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Reflexión del evangelio de la misa del 5o. Domingo de Pascua 13 de mayo de 2017

El rostro del Padre; V Domingo de Pascua
Hoy buscamos el rostro de Dios en las personas concretas, limitadas, frágiles… y cada uno de nosotros tiene esa gran misión: ser rostro de Dios, como lo es Jesús.


Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |



Lecturas:

Hechos de los Apóstoles 6, 1-7: “Eligieron a siete hombres llenos del Espíritu Santo”

Salmo 32: “El Señor cuida de aquellos que le temen”

I Pedro 2, 4-9: “Ustedes son estirpe elegida, sacerdocio real”

San Juan 14, 1-12: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”



 

Se acerca un poco tímida pero aprovecha el largo camino que nos espera en autobús para “soltar” lo que le quema dentro. Una vida de desencuentros y dificultades matrimoniales, problemas económicos, negocios fallidos, amistades falsas… “Y, lo que menos me esperaba y más me duele, es que quien más me ha lastimado es gente de Iglesia. Yo esperaba comprensión y apoyo, pero parece que gozan en destruir. No son rostro de Cristo. ¿Cómo va a creer uno así?”. Hoy buscamos el rostro de Dios en las personas concretas, limitadas, frágiles… y cada uno de nosotros tiene esa gran misión: ser rostro de Dios, como lo es Jesús, rostro misericordioso del Padre.

Descubrir el rostro en la oscuridad es difícil y causa desaliento. En las crisis de la Iglesia muchos de sus creyentes no tienen la luz suficiente para descubrir detrás de los rostros desfigurados de los hombres, el rostro amoroso, fiel y cercano de Dios. Con frecuencia una crisis se transforma en una desbandada y la huida de muchos de los discípulos como aconteció desde los primeros días. Las lecturas de este domingo nos centran en una Iglesia muy humana, con sus problemas, con sus deficiencias y con sus limitaciones, pero que está buscando construirse y sostenerse en Cristo. El libro de los Hechos en estos días de Pascua nos presenta a las primeras comunidades de una forma idealizada: con un solo corazón, con una sola alma, compartiendo y viviendo en un idilio que al contrastarlo con nuestras propias comunidades nos puede producir un cierto desencanto. Las primeras comunidades también sufren estas mismas limitaciones y hoy en la primera lectura se nos muestra un pequeño ejemplo de lo que sucede en ellas: hay divisiones a causa de preferencias, de atenciones mejores a unos que a otros y, en el fondo, la división de dos grupos: los helenistas y los judaizantes, que no acaban de aceptarse.

Cuando parece más grande la oscuridad más brilla la luz. Al mostrarse estas divisiones, también se nos muestran la forma en que resuelven el problema. La solución no es ni callarse, ni aguantarse, no aporta solución quien solamente critica o se separa del grupo. La solución es aportar luz a esas dificultades y resolverlas teniendo muy en cuenta a cada una de las personas. Las crisis y dificultades también son oportunidades para nuevas expectativas. Así, de la fuerte división y los cuestionamientos, nacen “los diáconos” como una expresión de servicio y de unidad. Buscando priorizar las necesidades, a ellos se les encomienda el servicio de las mesas, pero no se les excluye, como lo comprobamos en las narraciones posteriores, de la predicación de la Palabra.  De una grave dificultad, brotó una gran riqueza. Los diáconos son una expresión de la misión servidora de la Iglesia que puede ayudar en las situaciones de frontera y dificultad. Es una gran riqueza en muchas de nuestras diócesis pues aportan ese servicio desinteresado, más cercano a las familias y llegan a ambientes y situaciones que otros agentes no han podido acercarse. Los diáconos no sólo son una solución a la escasez de sacerdotes, son una expresión de la Iglesia que a ejemplo de Jesús quiere ser servidora.

La Iglesia está llamada a ser santa. Cuando contemplamos sus deficiencias humanas tendemos a desalentarnos, a alejarnos y a quedarnos en la distancia: San Pedro nos propone todo lo contrario: “Ustedes son piedras vivas, que van entrando en la edificación del templo espiritual, para formar un sacerdocio santo... por medio de Jesucristo”. Y vaya que si Pedro sabía a quiénes se dirigía: personas humanas, con defectos, ambiciones y limitaciones. Él mismo, con gran dolor, había comprobado lo frágil que es la persona humana. Sin embargo nos urge a acercarnos a Cristo, unirnos a Él, estrecharnos para formar una construcción. No se trata de “aislarse” en la intimidad con Jesús, sino de entrar a formar parte de la construcción teniendo a Cristo como piedra angular. Si miramos con la luz del amor de Jesús, nos podremos descubrir como piedras vivas, que se van amoldando para entrar en esa construcción. Todas las personas son útiles para esta construcción. Algunos necesitaremos pulirnos y quitar aristas, otros tendrán que acomodarse con delicadeza para no destruirse, pero todos juntos podremos hacer esta nueva construcción que es la Iglesia. La condición será siempre tener como piedra fundamental y base de nuestra vida a Cristo y al igual que Él tener una gran disposición de servicio para buscar el lugar donde podamos servir mejor, no precisamente donde aparezcamos más o donde nosotros hubiésemos escogido. Cuando nos reconocemos  como miembros tan limitados y pecadores es hermoso escuchar las palabras de Pedro que nos mira con la luz de Jesús: “Ustedes son pueblo sacerdotal, estirpe elegida, nación consagrada…”, pero muy humanos, con cualidades y defectos y ésta es la belleza de la Iglesia y ésta es su misión.



Jesús, como si previera nuestros miedos, desalientos y problemas,  nos exhorta: “No pierdan la paz”. El verdadero discípulo encontrará armonía interior aun en medio de las dificultades. Y cuando Felipe le pide que le muestre al Padre, lo invita y nos invita a que lo descubramos precisamente en las acciones que Él hace. Jesús encuentra la forma de hacerse cercano a los pequeños, de alentar a los decaídos, de comer con los publicanos, de perdonar a los pecadores, de dar de comer a los hambrientos… y un largo etcétera que nos llevaría precisamente a encontrar luz en los lugares que parecen más oscuros. Donde parece que hay más muerte, Jesús logra descubrir el rostro de la vida; y donde parece que todo está perdido, nos lleva a encontrar la gran manifestación del amor de Dios. Indudablemente que las palabras del evangelio hoy tienen una gran fuerza porque en medio de la oscuridad parecemos perdidos. Hoy también a nosotros nos dice que Él es el camino, la verdad y la vida y que si lo vemos a Él también descubriremos el rostro del Padre.

¿En medio de tantos escándalos y de tantas dificultades somos capaces de descubrir el rostro de Dios? ¿Estamos dispuestos a integrarnos en un solo templo y a aceptar la cercanía y la incorporación de los hermanos? ¿Cómo reaccionamos nosotros ante los problemas y las divisiones? ¿Somos capaces de servir como Jesús?

Padre, que en el rostro de Jesús nos has dejado tu verdadero rostro, haz que construyendo sobre la Piedra Angular, seamos artífices de unidad, de amor y de vida. Amén.







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