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¡Es sano vivir la experiencia de la tristeza!

La bondad de la tristeza
a tristeza tiene un sentido y un valor sanador. A veces tenemos que encontrarnos cara a cara con la tristeza y dejar que ella toque nuestro corazón


Por: Leopoldo Sayegh LC | Fuente: http://lcblog.catholic.net



El camino para estar bien no es siempre lineal. La felicidad no es sólo reír y cantar. En nuestra primera juventud nos engañamos pensando que unas dosis de fiestas, risas y alcohol pueden hacer callar cualquier problema. Pero la experiencia termina enseñando que no es así. Paradójicamente la tristeza tiene un papel importante en el camino hacia la alegría. Esta realidad está muy bien expresada en la película “Inside out” (en español “Intensamente”).

En la película la alegría siempre lleva la voz cantante entre las emociones. Las demás emociones, a su vez, permiten esto porque reconocen que así las cosas van mejor. Pero llegó una situación que la alegría por sí sola no podía solucionar…

Hay momentos así en nuestra vida –en la de todos–. Momentos de quiebre o de crisis. Circunstancias que no se solucionan con una simple sonrisa y una palmadita en la espalda. Cuando la tristeza alcanza una profundidad antes insospechada. Estos momentos pueden venir en diversas etapas de la vida y en cada etapa tienen un sentido y un significado propio.

¿Qué hacer en esos momentos? El antídoto de ponerle una medida de alegría a cada pizca de tristeza ya no funciona. En esos momentos aflora con facilidad el miedo, la rabia, la añoranza y la incertidumbre. Como que toda nuestra psicología se rebela contra un estado prolongado de tristeza. Esta rebeldía natural hacia la tristeza nos hace ver, al menos de algún modo, que estamos hechos para ser felices. ¿Por qué? Porque sencillamente no soportamos vivir así.

Pero aquí viene lo paradójico. Aquí viene la gran enseñanza de la película y de la experiencia de quien ha conocido la bondad de la tristeza: La tristeza tiene un sentido y un valor sanador. A veces tenemos que encontrarnos cara a cara con la tristeza y dejar que ella toque nuestro corazón. Más aún, sólo así podemos llegar a la verdadera alegría.



¿Cuántas veces nos damos cuenta de que contener las lágrimas no es el camino? Más bien hay que dejarlas correr. ¡Es sano vivir la experiencia de la tristeza! Porque la tristeza enseña y sana… Una tristeza bien manejada nos hace cambiar el ritmo al que estamos viviendo y reflexionar. También depura nuestras ilusiones e intenciones. Nos hace ver que no todo tiene la importancia que le damos. Nos hace dejar de buscar lo superficial y centrarnos en lo importante, por ejemplo, en las personas a las que más amamos.

La experiencia de la tristeza ayuda a tomar conciencia de nuestra fragilidad y deseos de felicidad. Incluso nos ayuda a reformular nuestro concepto de felicidad al librarlo de lo que parece felicidad pero en realidad no lo es. Este proceso pedagógico de nuestra naturaleza humana –en el que es fácil entrever la mano divina– se repite varias veces en la vida y tiene siempre un por qué. Se trata precisamente de recuperar el sentido por el cual vivimos. En la adolescencia hay una especie de tristeza y duda existencial que nos lleva a definirnos. Alrededor de los treinta años de edad –poco más poco menos– viene un segundo momento fuerte de tristeza que nos lleva a re-definirnos, a evaluar aquellas ilusiones que tuvimos a los veinte y contrastarlas con la realidad actual. Lo mismo suele pasar a los cuarenta, cincuenta…

No se trata, claro está, de hacer una invitación a la tristeza permanente. Lo que sí conviene es reconocer y aprovechar la parte positiva de la tristeza como una etapa transitoria necesaria del proceso de maduración de la personalidad. La película lo refleja muy bien. Al inicio la alegría quería ser la única emoción presente en los “recuerdos base”. La alegría, con muy buena intención, quería disfrazar y ocultar cada problema y contrariedad. Al final, la misma alegría entiende que las contrariedades nos forjan y nos hacen crecer. En los recuerdos base deben entrelazarse las diversas emociones y es eso lo que enriquece nuestra personalidad y la hace más sólida.

A los que están tristes les tengo una buena noticia: cuando salgan del túnel por el que están pasando verán la luz de un modo nuevo. Para alcanzar una alegría plena es necesario experimentar la tristeza y encontrarnos a nosotros mismos en ella. Sólo después de ese encuentro profundo con nosotros mismos podemos alcanzar la alegría de una personalidad acrisolada y madura. Sólo entonces entendemos la paradoja de la gran bondad de la tristeza, un escalón necesario en el ascenso hacia la felicidad.









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