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Virtudes y valores

Educar en la virtud de la responsabilidad y el respeto
Nuestras actitudes y actos para bien o para mal, siempre afectan al prójimo.


Por: Marta Arrechea Harriet de Olivero | Fuente: Catholic.net



La responsabilidad

La responsabilidad es una virtud que nos lleva a “asumir las consecuencias de nuestros actos intencionados, resultado de las decisiones que tomemos o aceptemos; y también de nuestros actos no intencionados, de tal modo que los demás queden beneficiados lo más posible o, por lo menos, no perjudicados; preocupándonos a la vez de que las otras personas en quienes pueden influir hagan lo mismo”. (1)

Dicho en otras palabras, es el cargo u obligación moral que resulta para uno del posible yerro en cosa o asunto determinado. Supone el asumir las consecuencias de nuestros propios actos. Ser responsable implica tener que rendir cuentas, no solo aguantar las consecuencias de la propia actuación.


Ser responsable significa obedecer: obedecer a Dios y a Sus leyes, a la propia conciencia, obedecer a las autoridades, sabiendo que esa obediencia no es un acto pasivo, sino es la libre respuesta a un compromiso, a un deber. Es la otra cara de la libertad. Somos responsables precisamente porque fuimos creados libres.

Aparentemente se da por descontado que somos responsables de nuestros actos y ni siquiera los analizamos. No obstante, en la mayoría de los casos, si bien nuestra libertad nos hace a cada uno conscientes de nuestras acciones, cuando nuestros errores traen consecuencias desagradables, no lo aceptamos tan fácilmente así y tratamos de endosarle la responsabilidad que nos corresponde al prójimo.

Esto lo vimos ya desde el Paraíso. Cuando Adán pecó, no asumió la responsabilidad de su falta y enseguida se excusó diciendo: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y yo comí”... (Gén.II, 12) que es como decir: “fue por ella… ya que yo hubiese sido incapaz”. Hubiese sido incapaz”. Eva, a su vez (siguiendo la cadena de eludir responsabilidades) al verse acusada como responsable dijo a Dio: “La serpiente me engañó y comí”… (Gén.II, 13). . Es increíble el atrevimiento de Adán quien, en su falta de valor y responsabilidad para asumir su culpa, llega hasta al exceso de atribuírsela a Dios… (“la mujer que “Tu” me diste...) lo que tácitamente implicaba era decir que, si no hubiese sido porque “Tu” (Dios) me la diste yo, Adán, no hubiese comido del árbol del Bien y del Mal. En realidad era como endosárselo y decirle tácitamente a Dios que en principio el responsable y culpable del pecado era Él. Desde entonces, así nos comportamos en general los hijos de Adán en cuanto tenemos que asumir nuestras responsabilidades. Instintivamente, desde Adán y Eva, buscamos excusarnos de nuestras faltas detrás de responsabilidades ajenas.

Nada ha contribuido tanto a bajar el tono moral de la sociedad como la negación de la culpa personal o pecado. Tenderemos en general a pensar y a querer demostrar que es el otro el que tiene la culpa de lo nuestro y no nosotros. El psicoanálisis moderno, que niega en general la culpa de la personal o pecado, ha destrozado la virtud de la responsabilidad que al hombre le ordenaba la vida.

La psicología moderna ha hecho un daño tremendo en quitarle al hombre la responsabilidad de su culpa o pecado. Hoy en día, toda la educación gira alrededor de este de vivir la vida sin compromiso, sin responsabilidad ni culpa alguna (que es la manera en que la conciencia nos indica que hemos violado la ley de Dios). Y lo más grave es que prácticamente desde la infancia los niños son puestos masivamente hoy en manos de quienes niegan la responsabilidad de la culpa o pecado y lo que ello repercute en el alma humana. Un verdadero Sida para el alma humana.

Una conciencia recta y bien formada es la que nos indicará claramente cuando hemos actuado mal. Aún si no la tenemos, porque no hemos sido formados, Dios nos ha hecho de manera tal que, en el ámbito natural, el remordimiento de haber actuado mal en principios básicos como mentir, robar, asesinar, o quitarle la mujer al prójimo, siempre nos pesarán.

La revolución anticristiana quiere que nos acostumbremos (aún contra natura) a ir viviendo tal cual nos vamos levantando de la cama, sin ataduras, haciendo nuestra propia voluntad, y sobre todo, muy sobre todo, sin tener que rendir cuentas a nadie de nuestros actos…sin que nos pesen.

En épocas más cristianas la persona tenía una conciencia formada que le dictaba lo que estaba bien y lo que estaba mal, sabía que existía un Juicio Final en donde algún día tendría que rendir cuentas de sus actos, porque había sido creado libre y responsable de sus decisiones y que éstos siempre irían acompañados de buenas o malas consecuencias. La maravilla del catecismo cristiano había enseñado durante 20 siglos al hombre desde su más tierna infancia que, al igual que en el Paraíso, Dios lo veía todo, aun nuestros pensamientos, así que no valía la pena actuar como Adán y decir “la mujer que Tú me diste” es la que me indujo a pecar.

Es la misma actitud que vemos en los chicos (y de los no tan chicos) con el famoso” yo no fui”, fue el otro... el de al lado, de no haber sido por otra persona yo no hubiese sido capaz de semejante falta... porque soy incorruptible... pero fue fulano de tal el que me indujo, o aquella situación en la que yo no tenía otra opción. No obstante, el excusarnos no nos quita la responsabilidad ante Dios del pecado, porque la Iglesia enseña que Dios lo ve todo, aún nuestros pensamientos, y la conciencia nos lo reafirma igual.

El primer error lo cometemos desde la más tierna infancia cuando un niño de 3 años se golpea con la esquina de la mesa y le pegamos a la mesa de madera diciéndole “¡mala la mesa!” No, la responsabilidad del golpe no es de la mesa, que no es ni buena ni mala. Hay que llamar a las cosas por su nombre. La responsabilidad es de quien no mira donde camina aunque tenga 3 años. De ahí la enorme importancia de los padres y educadores de enseñarnos desde pequeños a cada uno a asumir nuestras culpas para poder corregirlas. Nos golpearemos una o dos veces con la mesa (y hasta es preferible que nos golpeemos) y después aprenderemos a mirar.


Más tarde será: no pude estudiar porque mis compañeros no me pasaron los deberes de la semana que falté (y no porque me ocupé de ir a buscarlos recién la noche antes de ir a clase). Me aplazaron en el examen porque la profesora es “una bruja” (y no porque yo no sabía y no había estudiado). Fue la “bruja” de geografía la que me aplazó y no yo el que reprobé el examen. Continuaremos con: choqué el auto porque el otro “venía a mil” (y no porque yo también y no alcancé a frenar). Me emborraché porque mis amigos me dieron cerveza. (Y no porque no tuve la fortaleza de negarme). Le mentí y le miento a mi madre porque con ella no se puede hablar (y no porque yo no estoy dispuesta a oír lo que tiene para decirme). Llegué tarde a inglés porque mi hermana no salía del baño (y no porque me quedé en la cama hasta último momento). Le fui infiel a mi marido porque no me hacía feliz, fue quien me empujó a ser infiel (y no porque a mí me faltó la fortaleza y la voluntad de cumplir con mis promesas de fidelidad ante Dios). Estas actitudes nuestras son cotidianas. El alcohol, el juego y la droga no nos quitan responsabilidad moral ante Dios, porque a nosotros nos cabe frenar los vicios antes de que ellos nos controlen. Es por eso que debemos medirnos en el uso del alcohol, el mal uso del tiempo y todo tipo de tentaciones como nos enseña la virtud de la templanza. El autodominio sobre nuestras tentaciones en todos los órdenes es lo cristiano y es a ello a lo que debemos tender siempre.

Es necesario tener la valentía de reconocer nuestra responsabilidad en nuestros actos, ya que, si no lo hacemos, caeremos en la injusticia de volcar nuestros errores y faltas sobre hombros ajenos. A mayor cargo, mayor responsabilidad. No es lo mismo el mal ejemplo que puede dar un hermano emborrachándose, que al mismo hijo ver al propio padre o madre borrachos. No es lo mismo quien conoció la Verdad y quien no fue evangelizado, quien tuvo posibilidades de conocerla y quien la rechazó, quien tuvo poder de decisión sobre las vidas de otros (como maestros, profesores, gobernantes) y quienes no.

El máximo exponente en quitarnos la responsabilidad de nuestros actos son las nuevas leyes “garantistas” en la justicia penal donde, el énfasis se pone en los derechos y las garantías de los delincuentes y no de las víctimas. De esta manera, aún si llegamos a matar a alguien a sangre fría, nos permitirán esgrimir que pudo ser por “emoción violenta”, y no porque hemos actuado como asesinos a sangre fría. Este nuevo concepto de las leyes garantistas no es mas que otra faceta de la subversión anticristiana. Esta vez la subversión va contra toda la pedagogía divina del premio y del castigo según hayamos actuado bien o mal.

Ser responsable significa no sólo hacerse cargo de nuestras propias decisiones sino tener que rendir cuentas de lo nuestro a otros o a Alguien. Llámese a Dios el día del Juicio, a nuestros padres con nuestros estudios y salidas, a nuestros profesores con nuestros exámenes sobre lo que nos han enseñado, a nuestros jefes con nuestros trabajos, a nuestro marido o mujer en nuestro matrimonio, a nuestro socio con la administración y manejo de la sociedad o simplemente a nuestra propia conciencia (con la cual habremos de convivir hasta la muerte) y que nos recordará íntimamente sin ruido pero sin pausa nuestros actos. De ahí que no sea lo mismo tener responsabilidades como llevar el auto a lavar, hacer mis deberes cuando vuelvo del colegio o cortar el pasto (que puedo cumplir bien o no) que ser responsable, conscientes de que nuestros errores y decisiones siempre beneficiaran o perjudicaran a otras personas.

Es fundamental tomar conciencia de que nuestras actitudes (para bien o para mal) generalmente afectan al prójimo Si somos irresponsables como padres y abdicamos en nuestra función de educar, la vida de nuestros hijos pagará un alto precio en errores por no haber conocido el recto camino a tomar en la vida. Si somos irresponsables en el manejo de una empresa, podemos modificar para mal la vida de varias familias o aún de generaciones de ellas. En el caso de un país rico como el nuestro hay responsables con nombre y apellido de que no haya trabajo, chicos sin educación, desnutridos y sin accesos a la salud. Una política de salud que emplea los fondos públicos (extraídos de los sueldos, privaciones y ganancias de los ciudadanos) para gastarlos en preservativos (y no sólo corromper a la juventud sino impedir que los argentinos nazcan en vez de utilizarlos para medicamentos) tendrá que rendir cuentas ante Dios de semejante injusticia y daño hecho a millones de personas. Pero los responsables de estas políticas no son anónimos ni para los ciudadanos ni mucho menos para Dios. Tienen nombre y apellido.

La falta de responsabilidad en nuestros actos nos impide totalmente nuestra santificación, porque el primer paso para mejorar es reconocer que hay errores que corregir y que nosotros libres y responsablemente nos hemos equivocado en nuestras decisiones. La excusa es el camino más fácil para eludir la responsabilidad que, si bien en un primer momento nos engaña y creemos que nos salva, nos impide conocernos.

Una cosa es pedir perdón (porque nos reconocemos culpables) y otra muy distinta es excusarnos de lo que debemos asumir como nuestro y no cumplimos. El primer pecado de Adán en el Paraíso fue el de soberbia (por haber querido ser como Dios, conocedor de la ciencia del Bien y del Mal) pero acto seguido fue la falta de responsabilidad de reconocer su falta que le hizo excusarse escudándose detrás de Eva. La injusticia que cometió con ella fue que quiso endosarle la responsabilidad que era de él, a ella. Pero para eso, primero buscó una excusa.

Las virtudes, o la falta de ellas, como vemos están todas entrelazadas como un castillo de naipes y es muy difícil caer en la falta de una sin arrastrar a las demás. En este caso a la falta de responsabilidad se le podrá añadir la falta de veracidad, de sinceridad, hasta de valentía y de justicia. La responsabilidad siempre será mayor cuanto mayor sea el cargo que ocupemos o cuanto mayor peso tengan nuestras decisiones. Los padres tendrán que responder ante Dios por la educación dada a sus hijos aunque esta responsabilidad en la sociedad actual implique una batalla continua. Una joven o un joven responsable que quiere casarse deberá responder algún día ante sus hijos moralmente por quien les ha elegido en su momento como padre o madre. Un maestro también será responsable ante Dios de lo que ha transmitido o ha dejado de enseñar a quienes le han sido confiados. Un Ministro de Educación tendrá la responsabilidad de tener que responder ante Dios de lo que se ha trasmitido a los estudiantes durante su gestión así como lo que no se les ha enseñado y se les ha impedido que sepan.


Un Ministro de Economía tendrá que rendir cuentas ante Dios de su responsabilidad sobre las medidas tomadas que han hecho quebrar a miles de ciudadanos de su país con las consecuencias que ello implica. Los gobernantes, aunque se muestren y actúen como inmortales también serán responsables ante Dios el día del Juicio de cómo han administrado los bienes de la Nación que les han sido confiados y en qué medida han contribuido a generar el Bien Común (que es el bien de todos y no sólo de algunos).

En el ámbito de la Iglesia, esta virtud es esencial por ser especialmente a Ella que le corresponde conducir a las almas por el camino de la salvación. Por eso los obispos en especial tienen una responsabilidad enorme, “temible incluso a la espada misma de los ángeles” (1) pues el obispo debe responder ante Cristo sobre la salvación de las almas del rebaño que le ha sido confiado.


Nota:
(1) "La educación de las virtudes humanas". David Isaacs. Editorial Bello. Pág 139.


El Respeto

El respeto es la virtud que “actúa o deja actuar, procurando no perjudicar ni dejar de beneficiarse a sí mismo ni a los demás de acuerdo con sus derechos, con su condición y con sus circunstancias”, (1)

Dicho en otras palabras, es la virtud que nos hace reconocer el valor, la consideración y la dignidad que merece alguien o algo y nos lleva a demostrarlo con nuestras actitudes y acciones. Es la virtud por la cual reconocemos en cada persona el lugar que le corresponde, su dignidad, el lugar y la función que Dios ha querido darle ante nosotros.

En principio el respeto teme herir, lastimar a la persona amada, pero si no llegamos a amarla estamos al menos obligados a recordar a Quien representa.

De ahí que debamos respetar ante todo:

A Dios, a sus leyes y a la Iglesia por ser Su Esposa. El respeto a Dios se expresa especialmente al cumplir y hacer cumplir (dentro de lo posible) sus Mandamientos, que debieran inculcarse desde la infancia, para aprender a verlo como quien es, el Creador y dueño de las almas y del universo. Lograremos respetarlo siendo humildes (reconociéndonos creados y moralmente dependientes) y obedientes (mortificando nuestra voluntad propia desde la niñez, preparándonos para aceptar la voluntad de Dios a lo largo de nuestras vidas).

El respeto a la Iglesia, a su vez, implica no sólo el respeto a sus consagrados (aunque muchas veces dejen mucho que desear pero igualmente debemos respetar la investidura) sino el saber comportarnos en la casa de Dios y el trato con las imágenes y elementos sagrados. La Iglesia es un lugar sagrado, diferente y superior a todos los demás, reservado para el culto divino. Si bien el grado de nuestra fe nos dictará ante Quien y en la casa de Quien estamos, hay reglas básicas de comportamiento para todas las personas independientemente del grado de fe que cada uno tenga. Detalles como una vestimenta apropiada, una genuflexión bien hecha, el mantener el silencio, el no comer chicles ni pastillas, debieran reflejar el respeto que nos inspira el estar en la casa de Dios.

He leído que en una oportunidad que al entrar un grupo de turistas en una famosa catedral de Europa, se dirigieron al sacerdote preguntándole qué era lo más importante para visitar en esa iglesia. El Padre les pidió que lo siguieran en silencio. Cuando llegó frente al Santísimo, se arrodilló ante el Sagrario diciéndoles:
“Aquí hijos míos está lo más importante que tiene esta Iglesia. Es el dueño de la casa, es el mismo Dios…”

En cuanto al trato con las imágenes y objetos sagrados, siempre deberemos recordar no sólo lo que ellos representan sino que, en la mayoría de los casos, han sido bendecidos Si tenemos que reacondicionar por ejemplo, el vestido de la Virgen del altar Mayor de una Catedral, debiéramos hacerlo en un clima de piedad y de oración, no ante la vulgaridad de un televisor prendido, fumando y con conversaciones mundanas. Los sacerdotes y las catequistas serán los principales responsables de inculcar estas delicadezas, desde la catequesis, que responden ni más ni menos al grado de fe y de amor con que debieran tratarse las cosas de Dios y de Su Madre.

Dentro del respeto a Dios, que es la Verdad, queda implícito el respeto a la verdad en todos los órdenes. Los periodistas, y todos los que están llamados a transmitir a otros los sucesos, deberán respetar la verdad de los hechos y no tergiversarlos según sus conveniencias, mintiendo a los ciudadanos y desfigurándoles la realidad. Grave responsabilidad tendrán en este terreno los maestros, profesores e historiadores, quienes deberán respetar siempre la veracidad histórica. Porque la historia siempre será a una Nación lo que la memoria es a la persona. De una verdadera narración de la historia podremos comprender desde una visión sobrenatural lo que nos sucede en la actualidad, ya que la historia del hombre sobre la Tierra no es más que las consecuencias de las decisiones tomadas por los hombres en aceptar a Dios o en rechazarlo.

“Tergiversar la historia. ¿Por qué o para qué? Por motivos ideológicos, ante todo. A veces los datos han sido modificados para crear opinión pública. Así, por ejemplo, las leyendas contra la labor de España en tierras americanas (que pasó luego a la posteridad como la leyenda negra por antonomasia) fueron creadas, en gran parte, por los enemigos de la corona española – principalmente sus enemigos ingleses y sobre todo la francmasonería- para suscitar el consenso internacional contra España. Con el tiempo, las leyendas pasaron a ocupar un lugar importante en los programas de estudio en nuestras escuelas laicas, e incluso de las católicas.

En muchos casos estas leyendas negras han formado parte de campañas denigratorias contra la Iglesia Católica y contra aquellas instituciones civiles o políticas que la han apoyado en algún momento de su historia. Es el caso de la España católica del siglo XVI. La tergiversación también ha tenido como móvil intereses de orden político. Suele decirse que la historia la escriben los vencedores. Tiene esto algo de verdad; aunque no es toda la verdad, pues la historia a veces se escribe mientras se combate y precisamente como una de las armas más útiles para alcanzar la victoria. Al menos la victoria política y militar; nunca la victoria moral que sólo puede conseguirse con la verdad. Pero ¿a cuántos políticos, sociólogos e ideólogos, puede importarle una victoria moral?

Así pasó con nuestra propia historia, por lo cual el mismo Juan Bautista Alberdi acusaba a los liberales argentinos de haber desfigurado la historia. Y lo confiesan algunos de ellos, como Mitre cuando escribe a Vicente López: “usted y yo hemos tenido... la misma repulsión por aquellas (figuras históricas) a quienes hemos enterrado históricamente”.

Y Sarmiento le escribía al general Paz al ofrecerle su libro “Facundo”: “Lo he escrito con el objeto de favorecer la revolución y preparar los espíritus. Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes a designio (a propósito) a veces, para ayudar a destruir un gobierno y preparar el camino a otro nuevo”. Las “inexactitudes a designio”, los “entierros históricos” de las grandes figuras... Es triste saber que nuestra historia está plagada de mentiras y falsificaciones.


¿Qué intereses pueden seguirse de una adulteración del pasado? Muchos. El más importante es el dominio del presente y del futuro. “La historia de lo que fuimos explica lo que somos”, escribía Hillaire Belloc. Si cambio la historia te oculto, entonces, lo que realmente eres; y si no sabes lo que eres, serás lo que yo quiero que seas. Si cambio – en tu mente al menos – tu pasado, puedo hacerte guerrear contra tu padre y tu madre haciéndote creer que son tus enemigos. Puedo hacerte odiar a tus benefactores y puedo lograr que me beses las manos lleno de gratitud a pesar de que soy el ladrón que te ha lavado el cerebro.

No es de extrañar que el manejo manipulador de la historia se haya convertido en una de las armas más poderosas en la mentalización de las generaciones. Porque con la historia puedo hacerte amar lo que en realidad es odioso y hacerte odiar lo que en realidad es amable. Con el dominio de la historia (de la historia escrita y la historia contada) puedo, como hace en nuestros tiempos la New Age, dibujarte un Jesucristo diabólico y un diablo benefactor de la humanidad; puedo hacerte creer que quienes trajeron la fe sólo querían tu sangre y tu oro; puedo vestirte de piratas a los misioneros y angelizarte los tiranos. El marxismo entendió muy bien el poder destructivo de esta manipulación cultural; especialmente a partir de un hombre tan inteligente como intelectualmente pervertido como fue Antonio Gramsci, el ideólogo de la revolución cultural.” (2)

Y esta la gran herida que tenemos a través de la cual nos roban el alma y nos paralizan la voluntad, porque ya nadie sabe ni se atreve a hacer nada porque no se sabe bien qué es lo que hay que hacer o defender.

Respeto a uno mismo. Si no empezamos por respetarnos a nosotros mismos y a darnos el lugar que nos corresponde según la posición que Dios ha querido asignarnos dentro de la sociedad, no respetaremos a los demás. El respeto que debemos tener con nosotros mismos se llama la dignidad humana. Nace por haber sido creados por Dios a Su imagen y semejanza y haber sido redimidos por Su sangre y de estar predestinados a compartir con Dios la gloria en el cielo. Nuestras almas ya son inmortales y nada podemos hacer para impedirlo, de ahí que debamos tratar de conducirnos de la mejor manera hacia nuestro destino eterno. Diariamente demostraremos nuestra dignidad en nuestra manera de comportarnos, y en eso se basa la educación aún en los pequeños detalles cotidianos. Presentarnos limpios desde la mañana, con la cara bien lavada y bien peinados a desayunar, no sólo será por respeto a quien ha de compartir con nosotros el desayuno (que tiene derecho a tener una visión agradable y no al revés) sino por nosotros mismos, para comenzar el día de acuerdo a quienes somos, personas educadas que queremos vivir sin degradarnos.

Dentro de nuestra cultura, el aseo y la forma de vestirnos refleja a su vez cuánto respetamos a la persona que nos recibe o recibimos y la dignidad de cada evento. De ahí que debamos presentarnos bien vestidos al colegio con el uniforme o el delantal completo y limpio (por respeto a la institución escolar) a rendir un examen (por respeto al profesor) a una entrevista de trabajo (por respeto a quien nos entrevista y para generar una buena imagen de nosotros mismos) a un casamiento (por respeto a la importancia del sacramento del matrimonio) o a un funeral (por respeto a la despedida que le brindamos a quien acaba de morir, dejando de lado si lo sentimos o no porque poco lo conocíamos).

Igualmente no debemos prejuzgar, una persona mal vestida puede estar llevando lo único que tiene, puede haber salido del trabajo y puede ser su única oportunidad de ir a misa o a un velorio, puede tener grandes problemas personales y haber descuidado su forma de vestir. Incluso la ignorancia y la falta de formación en todos los niveles sociales pueden llevarnos a vestirnos de manera inadecuada. Pero el tratar de adquirir costumbres que demuestren nuestro respeto es un trabajo que nos debemos nosotros mismos como personas y es un complemento importante en la educación que hace a la virtud de la sociabilidad.

Esta forma de comportarnos según nuestra dignidad de hijos de Dios es lo que nos lleva a tratar de vivir dignamente, tener trabajos humildes pero dignos, tener derecho a sueldos dignos, a un tratamiento digno, a comportamientos dignos, a posturas dignas, a conversaciones dignas, a la altura de quienes somos.

Por el contrario, hay actitudes que nos degradan (como el de tirarnos en el piso de las terminales para esperar un ómnibus, o sentarnos en la vereda donde hasta los animales hacen sus necesidades, dejar a los bebes gatear por el piso de las oficinas públicas o en la misma iglesia como si fuesen animalitos). No somos animales, como nos representan ahora en los programas de televisión en donde todos juntos en una misma casa, sin intimidad alguna las personas conviven sin hacer nada, tirados todo el día como animales.

Esta falta de dominio de sí, de contrariarnos, de fortalecernos ante lo que nos cuesta, es en la raíz la falta de la virtud de la templanza que, habíamos dicho, es la base del señorío del alma. La revolución la quiere destruir, para quitar en nosotros todo aquello que nos recuerde “la imagen y semejanza” de Quien somos y, cuando vemos los programas actuales de televisión constatamos que Satán ha hecho su trabajo.

Respeto a los padres. En el cristianismo el respeto a los padres se fundamenta en el respeto a Dios ya que es a Él a quien representan. La historia humana nos demuestra que siempre existió en toda vida social alguna forma de autoridad para generar el orden necesario para convivir. Los que creemos en Dios aceptamos además que la autoridad viene de Él y que tendremos que rendirle cuenta sobre el ejercicio que hemos tenido de la misma. Los pasajes bíblicos que hablan de la obediencia, la sumisión y el respeto a los padres son abundantes, de ahí que tengamos la obligación moral de respetar a nuestros padres (y a los mayores) y de obedecerles mientras vivamos bajo su mismo techo. Cuando los hijos se independizan y se casan, si bien ya no deben obediencia a sus padres, sí le deben respeto de por vida. Tal vez los padres dejen mucho que desear y no sean el modelo de virtudes y el ejemplo que debieran. No obstante, siguen siendo los instrumentos que Dios utilizó para cooperar con Él en dar la vida y en cumplir con el deber que tienen ante Él, de educar a sus hijos. El cuarto mandamiento no pone condiciones. “Honra a tu padre y a tu madre”, sin que esto esté subordinado a que sean dignos. Es un principio de orden natural. Lo ideal es que sea con amor pero, si no es así, siempre será más agradable a Dios la obediencia y el respeto de los hijos hacia sus padres (tal vez indignos) que la rebeldía, el maltrato, el desprecio y la indiferencia.

La revolución anticristiana sabe que el respeto y la obediencia a los padres es la clave para darle estabilidad emocional a una persona, para construir una familia feliz y levantar una sociedad ordenada. Demolerlo con burlas, menosprecios, enfrentamientos, rebeldías, aires de autonomía, falta de respeto, mentiras, resquebrajamiento, siempre será el ataque más certero para destruir no sólo a la sociedad cristiana sino a la persona misma. Es imposible evitar los desencuentros generacionales y la necesidad de los adolescentes de poner distancia con sus padres para reafirmar su personalidad, pero se denigra y se lastima a los padres En el cuarto mandamiento están incluidos además todos los que ejercen algún tipo de autoridad legítimamente constituida que siempre representará para nosotros la voluntad de Dios como maestros, profesores, policías, etc. La autoridad legítima siempre nos es dada por Dios para generar el bien de las personas según Él lo ha establecido.

Respeto al prójimo. El respeto hacia los demás es la primera condición para la convivencia pacífica y armoniosa de las personas. El respeto a los demás debiera ser interno y externo. La buena educación no es más que pensar en comportarnos como quien somos y en darle lo mejor de nosotros mismos a nuestro prójimo para hacer nuestra convivencia agradable y amistosa.

será reconociendo el lugar y jerarquía que Dios ha querido que ocupen las diferentes personas que nos rodean y en eso está implícito el respeto a todos los que ostenten algún tipo de autoridad. Habrá momentos en que tendremos que decir verdades con valentía, muchos en que, por respeto o caridad, será necesario que nos callemos. Si creemos que la paz es fruto de la justicia, el respeto de las autoridades políticas hacia los derechos naturales y legítimos de las personas (como el derecho de nacer, el de recibir una educación y una vivienda digna, un trabajo y un salario justo, el derecho a la salud, a la propiedad privada, el de tener protección jurídica del Estado, etc) será la única base sólida para construir una sociedad justa y verdaderamente feliz. Dentro del respeto a la ley de Dios está en primer orden el respeto a la vida concebida (tan atacado hoy en día) ya que, si nos impiden nacer, está implícito que no podemos obtener todos nuestros otros derechos. Al ser humano que llega a este mundo moderno hechos tan simples como el nacer, crecer y morir en familia, se le ha convertido en una tarea titánica, cuando es un derecho natural de todas las personas y debiera ser el ámbito políticamente generado para todas las personas. Respeto a la vida que nace, a la vida que crece, a la vida que adolece, a la vida que enferma, a la vida que declina y a la vida que muere. Con esto deduciremos que los gobiernos debieran ser los primeros en respetar las leyes de Dios, para lograr la paz y la justicia entre los pueblos.

Externamente el respeto a las personas lo demostraremos aún en los detalles diarios más elementales como: evitando actitudes, gestos irrespetuosos (como sostener miradas desafiantes) contestaciones injuriosas, palabras y tonos despectivos, mortificantes y recriminatorios, interrumpir las conversaciones, contestar sistemáticamente, no ponerse de pie cuando corresponde hacerlo porque la persona que entra al lugar tiene más jerarquía que nosotros. A su vez, demostraremos respeto hacia el prójimo en los mínimos detalles de la convivencia diaria como: Saludando a nuestros familiares y al personal de servicio al cruzarlos a la mañana en nuestra casa. Dejando el baño en condiciones después de ducharnos (respetando no sólo a la persona que lo limpió sino a quien vendrá a usarlo después de nosotros). Avisando si vendremos o no a comer (por respeto a quien cocina y a la comida que otros no tienen y que pudiera desperdiciarse). Llegando a horario a las comidas (respetando no sólo a los mayores sino al compromiso familiar de comer juntos). Dejando las zapatillas embarradas en el lavadero (respetando el trabajo ajeno). Bajando la música en los horarios de descanso el derecho de los demás al silencio y al sueño). Si asistimos a un velorio, además de vestirnos correctamente, comportarnos de la misma manera, por respeto al dolor ajeno, aunque no lo sintamos. A veces no lo sentimos (porque tal vez conocíamos poco a la persona fallecida) pero hay al lado nuestro gente destrozada por el dolor y es señal de respeto al dolor ajeno, no hacer chistes, no mantener conversaciones frívolas e inútiles, no comer papas fritas en la puerta, o tomar coca cola de la lata... aunque sea a la salida y en la vereda.

Respetaremos al prójimo tratando de tener el cambio justo para el pasaje del ómnibus (respetando al chofer en su trabajo tan exigido y el tiempo de quién está detrás de nosotros). No tomando una lapicera, un abrigo, un auto o una cochera ajena (respetando la propiedad privada de otros y su derecho a disponer de sus cosas) etc. No generando conversaciones ni chistes obscenos o con doble sentido ante los niños y los jóvenes (respetando su pureza y su derecho a mantenerla). Sabiendo guardar un secreto (por a la intimidad ajena). El respeto del tiempo ajeno es la base de la virtud de la puntualidad que ya hemos desarrollado en esa virtud.

El respeto a la intimidad es todo un tema. Respetaremos la intimidad ajena golpeando la puerta antes de entrar, no abriendo una carta ajena aunque nos la hayan entregado abierta (como corresponde), retirándonos si percibimos que dos personas necesitan decirse algo en privado. No preguntando cosas privadas que no nos corresponden y menos ante otras personas y a quemarropa (por respeto a la intimidad y el pudor de los demás). Por ejemplo, no preguntarle a un matrimonio joven en una cena de amigos o familiares: “¿Para cuándo un bebe?” O si tienen uno :”¿Para cuándo el segundo?”. Mucho peor la insistencia. Y si nos contestan cristianamente: “Cuando Dios quiera”... contestar nosotros: “¿Pero están buscando o no? “ “ ¡Porque a Dios hay que ayudarlo!” ... Esto es incisivo... es una falta de respeto y una agresión. Hay muchos motivos que pueden estar demorando la llegada de un bebe esperado. Que los esposos no coincidan en los principios, que estén atravesando una crisis, que exista un problema serio físico que lo impida en alguno de los dos o aún que el problema sólo sea psicológico. Pero es muy violento verse forzado a dar una explicación tan privada delante de otros. De la misma manera, si ya tienen varios hijos y ante el anuncio de la llegada de un nuevo bebe exclamar: “¡Otro más!..” invadiendo totalmente un tema de conciencia privado de los demás.

Una clara señal de respeto al prójimo también sería ponerse de pie y saludar cuando entre al lugar en donde estamos una persona de mayor jerarquía como: Obispos, sacerdotes, un Presidente de la Nación, ministros, maestros, profesores, el médico en el hospital, los abuelos, tíos, suegros, un pariente que llegue de visita y... en la sociedad cristiana nos poníamos de pie para saludar aún a los padres...porque los queríamos mucho… y (antes de Gramsci) durante generaciones y generaciones, los hijos fuimos educados sobre la base de la veneración de nuestros padres y hasta sabíamos manifestárselos. El respeto era una de las tantas formas que teníamos de demostrarlo, que estaba además entre lazado con el miedo a lastimarlos o herirlos…

En contrapartida está el respeto humano, ese respeto servil, carente totalmente de libertad intelectual, moral y religiosa, que impide al hombre vivir de acuerdo con su conciencia y se somete al poder o a la opinión por intereses, porque nos conviene. Se trata de respetar al prójimo sin respeto humano.

El respeto a la comida merece unas palabras también. Ya lo hemos tocado en otras virtudes pero no está de más repetirlo. Dentro de la cultura cristiana el “pan sagrado” y “la comida no se tira” responde a que hay miles de personas que, por carecer de lo necesario se mueren de hambre en el mundo. Si bien nosotros no podemos solucionar el hambre del mundo, si podemos demostrar nuestra solidaridad con aquellos que no tienen y nuestra gratitud por tenerla nosotros. Este era el sentido de la bendición de la mesa. El agradecer a Dios el proveernos de los alimentos necesarios para vivir. Este derroche que hacemos con los alimentos, esta sucesión de caprichos de comer “lo que me gusta” y dejar “lo que no me gusta” tirando o dejando en los platos alimentos que alimentarían a tantos, permitiendo que se estropeen alimentos que otros carecen, clama al cielo. Con el nuevo hábito de vivir “hacia fuera” comiendo habitualmente en restaurantes y shoppings (aún con los niños) esto se agrava, porque se pierde toda noción de cuidado, de la austeridad necesaria, de comer lo “que hay”, lo que mamá dispuso que hubiera para todos y no “lo que elijo”, especialmente en el período de formación.

A la naturaleza. El respeto a la naturaleza (que implica todo lo creado) tiene sentido sólo si aceptamos que la naturaleza es obra de Dios y que Él la puso para nuestro bien, nuestro servicio y nuestro disfrute, destinada al bien común de la humanidad, no para nuestro abuso, nuestro maltrato y nuestro aniquilamiento. De ahí que desde la pequeña hormiga hasta los majestuosos mares (recordando que son obra de Dios) debieren ser tratados con respeto reconociendo en ellos una obra de la cual somos simples administradores de futuras generaciones. Podremos talar árboles para utilizar la madera, pero siempre será grave prender fuego a un bosque por descuido. De la misma manera los gobernantes están obligados moralmente a cuidar los bienes naturales de cada país que ha sido dada por Dios para el bienestar de sus habitantes y no para el enriquecimiento ilícito de los gobernantes de turno ni para que dejen que se los roben otros países con negociados.

En cuanto al trato con los animales, será lícito servirnos de ellos para nuestro alimento y medicina, así como domesticarlos para que nos ayuden, pero los experimentos con animales solamente serán moralmente aceptables si son razonables y contribuyen a mejorar o salvar vidas humanas. También será lícito matar animales para defender nuestros alimentos (como el caso de las plagas) pero nunca lo será maltratarlos, aniquilarlos a nuestro arbitrio y menos tratarlos con crueldad y torturarlos para nuestro divertimento. Podremos cazar ballenas para utilizar sus elementos pero nunca será lícito el aniquilar la especie o ponerla en riesgo por codicia ilimitada de dinero. En contrapartida es indigno a su vez invertir en ellos sumas de dinero desproporcionadas que debieran utilizarse para remediar la miseria de los hombres. Por lo tanto debemos amarlos, pero sin desviar hacia ellos un afecto desproporcionado debido únicamente a los seres humanos.

La revolución anticristiana nos ha hecho creer que debemos cuidar la tierra y no contaminarla para que vivan bien las focas y los peces, lo cual es subvertir el orden. La orden dada por Dios al hombre en el Génesis fue: “Dominad la tierra y sometedla. Dominad sobre todos los seres creados”. No hay que contaminar la tierra, le debemos respeto porque es obra de Dios, pero el rey de la Creación es el hombre no los peces ni los pájaros. Dejarles a ellos el medio ambiente bien cuidado e impedir que los hombres nazcan con los preservativos y el aborto es subversivo.


Notas:
(1) “La educación en las virtudes humanas”. David Isaacs. Editorial Eunsa. Pág 155
(2) “Las verdades robadas”. R.P Miguel Angel Fuentes. IVE. Edic. Verbo Encarnado. Pág.259


Ejercicio

En relación a la Responsabilidad

1. ¿Qué es la responsabilidad?
2. ¿Por qué la expresión o actitud de “Yo hago lo que me parezca, no tengo que rendir cuentas a nadie de mis actos” no es verdad y se ubica más en la mentira y el engaño?
3. ¿por qué para la vivencia de las virtudes y principalmente la “responsabilidad” es importante la formación de la recta conciencia?
4. ¿Por qué es fundamental tomar conciencia de que nuestras actitudes (para bien o para mal) generalmente afectan al prójimo?
5. Algún comentario o sugerencia…

En relación al Respeto

1. ¿Qué es el respeto? ¿Cuál es la diferencia entre responsabilidad y respeto?
2. ¿Por qué para la vivencia de esta virtud es importante la formación de la voluntad?
3. Debemos respeto a: A Dios, a sus leyes y a la Iglesia; a la verdad; a uno mismo; a los padres; al prójimo, a la naturaleza… Explica dos de ellas y cómo se vive concretamente este respeto en la realidad donde te encuentras.
4. Algún comentario o sugenercia…


Para reflexión personal

En relación a la Responsabilidad

1. ¿Qué es para mí la responsabilidad? ¿La incómoda actitud que está bajo una seria y severa obligación? ¿O la conciencia de tener que responder a las exigencias de la voluntad de Dios?
2. ¿Pienso que la responsabilidad solo se ha de mostrar en las cosas grandes?¿Soy fiel en los pequeños detalles de la vida diaria, o solamente en los que considero importantes?¿Tengo la tendencia a justificarme constantemente?¿Evado el compromiso?
3. ¿Cumplo mis deberes con puntualidad, asiduidad, seriedad humana, perseverancia, generosidad, amor a Dios y a los demás?
4. ¿Conozco los talentos que Dios me ha dado? ¿Los he puesto a producir al máximo? ¿Qué voy a entregar a Dios en la cuenta final?
5. ¿Tengo realmente mi tiempo organizado? ¿Lo que me propongo en el día lo saco adelante? ¿Respeto el tiempo de los demás y el mío propio? ¿Acostumbro a prever todo lo que tengo que hacer o lo dejo a la inspiración del momento? ¿Tengo prioridades y las toma en cuenta? ¿Se posponer mis gustos a mis obligaciones?

En relación al respeto

1. ¿Reconozco que en toda casa, trabajo, escuela, sociedad, hay alguien a quien por su posición se debe un respeto por cargo?

2. ¿Respeto de la misma manera cuando la persona de autoridad no es de mi agrado? ¿El respeto con el que trato a las personas depende de si me cae bien o mal?

3. ¿Cuándo veo algún error o fallo en las personas suelo reírme, criticar, hablar mal de ellas?

4. ¿Me respeto a mi mismo, mi dignidad como persona, como hijo de Dios, como templo del espíritu Santo?

5. ¿Respeto las normativas y decisiones de las autoridades siempre que no afecte a los principios básicos de la dignidad de la persona humana?

6. ¿Doy ejemplo de respeto hacia los demás?




Si tienes alguna duda sobre el tema puedes consultar a Marta Arrechea Harriet de Olivero en Consultorio para educadores

 









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