc.)

La justicia social cuyo objetivo es el bien común político, se refiere al mayor bien de las personas. Este es superior al bienestar particular porque el bien de muchos es superior al bien de uno. Hay casos en que los ciudadanos están obligados, a veces, a sacrificar parte de sus bienes y hasta de poner en peligro su vida, en aras del bien común. (Ej.: una guerra justa en defensa de la Patria que requiere no sólo nuestra vida sino nuestro trigo para alimentar a los soldados que nos defienden del enemigo hasta con el precio de sus vidas).

La justicia social verdadera no es otra que la que surge de aplicar la doctrina social de la Iglesia, quien, como Madre y Maestra durante 20 siglos enseñó y enseña el camino para ejercer la justicia dentro de la sociedad, fundamentada sobre la dignidad de la persona humana por ser hija de Dios y redimida por Jesucristo. Fue sólo la Iglesia de Cristo la que abogó y levantó la voz desde su nacimiento defendiendo los derechos del hombre y denunciando a todos los que atentaban contra de él. Fue sólo ella que impuso a cada uno (según su responsabilidad y situación en la sociedad) sus deberes y obligaciones para con el prójimo (que es lo que garantiza la justicia). No los socialistas, ni los comunistas, ni los voraces políticos de turno como nos quieren hacer creer.

Los objetivos de la justicia legal para lograr el orden social son tres:

Tratar de restituir (en la medida de lo posible) el daño hecho. Cada injusticia exige una reparación. Es un deber moral. Ej.: si rompemos un vidrio del vecino debemos no solo pedir disculpas sino pagar uno nuevo. Si chocamos una moto ajena lo justo es que la arreglemos. Si robamos un auto debemos pagar una condena. Si asesinamos a una persona es justo tratar de restituir el daño hecho con los años de corcel que corresponden por el sólo hecho de asesinar, de disponer de la vida ajena. De todos modos no es lo mismo asesinar a un anciano de 90 años que a un padre de familia de 40 años por las consecuencias. Asesinar siempre es asesinar. La vida de ambos tienen el mismo valor, pero las consecuencias serán distintas. Si asesinamos a un padre de familia de 40 años le estamos quitando tal vez 40 años más de presencia paterna a los hijos con todo lo que ello implica en ausencia, falta de seguridad, falta de consejo, falta de protección, falta de afecto, falta de ayuda y hasta de sostén económico. Mientras que a los 90 es evidente que estamos ya al final de nuestras vidas. Aún con la cárcel o la condena no siempre podemos hacerlo porque hay bienes que no se pueden restituir. No se puede restituir la vida, ni la virginidad física y espiritual violada, ni la fama en su totalidad, ni la honra. Si decimos que una persona abuso de un menor es difícil (aunque sea mentira) devolverle su buen nombre en su totalidad. “miente, miente, que algo quedará”…decía el impío Voltaire. Si mancillamos brutalmente la inocencia y la pureza de la infancia con pornografía difundiendo preservativos y videos pornográficos con distintas perversiones sexuales explicitas en los colegios jamás podremos volver a restituirla en las tiernas mentes y corazones de la infancia, la adolescencia y la juventud.

Servir de ejemplo a los demás. Los castigos deben ser proporcionados al daño, para que desalienten y acobarden a os demás a cometerlos. Y no al revés. Si por vagancia he fracasado en mis exámenes y se me priva de mis vacaciones, mis hermanos aprenderán de mis errores y las consecuencias. Si como alumno llego regularmente tarde a mi clase y el profesor me sanciona los demás compañeros se cuidarán de llegar a horario. Si robo en la empresa y me quedo sin trabajo los demás empleados se cuidarán de robar. Por el contrario la impunidad que vemos en todos los órdenes y todos los días demuele el estímulo a comportarnos bien. Ej.: el mal alumno que jamás estudia pero igualmente lo pasan de grado por disposiciones injustas, el periodista que miente y le quita brutalmente la fama a alguien y continúa tranquilamente en su trabajo, el funcionario que roba y jamás es obligado a renunciar, las moratorias impositivas que invitan a no pagar impuestos a las que pagan puntualmente, etc.

Restablecer la paz social. La justicia tiene una enorme importancia en el orden social porque “la paz es fruto de la justicia” y en la medida en que haya justicia habrá paz. Al poner orden en las relaciones entre las personas generamos paz y bienestar para todos. Santo Tomás afirma que “la paz es la tranquilidad en el orden” y el derecho es un instrumento de la justicia y no un capricho del legislador. Por lo tanto la ley injusta es violencia. Genera violencia. En la medida en que haya injusticias sin resolver el clima social se enardecerá, porque las injusticias no reparadas generan rebelión y violencia en todos los órdenes.

La justicia particular (cuyo objeto es el derecho). Sus notas o características son tres:

Se refiere siempre a otra persona. Un niño puede romper un juguete de otro y un adolescente puede estropear o perder el buzo de un compañero, pero si no se reponen será una falta de justicia. Si el juguete o el buzo en cuestión fuesen los propios se pecará sólo contra la pobreza.

No es un regalo sino algo debido estrictamente. Para que alguien sea justo no basta con que no perjudique al prójimo sino que le dé lo que le pertenece, lo que es de él. Tiene que reconocer el debito hacia la otra persona. No puede haber justicia si la persona no reconoce el debito. Por ejemplo: Amar y respetar a los padres, obedecer a un superior, pagar un salario digno y proporcional por un trabajo, respetar el silencio en momentos de sueño o de estudio ajeno no es un derroche de nuestro amor ni de nuestra generosidad, sino simplemente haremos justicia con el derecho natural del prójimo de ser amado, obedecido, pagado, respetado en sus horas de sueño o estudio. Si bien la filiación es el modelo de deuda impagable y no se salda jamás porque a los padres les debemos desde el existir, el amor, el respeto y la honra debida a los padres nace de que representan (aunque a veces reconozcamos que muy mal) la paternidad divina. Se es hijo siempre, aunque los padres hayan muerto. Es un verdadero drama que muchas veces los padres, con nuestra falta de virtud, deformamos y empañamos la bondad de la paternidad y la maternidad divina que debería reflejarse en nosotros. De todos modos (aunque los padres dejemos mucho que desear) agradaremos a Dios cumpliendo el cuarto mandamiento (que se extiende a la Patria y a la religión con la virtud de la piedad) y no rebelándonos en contra de él.

Ni más ni menos que lo debido Pagar un trabajo de más sería generosidad, de menos sería una injusticia que, tratándose de dinero, sería como robarle al prójimo lo que le pertenece. Ser el mejor alumno de la clase es digno de todo elogio, no aprobar el año es una injusticia hacia quienes nos mantienen. Pero aprobar el curso es simplemente un deber de justicia hacia nuestros padres que nos pagan los estudios. Ser fiel a nuestro cónyuge muerto es destacable, serle infiel al cónyuge vivo es una injusticia, pero serle fiel en y durante el matrimonio no es más ni menos que cumplir con lo debido y prometido ante el altar. Que un profesor enseñe la verdad histórica (y no lo que “intencionalmente” quiere transmitir) no es más que cumplir con su deber. Un trato amable es mi primer deber (u obligación) y el derecho de mi prójimo a ser bien tratado con respeto y sin insultos o agresiones gratuitas.

Yo debo cumplir con mi deber para que mi prójimo reciba su derecho y viceversa. El cristianismo naciente hizo exclamar a los demás el famoso: “¡Mirad cómo se aman!”...Y el amarse no se refería simplemente a las caricias y a los besos, sino a la justicia, a la hospitalidad, a la caridad, a la solidaridad, a la lealtad, a la fidelidad, a la misericordia con que se trataban. Fruto de aplicar el Evangelio a la vida cotidiana resultó (entre otros) el trato amable y las buenas maneras de la cortesía y del “don de gentes “que fue lo que distinguió a la Cristiandad. En general, trataremos al prójimo como hemos sido tratados en nuestro hogar y volvemos al mismo punto de partida: la importancia de la familia como primer educadora de la persona. Cuando tomamos conciencia desde la realidad (que es la verdad) lo mucho que le debemos a nuestros padres que nos criaron, al país donde nacimos, a los familiares que colaboraron con nuestra formación, a los amigos que nos tendieron una mano, nos sentimos deudores con ellos y motivados a retribuirles. En eso se basa la virtud de la gratitud. Y la gratitud es un acto de justicia, del alma humilde que reconoce lo que le ha sido dado y está en deuda. El hombre actual, que sólo habla de derechos no acepta ser deudor de nada ni de nadie. No acepta hasta la necedad lo más evidente, que la vida le fue dada y por ello es deudor y no lo quiere ser. Quiere ser el autor de su vida para no tener que rendirle cuentas a nadie de sus actos y menos a Dios. Y, si acepta a Dios, no será un Dios personal sino una idea vaga e indefinida que no ponga las reglas en juego.

Hoy sólo escuchamos hablar de los derechos de las personas y nunca de las obligaciones y deberes. Lo que omitimos es que mis obligaciones y deberes son los derechos del prójimo, porque los derechos nacen de los deberes. A partir de que de la negación de nuestros deberes y obligaciones para con el prójimo y de la aceptación de que la justicia debida al otro depende mis actos, es que hoy vivimos este caos social y presenciamos a una “justicia” que es una farsa, desorbitada e incontrolable. Su base es la soberbia del hombre que no se somete y que pretende convertirse en autor de la ley moral que es, en definitiva, lo que define a Dios.

La justicia particular se divide en:

Justicia distributiva. Su objetivo es defender los derechos de los ciudadanos. Obliga a “distribuir” los bienes, o cargas comunes en proporción a la dignidad, a la capacidad, a los méritos y a las necesidades de cada uno. Toda persona que trabaja debiera tener acceso a sus derechos naturales como son a una vivienda digna, a un salario justo, a una seguridad social. Es responsabilidad de los gobernantes el legislar para una correcta distribución de la riqueza entre las personas para que nadie se quede afuera del sistema social. Es justo que paguen impuestos los que más tienen, pero es justo a su vez que estos impuestos nos sean confiscatorios y permitan a los pequeños y medianos empresarios crecer y generar fuentes de trabajo para el resto de las personas.

El dinero debe ser para la economía lo que la sangre es al cuerpo humano. Debe fluir a través. Debe fluir a través de todo el cuerpo social para que todos los sectores tengan vida. Sabemos que el corazón o el estómago durante la digestión requieren más cantidad de sangre por su excesivo trabajo y responsabilidad. Pero el dedo gordo del pie, aunque a lado del corazón parezca insignificante, también cumple su función de darle estabilidad a todo el cuerpo al caminar. Es justo y necesario que la sangre le llegue, aunque sea en menor cantidad, para no gangrenarse y poder vivir sanamente.


La civilización romana ya representaba a la justicia como a una mujer ciega que buscaba el equilibrio en una balanza. De ahí que debamos superar las afinidades y simpatías que por ejemplo los padres podamos tener con cada uno de nuestros hijos para distribuir los beneficios en la familia, hacer recaer las cargas fiscales mayores sobre quienes más tienen y no sobre todos igual. Dar los cargos más importantes de responsabilidad (como educadores y miembros del gobierno) a las personas más capaces y virtuosas, los grados de mayor jerarquía a los militares más valientes y que más amen la Patria dentro de las Fuerzas Armadas, etc.

A la justicia distributiva se opone el pecado de la acepción de personas, que distribuye los bienes sociales y comunes por capricho, simpatía, favoritismo o intereses puramente personales, sin tener para nada en cuenta los verdaderos méritos de los individuos ni las reglas de la equidad (o justicia natural). Las famosas recomendaciones y “acomodos” como elegir para representar al colegio, al club o al país a nuestros amigos (y no a quienes se lo merecen y lo harán mejor) generan un enorme daño en los demás y a la misma institución. Sólo complacen a los interesados, son un pecado y atropello contra la justicia distributiva.

La justicia conmutativa. Es la que regula los derechos y deberes de las personas privadas entre sí. Tratando de darle al otro lo que le pertenece por derecho, dando y recibiendo lo igual por lo igual. Tiene lugar sobre todo en contratos y compra ventas o intercambios. Aristóteles la llamaba la “justicia aritmética”, a diferencia de la distributiva que es la “geométrica” o proporcional. Ej: Si hemos recibido dinero prestado deberemos devolverlo. El dueño del dinero es el otro. Si hemos usado un auto ajeno limpio y con el tanque lleno de combustible debemos devolverlo en las mismas condiciones. (Siempre estará la obligación de restituir).

Si hemos alquilado una vivienda debemos devolverla en el mismo estado y no destruida.

Los medios para perfeccionar la justicia son:

Evitar cualquier pequeña injusticia por insignificante que parezca. No contraer deudas y liquidar cuanto antes las que hayamos contraído ya. Tratar las cosas ajenas con mayor cuidado que si fueran propias. Son innumerables los actos de injusticia cometidos en este ámbito. El poco cuidado que a veces ponemos en el trato de lo que es ajeno (libros, autos, ropa, muebles, uso del teléfono). Además de mala educación es un acto de injusticia maltratar lo ajeno, porque si destrozamos lo propio faltaremos a la virtud de la pobreza, pero maltratando lo ajeno faltaremos a la justicia que es una virtud superior.

Esto tiene infinidad de aplicaciones diarias como: pagar el boleto del ómnibus aunque podamos no hacerlo, devolver un vuelto mal dado a nuestro favor, tratar de tener a mano el valor del boleto para no demorar al prójimo ni incomodar al conductor, tratar de buscar el legítimo dueño de un objeto perdido y no quedárnoslo como si nada pasase. No siendo estrictamente necesario, es preferible no tener algo que tenerlo basándose en deudas que tal vez no podremos pagar. Es una injusticia no pagar las deudas contraídas con el pretexto de que no se puede, cuando en realidad se está malgastando en muchos otros aspectos. Lo que especialmente clama al cielo es la defraudación o el retraso del justo salario a los obreros o empleados cuando se gasta en otras cosas superfluas. Si no se les puede pagar no se deben contratar, pero si lo hacemos, el pago a término debe considerarse como algo sagrado que es necesario cumplir a toda costa. Primero se pagan los sueldos, después cambiamos el auto.

Debemos tener un especialísimo cuidado en no perjudicar jamás en lo más mínimo el buen nombre o fama del prójimo. Mucho más que las cosas vale la buena fama entre los hombres. Por eso, perjudicarla directa o indirectamente es una injusticia mayor que el robo de algo material. Habremos de cuidarnos de los juicios temerarios que condenan al prójimo por apariencias infundadas. De las injurias que con palabras o hechos mortifican, humillan y entristecen al prójimo gratuitamente. De la burla o irrisión que lo deja en ridículo ante los demás víctima de nuestras “gracias”. De la maldición, porque deseamos con la palabra algún mal al prójimo. De la murmuración que parece el tema obligado de nuestras conversaciones. De la difamación, que se complace en sacar a la luz los defectos ocultos de los demás, echando por tierra su reputación y buena fama con el pretexto tan anticristiano de que “todos lo saben”. Hay que tener en cuenta que en cuanto a la difamación y la calumnia no basta con arrepentirse y confesarse sino que hay que restituir la fama robada y eso muchas veces es imposible, de ahí la enorme injusticia. San Felipe Neri confesaba semana tras semana a una señora que difamaba. Cierto día, ya cansado, le dijo que fuese un día de viento a una colina y desplumara una gallina. Cuando la señora volvió una semana después al confesionario y le dijo que ya lo había hecho, San Felipe le contestó: “Bueno, ahora vaya y junte todas las plumas”... Lo que indica que hay daños morales irreparables.


Notas:
(1) “Teología moral para la perfección cristiana”. Rvdo. P. Royo Marín. Editorial BAC. Pág.553.





Ejercicio y tarea (para publicar en los foros del curso)

1. ¿Qué son las virtudes humanas o cardinales?
2. ¿Cuál es la diferencia entre las virtudes teologales y las virtudes cardinales?
3. ¿Cuáles son las principales cualidades de una decisión prudente?
4. Cita algunas de tus obligaciones y deberes que día a día realizas (como persona, padre de familia, en el trabajo, en la sociedad, etc., y menciona los derechos que respetas de los demás y de ti mismo al cumplir estas obligaciones y deberes…
5. Algún comentario o sugerencia…

Te invitamos a escuchar las conferencias “Las 54 virtudes” impartida por Marta Arrechea Harriet de Olivero desde Catholic.net TV (Esta separada en 4 bloques para que se pueda seguir fácilmente)

Conferencia “Las 54 virtudes atacadas”


Para reflexión personal

1. ¿Se examinar con profundidad y serenidad los problemas que se me presentan? ¿Los soluciono improvisamente?
2. ¿Cultivo la prudencia como mejor medio para no escandalizar a los demás?
3. ¿Soy prudente a la hora de hacer propósitos? ¿Acostumbro a medir mis fuerzas? ¿Examinar mi confianza en Dios, mi pasado, las dificultades que encuentre?
4. ¿En el trato con personas extraños sobre todo de otro sexo soy prudente? ¿O infantil?
5. ¿Emito con facilidad juicios sobre personas ajenas? ¿Comprendo la responsabilidad de mis expresiones, de mis palabras?
6. ¿Soy prudente en mis lecturas, en lo que veo o escucho? ¿Evito lo que me puede dañar?
7. ¿Confundo la prudencia con la timidez? ¿Con la doblez? ¿Con la pereza?
8. ¿Cumplo mis deberes con puntualidad, responsabilidad, honestidad, seriedad, generosidad y amor a Dios y a los demás? ¿O con pesadez, descuido, informalidad, como si hiciera yo un favor a Dios y a los demás?
9. ¿Mi relación con los demás depende del servicio o utilidad que aporten a mis intereses personales? ¿Aparento amabilidad para ganar favores? ¿Valoro a los demás por lo que puedan serme útiles?
10. ¿Estoy dispuesto a dar más de lo que el otro se merece? ¿ayudo solamente cuando me sobra tiempo o dinero? ¿sólo cuando me lo piden? ¿doy más de lo que ordinariamente debería dar? ¿a mi esposa, hijos, a Dios, a la Iglesia? ¿Lo que doy es parte de la justicia?




Si tienes alguna duda sobre el tema puedes consultar a Marta Arrechea Harriet de Olivero en su consultorio virtual

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